_
_
_
_
_

Concejales extranjeros de puro adorno en los ayuntamientos

Un alcalde queda bien si en su lista lleva a un residente europeo pero los concejales de base no tienen poder. Y la ley prohíbe que los residentes comunitarios sean alcaldes o vicealcaldes

El consejal del Ayuntamiento de Limoges, Martin Forst.
El consejal del Ayuntamiento de Limoges, Martin Forst. Claude Pauquet (Agence VU)

Cuando, hace 20 años, Martin Forst llegó a Limoges, el británico preveía que su estancia iba a ser una breve aventura. “Iba dispuesto a descubrir la vida en una ciudad de provincias, esa Francia profunda que se adivina cuando se pasa por la autopista”. Varios años vividos en París en su juventud habían bastado para pervertir su opinión, para imaginar una terra incognita situada entre la capital y el mar, habitada por tribus extrañas, indescifrables incluso para alguien que hablaba perfecto francés como él.

Hoy, a sus 51 años, Martin Forst ha guardado sus maletas y sus prejuicios. “Creía que iba a encontrar una ciudad fría, pero me acogieron muy bien. Me encariñé profundamente con la gente”. Imaginaba que iba a ser solo una estancia pasajera, pero “se hizo un hueco”. Después de intervenir en la vida asociativa, esta aglomeración del centro de Francia, con 190.000 habitantes, le escogió en 2001 para un puesto en el consejo municipal, como “personalidad”. “No hubo ninguna hostilidad por parte de la población sino, más bien, curiosidad: ¿cómo es ese inglés?”.

Nacido en Folkstone, enfrente de Calais, Martin Forst vivió, debido al trabajo de su padre, que era directivo de una multinacional, largos periodos en todo el continente. Esa vida forjó sus convicciones sobre la ciudadanía europea. Llegó a Limoges dentro de una misión financiada por Bruselas para dar a conocer la Unión a las PYMES de la región del Limousin. “Pero no tengo nada de eurobeat. Yo llegué aquí cuando Europa todavía tenía el viento en popa. Hoy soy muy consciente de que tiene muchas cosas criticables”.

Desde que Francia aprobara en 1998 una ley de aplicación de los acuerdos de Maastricht, los ciudadanos de otros países de la Unión Europea pueden ocupar cargos electos de manera condicional en los consejos municipales. Según las cifras del ministerio del Interior, en los aproximadamente 3.000municipios de más de 3.500 habitantes, únicos con estadísticas disponibles, se presentaron 991 extranjeros comunitarios en 2001 y 1.205 en 2008. En 2001 se eligió a 204 y en 2009 a396. Un número en aumento, igual que el de los ciudadanos comunitarios inscritos en las listas electorales francesas: 259.000.

La profesora universitaria inglesa Susan Collard reunió sus propios datos para un estudio (“French Municipal Democracy: Cradle of European Citizenship?”) llevado a cabo bajo los auspicios del Instituto Europeo de Sussex. La idea no se le ocurrió porque sí: Sue Collard es concejala de Saint-Gervais-des-Sablons, un municipio de un centenar de habitantes, en Normandía, donde se instaló en los años noventa. “Yo misma me siento ciudadana europea”, afirma.

Collard, que se califica de “muy francófila”, también ha observado de primera mano los defectos franceses, como la mentalidad pueblerina o las disputas tontas entre vecinos. “A veces, en los consejos municipales, todo el mundo habla al mismo tiempo y no se saca nada en limpio”, señala la británica. “Descubrir un consejo municipal fue interesante desde el punto de vista sociológico y etnológico”, bromea también Martin Frost.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Incluso vistos desde el sur, esos momentos de democracia local a la francesa están llenos de sal. “Algunos debates me asombran. Hay una afición a hablar y un sentido de la retórica que son completamente franceses”, doce Maria Fernanda Gabriel-Hanning, de 59 años.Esta periodista portuguesa vive en Estrasburgo desde 1976, dedicada a informar sobre los asuntos europeos. Y es miembro del consejo municipal desde 2001. “Cuando se vive en un país, hay que participar en la vida local. Estoy muy orgullosa de que me eligieran”, dice. “Gracias a tener un origen diferente, creo que aporto otra sensibilidad a los debates”.

Pero muchos de estos concejales saben también que su presencia es un puro adorno. Un alcalde queda bien si en su lista lleva a un residente europeo. Ocurre sobre todo en las ciudades que tienen una amplia comunidad portuguesa o en ciertos lugares de la Dordogne que cuentan con numerosos ingleses.

Una vez elegidos, puede llegar la desilusión: los concejales de base no tienen ningún poder. “Los debates tratan sobre todo de que hay que reparar la iglesia. Las verdaderas decisiones se toman en otro sitio”, afirma Sue Collard. Y la ley de 1998 es muy restrictiva, incluso derogatoria, respecto a los acuerdos de Maastricht sobre ciudadanía europea. Prohíbe que los residentes comunitarios sean alcaldes o vicealcaldes, las instancias de poder en las que verdaderamente se deciden las cosas.

Como consecuencia, muchos ciudadanos extranjeros que salen elegidos no vuelven a presentarse, decepcionados por no tener más intervención. Para poder participar de forma más activa en la vida local, Martin Forst decidió adoptar la nacionalidad francesa en 2008. Desde entonces, le han nombrado delegado del alcalde “para las relaciones internacionales”. Representa a la ciudad en el extranjero. Y en todas las elecciones nacionales, preside el colegio electoral de su barrio. Pero no siempre tiene derecho a meter su papeleta en la urna.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_