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"El paro juvenil en España también se debe a la legislación"

La canciller alemana, Angela Merkel.
La canciller alemana, Angela Merkel.THOMAS KOEHLER (PHOTOTHEK)

1. EL LUGAR DEL PODER. Basta con atravesar las puertas de la Cancillería Federal en Berlín, subir hasta la planta en la que Angela Merkel tiene su despacho —la canciller en persona abre la puerta, luego invita a entrar con una marcada cortesía— para comprender dónde reside de verdad el poder en Europa.

Existen con seguridad otros palacios de gobierno, seguramente más ampulosos en sus ornamentos y en sus protocolos, quizá para mejor disimular su creciente impotencia ante los acontecimientos que desgarran el continente en los últimos tiempos; están también los mercados financieros, señalados por muchos como la verdadera fuerza que, independientemente de las voluntades populares, dicta las políticas, los ajustes y el descrédito de la democracia en medio continente; y queda, naturalmente, la enmarañada burocracia de Bruselas, cada vez más sumida en su propia irrelevancia, incapaz de gobernarse y de gobernar el buque europeo en medio de la tormenta.

Pero ningún otro lugar de la vieja Europa refleja hoy la imagen del poder tout court, sin adjetivos, la teatralidad del imperio, como este imponente edificio situado majestuosamente frente al antiguo Reichstag en el centro de la capital alemana, diseñado y construido antes de su tiempo, pero que ahora parecería pensado exclusivamente para ella, espacios abiertos e inmensos, tonos suaves, cristaleras gigantescas, metáfora de transparencia política pero con perfiles duros, inflexibles. Más de 12.000 metros cuadrados lo convierten en uno de los mayores edificios gubernamentales del mundo: casi ocho veces la Casa Blanca. En un momento de la conversación, los tres periodistas le preguntaremos si acaso su carácter, el de Merkel, su permanente exigencia de rigor, no transmite también una imagen de una Alemania dura, dogmática, dominante.

—Me tomo en serio esas preocupaciones. Pero son infundadas.

Raras veces un canciller alemán ha acumulado un poder tan exorbitante. Se le llama Madame Europa, Canciller de Hierro, Frau Bismarck. ¿No le resulta inquietante?

—Yo actúo según mi leal saber y entender [...]. Pero si nos limitáramos a mantener un mero trato de cortesía los unos con los otros y diluyéramos todos los planteamientos reformistas, sin duda le haríamos un flaco favor a Europa.

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Esto es, ni sí ni no. No se niega el poder, ni se ocultan las evidencias, se pretende tan solo su uso benéfico para con el proyecto europeo desde la firme convicción de que sus ideas, las ideas alemanas, la austeridad alemana, las soluciones alemanas acabarán por imponer su valor de cambio en las plazas revueltas por las primas de riesgo, los descalabros fiscales, los millones de desempleados.

Su despacho, en una esquina de una de las plantas más altas, tiene dos grandes ventanas. Desde una se alcanza a ver el magnífico edificio del Reichstag; desde la otra se distingue el hermoso edificio de la Filarmónica de Berlín, semiescondido entre la arboleda del Tiergarten, ahora desnuda por los rigores invernales berlineses. Cuando salimos todos, su portavoz, Steffen Seibert, el periodista de Gazeta Wyborcza, Bastosz Wielinski, el de Süddeutsche Zeitung, Stefan Kornelius, y yo, Merkel nos acompaña hasta la salida, se despide con un suave apretón de manos y cierra ella misma la puerta.

Antes, al entrar, la persona de protocolo me preguntó, mientras esperábamos a la jefa de Gobierno más poderosa de Europa:

—¿Es su primera vez en la Cancillería?

—Sí.

—Venga, le voy a mostrar un poco el edificio. Es muy grande, y aunque parece vacío y alguna gente tiene la impresión de que aquí no trabaja nadie, le puedo asegurar que en los despachos se realiza una tarea ingente.

—No me cabe ninguna duda, le respondo.

2. RAJOY EN BERLÍN. Mariano Rajoy entrará mañana a ese mismo edificio por primera vez como presidente del Gobierno español, recorrerá junto con Merkel los mismos imponentes espacios vacíos y le explicará a la canciller, previsiblemente, las reformas que quiere implementar en España, los recortes que ya ha ordenado, los que ordenará en el futuro y, a cambio, le pedirá la solidaridad de Alemania y Europa porque de lo contrario, con una economía de nuevo en fase contractiva le va a resultar muy difícil convencer a los mercados de que les puede devolver el dinero en tiempo y forma y evitar así la bancarrota del país.

No hay manera de saber qué le contestará la canciller, seguramente con las mismas suaves formas y acentos con los que adornó la conversación que a continuación se transcribe. Pero si ésta sirve un poco de guía, será más o menos lo siguiente: querido presidente Rajoy, aprecio mucho las reformas y los recortes que su país ha emprendido; sé que son dolorosas e impopulares, Alemania lo hizo hace mucho tiempo; cuenta usted con nuestra solidaridad, esto es, debemos emplear el dinero que quede por ahí en los fondos estructurales, por ejemplo, para estimular el empleo y la innovación en pequeñas y medianas empresas; además están ya el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y el Mecanismo Europeo de Estabilidad; pero no piense usted en grandes dispendios a la Keynes, no están los tiempos para eso, haga usted mejor muchas reformas, que no cuestan dinero y dan buenos resultados.

Eso sí lo dice con claridad:

—En España, por ejemplo, más del 40% de los jóvenes están desempleados, lo cual también se debe, entre otros factores, a la legislación. Pido que esta referencia no se entienda como un reproche, porque siento gran respeto por los esfuerzos que está realizando España para introducir reformas. [...] Existen otras posibilidades de promover el crecimiento que apenas requieren recursos económicos. Piénsese en la legislación laboral: tiene que flexibilizarse precisamente ahí donde se alzan barreras demasiado elevadas para los jóvenes.

El resto de ideas de la respuesta a Rajoy que he esbozado antes, y que naturalmente consiste en una aproximación, las encontrará el lector más o menos verbatim en el desarrollo de la entrevista.

3. CONTRA LOS CLICHÉS. De todas formas resultaría muy injusto no resaltar que, pese a las descalificaciones que en público y en privado ha sufrido el europeísmo de Angela Merkel —en su país, Helmut Schmidt desde la oposición, o Helmut Kohl en su propio partido, quien ha lamentado que ella haya arruinado la Alemania europea con la que él soñó—, la canciller sí es capaz de evocar sus ideales en voz alta, de expresar su adhesión al ideal europeísta y de hacerlo además en la gran tradición moral y política del continente.

A pregunta expresa sobre los sentimientos, ella hablará de todo aquello para lo que necesitamos Europa: defender la dignidad humana, la libertad de opinión, la libertad de prensa, el derecho de manifestación, la protección del clima, en fin, un continente para ayudar a conformar el mundo, “un continente en el que la gente está apegada a los mismos valores que yo”. Ahí tomará aliento, hará una larga pausa, como sopesando hasta dónde se ha dejado llevar en su entusiasmo, y recapitulará, siempre pragmática:

—Pero ese sentimiento europeísta no será suficiente para proporcionar bienestar y empleo a la gente. Tenemos que trabajar por ello todos los días.

A eso se dedicará cuando cierre la puerta. En contra de muchos clichés, Merkel sí tiene una idea detallada de para qué sirve Europa, de cómo construirla, de cómo rescatarla de la deriva actual, de la importancia de los valores que representa. Todo ello queda meridianamente claro en el siguiente texto, que recoge los sesenta minutos largos de conversación el pasado jueves en Berlín, una de las escasas entrevistas que la canciller ha concedido a medios internacionales en los últimos tiempos. Se podrá discrepar de su visión, eso sucede con frecuencia en muchas capitales del continente, pero no negar que Merkel tiene ideas claras, aunque algunos las consideren equivocadas y peligrosas, sobre qué hacer con Europa y de que, a su modo, le importa sobremanera el futuro del continente y de sus gentes en el momento más angustioso de su historia reciente.

Lee aquí el texto completo de la entrevista.

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