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Dimite por un caso de corrupción un subsecretario del Gobierno de Monti

Carlo Malinconico renuncia para defenderse de la acusación de haber aceptado estancias gratuitas en hoteles en 2007 y 2008

El ex secretario de Estado italiano Carlo Malinconico, en 2009.
El ex secretario de Estado italiano Carlo Malinconico, en 2009.ROBERTO MONALDO (AP)

Mario Monti acaba de beberse de un sorbo la bebida más amarga. Después de una conversación en su despacho con Carlo Malinconico, el subsecretario de la Presidencia encargado del sector editorial, este ha presentado su dimisión hoy martes al verse envuelto en un posible caso de corrupción. Malinconico habría aceptado que Angelo Balducci –el principal acusado de un gran caso de corrupción relacionado con Protección Civil– le pagase en 2007 y 2008 unas vacaciones en un lujoso hotel de la Toscana. La dimisión, aunque envuelta en los algodones del habitual lenguaje protocolario, supone de hecho la pérdida de la inocencia del Gobierno Monti. Un ejecutivo de tecnócratas cuidadosamente seleccionados para dar una imagen de rigor y de transparencia que sea capaz de borrar, ante Europa y los italianos, el tufo de corrupción dejado por Silvio Berlusconi y los suyos.

El presunto caso de corrupción no es ni nuevo ni inédito. Pero el nombramiento de Malinconico como subsecretario de Monti lo ha puesto de nuevo de actualidad. Algunos medios de comunicación italiano llevan un par de días recordando el asunto. Desde la vieja óptica política: más feo que grave. Desde la nueva: grave por feo. Y desde luego inadmisible. Según el propio Malinconico, que en el momento de los hechos ostentaba el cargo de secretario general de la Presidencia a las órdenes de Romano Prodi, él disfrutó de dos estancias en el hotel Pellicano de Porto Ercole. Al ir a pedir la cuenta, le dijeron que ya estaba pagado. Dice que insistió, pero que no hubo manera. La factura ascendía a 19.876 euros. La versión del político, rara de por sí, se tornó difícil de creer cuando, entre las grabaciones relacionadas con la investigación del llamado caso G-8, aparece su propia voz. Desde un teléfono de la Toscana, le agradece al ingeniero Balducci el detalle: “Angelo, como estás… Disculpa… Te llamo por el placer de escucharte… Y también para agradecerte…”. El benefactor lo para: “Faltaba más… Te mando un abrazo. Nos vemos a tu vuelta”.

El caso es que el ingeniero Balducci, y no digamos sus amigos los constructores Vito Piscicelli y Diego Anemone, son unos pájaros de cuidado. Balducci, expresidente del Consejo Superior de Obras Públicas, tuvo que dimitir en febrero de 2010 después de tejer una red de corrupción para aprovecharse de los gastos ocasionados por la reunión del G-8 en La Magdalena y su posterior traslado a la población de L’Aquila, afectada por el terremoto. Se calcula que las obras, convenientemente infladas para enriquecerse de forma ilegal, costaron al erario público 500 millones de euros. De aquellos barros de Berlusconi vienen estos lodos que Monti tiene ahora que achicar ajustando el cinturón de los italianos. Por eso, del cara a cara de esta mañana en el palacio Chigi, solo podía esperarse una decisión. La de la salida fulminante de Malinconico del Gobierno de Monti. Aunque envuelta en las habituales palabras de “sentido de responsabilidad” y “derecho a la defensa”, el asunto Malinconico es un feo asunto. Para Monti y para tantos ciudadanos que necesitan que el aire viciado de los favores, grandes o pequeños, abandone de una vez por todas la política italiana.

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