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Magrebíes contra chinos en Roma

Jóvenes delincuentes del Norte de África han descubierto que los comerciantes de la comunidad china son las víctimas perfectas

La bebé china Joy Zheng, que murió junto su padre, durante un atraco en Roma.
La bebé china Joy Zheng, que murió junto su padre, durante un atraco en Roma.EFE

Zhou Zeng tiene 31 años. Su hija Joy, seis meses. El hombre lleva en brazos al bebé mientras su mujer, Lia, camina a su lado. Son tres de los miles de chinos que viven y trabajan en Torpignattara y en otros barrios aledaños del oriente de Roma. Dos jóvenes —altos, delgados, vestidos de oscuro— se acercan a ellos. Discuten. Se escucha un disparo. Zhou y su hija se desploman sobre la acera, heridos de muerte por la misma bala. Los asaltantes huyen en un scooter, protegidos por la noche.

Ocurrió el miércoles pasado. Pero Lia, la esposa de Zhou, la madre de Joy, sigue en el hospital. No resultó herida. Simplemente, los médicos no encuentran un calmante que detenga su llanto. Al principio, las autoridades temieron que se tratase de un crimen xenófobo. No hace tanto, en Turín, fue incendiado un campamento de gitanos tras una denuncia falsa de violación. Y, en Florencia, el racista Gianluca Casseri descargó su Magnum 357 contra unos africanos que se dedicaban a la venta ambulante, matando a dos senegaleses e hiriendo a otros tres. Más tarde, se pensó que el asesinato de Zhou y de su hija podía ser un hecho aislado, un intento de robo en la cada vez más peligrosa Roma que había degenerado fatalmente en tragedia. Ahora ya se sabe que el crimen esconde un secreto muy bien guardado.

La comunidad china, siempre tan hermética, ha decidido cerrar sus negocios durante unas horas esta tarde

En su precipitada huida, los delincuentes fueron dejando un rosario de huellas. La moto, una Honda Scoopy, los dos cascos, una camiseta negra y, finalmente, una bolsa con 16.000 euros en su interior. Algunos de los billetes estaban manchados por la sangre de uno de los agresores. La policía, urgida por los políticos, espoleados a su vez por el creciente clima de inseguridad, entrevistó a testigos, revisó las cámaras de seguridad cercanas al lugar del crimen, extrajo los restos de ADN y los comparó con el banco de datos. Sin temor a equivocarse, estableció que los agresores eran dos magrebíes, de entre 20 y 30 años, hasta el momento del disparo delincuentes de poca monta, detenidos en un sinfín de ocasiones por pequeños hurtos o por receptación de artículos robados. No obstante, el dato más interesante se escondía en la nacionalidad de sus víctimas. Chinos. Siempre chinos.

Los comerciantes chinos utilizan dinero contante y sonante, jamás tarjetas de crédito y raramente facturas

Una visita a la comisaría de la plaza de Dante, en el corazón del barrio chino de Roma, es suficiente para confirmar la sospecha. Desde hace meses, los delitos en la zona vienen aumentando. En el 90% de los casos con el mismo patrón. Agresor: magrebí. Víctima: china. Denuncia: inexistente. Los jóvenes delincuentes del norte de África han descubierto que los comerciantes chinos son las víctimas perfectas. Utilizan dinero contante y sonante, jamás tarjetas de crédito y raramente facturas. Por tanto, ¿cómo denunciar el robo de dinero que oficialmente no existe? Obtenido, eso sí, en interminables jornadas de trabajo al frente de negocios de todo tipo. Un paseo por plaza Vittorio y por las calles que confluyen —no digamos por las más alejadas Vía Prenestina y Vía Casilina— dejan bien a las claras que los chinos dominan el comercio de la zona. Centenares de negocios que van desde los restaurantes a las peluquerías o las tiendas de telefonía, agencias de viaje o de envío de remesas como la que regentaba Zhou Zeng. Lo que no dominan es la seguridad. Hasta ahora, y ante la ineficacia policial, los propios comerciantes habían contratado a dos guardias de seguridad para que protegiesen la plaza Vittorio. Ahora, el crimen ha puesto el foco en la zona.

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El lunes por la tarde, el presidente de la República, Giorgio Napolitano, se acercó al hospital para confortar a la viuda, que no dejaba de llorar. “Esta visita”, dijo, “quiere ser un gesto de afecto a una madre destruida por el dolor y al mismo tiempo de amistad hacia la gran comunidad china que trabaja pacíficamente en Italia”. El alcalde de la ciudad, Gianni Alemanno, también declaró: “Joy era una niña romana y jamás la olvidaremos”.

La policía, desbordada por la repercusión del suceso, sigue buscando a los asesinos, aunque admite que es muy posible que ya estén muy lejos. La comunidad china, siempre tan hermética, ha decidido cerrar sus negocios durante unas horas de la tarde de este martes para manifestarse con antorchas y velas blancas. Dolor y miedo en el oriente de Roma.

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