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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Es una tomadura de pelo o solo lo parece

El Tratado obliga solo a reducir el déficit, no a avivar economía y empleo El Plan para crecer: un malabarismo de reasignar partidas sin un euro nuevo

Xavier Vidal-Folch
Una bandera de la UE sobre Atenas.
Una bandera de la UE sobre Atenas.Petros Giannakouris (AP)

“Los líderes dedican gran parte del tiempo de sus cumbres a discutir cómo sacan la patita que han metido en la cumbre anterior”, susurra un protagonista en la alta política de la UE.

La inanidad de las circulares y recidivantes discusiones sobre Grecia, Portugal o el tamaño del fondo de rescate ratificó ayer lo difícil que es sacar la patita. Hincada al menos desde que Merkel y Sarkozy liberaron de la botella (Deauville, 19 de octubre de 2010) al duende de la quiebra de un socio, oculto en la quita (merma del valor de los bonos) a sus acreedores privados. El cónclave hizo dos magnas contribuciones a la secuencia de empecinamientos: la luz verde a un contrahecho Tratado de Estabilidad y el endoso de un plan de crecimiento económico que no es un plan. Una tomadura de pelo.

¿O solo lo parece?

Pongamos que el Tratado es necesario para asegurar la disciplina de lo socios del euro, y diseñar, o abrir paso, a las consiguientes compensaciones a favor del crecimiento. Que es mucho poner: el Parlamento Europeo “expresa sus dudas con respecto a la necesidad” del acuerdo (resolución del 18 de enero) y el bueno de Wolfgang Munchau (FT del lunes) las multiplica: “es innecesario”, porque sus disposiciones podrían acordarse por la vía legislativa normal y porque “incentivará” las políticas recesivas, por demasiado restrictivas.

Pongamos que no tienen razón y que conviene un Tratado que responda a su pomposo título: “de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión económica y monetaria”. Pues bien, el texto sólo responde a la idea de “estabilidad”, de disciplina presupuestaria. Sobra el resto del título.

Hay que repetir hasta la saciedad que solo el artículo 9 (de los 16 existentes) manda “promover el crecimiento económico”. Y prescribe que los firmantes “adoptarán las actuaciones y medidas necesarias” para ello. Pero sigue sin concretar ninguna. Siguen sin tener carácter obligatorio. Sigue sin prever multas a quien no lo haga. Sigue sin amenazar con llevar al Tribunal de Luxemburgo a quien incumpla ese mandato...

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Y en cambio todo eso lo estipula al milímetro contra quien incumpla el mandato de reducción del déficit. En esa asimetría estriba la tomadura de pelo. En que se vende el producto como herramienta para impulsar los dos polos de la política económica y sólo desarrolla uno.

Pero hay más. La quinta versión del texto, la que llegó al cónclave, es aún más retorcida que la anterior. Los enfebrecidos del punto y coma, como este columnista, deténganse en las novedades: los considerandos 8, 14 (enteramente nuevo) y 16, y los retoques de los artículos 3.2; ; 8 (1 y 2) y 10. Son esenciales no porque lo sean, sino porque su bizantinismo retrata cómo los inspiradores y redactores del texto han enfermado: combaten ilusorios molinos de viento (las más recónditas vías de incurrir en déficit y de sortear las sanciones) como quijotes desquiciados.

Para la buena gente no contaminada basta destacar que una de las obsesiones de esos retoques es la de apoderar a cualquier Gobierno para perseguir a un socio incumplidor, si la Comisión se inhibe. A lo mejor el texto es necesario, amigo Wolfgang, pero será inútil. Porque todas las actuaciones históricas en este ámbito que han marginado o minimizado el poder de las instituciones-—desde la agenda de Lisboa de 2000, hasta la rebelión de París y Berlín para sortear las sanciones de Bruselas por incumplir el Pacto de Estabilidad en 2003—- han desembocado en el lugar del que nadie quiere acordarse: la irrelevancia.

El otro falso crecepelo es la “Declaración” para relanzar el crecimiento económico. El asunto preocupa a la pareja germanofrancesa —la última en enterarse de que si el PIB baja no alcanza siquiera para pagar las deudas— desde su bilateral del 9 de enero, primera ocasión en que han propuesto combinar el cilicio con las vitaminas.

Berlín-París, Comisión y Consejo han usado para ello dos técnicas de probada ineficiencia. Una es vaciar los cajones (como en la Agenda de Lisboa) de bellos propósitos y planes desechados: empleo juvenil, financiación a las pymes. Es dudoso que se doten de control efectivo cauciones como la de que “los supervisores nacionales [los bancos centrales] deben asegurar que la recapitalización de los bancos no les lleva a un desapalancamiento excesivo”: ¿quién pone ese cascabel al gato? NS / NC.

Otra es pasar el rastrillo al presupuesto comunitario y reasignar partidas. El dinero remanente, no gastado en el pasado ni devuelto a los Gobiernos, es calderilla, unos 30 millones. Y reorganizar los —quizá— cerca de 100.000 millones de fondos estructurales y de cohesión aún no asignados para los dos años (2012 y 2013) restantes de las actuales Perspectivas financieras septenales quizá sea precipitado. En todo caso, es engañoso: esos fondos están ya orientados al crecimiento: carreteras, escuelas, depuradoras. Y desde la “Estrategia de empleo de Luxemburgo” (1997) ni un duro debe dedicarse a proyectos que no creen empleo. No hay pues un sólo euro nuevo. Solo juegos malabares.

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