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Somalia aprieta el paso hacia el abismo

Las ONG piden algo más de 1.100 millones este año para acabar con la emergencia humanitaria

Lul Jama hace cola con su bebé, Timara, para recibir su ración de comida.
Lul Jama hace cola con su bebé, Timara, para recibir su ración de comida.J. M. CALATAYUD

Lul Jama, una mujer de 27 años, aguarda pacientemente en la cola para recibir su ración de comida. Tiene en brazos a su bebé, Timara, que apenas tiene 10 meses y está medio dormida. “Cuando llegamos a Mogadiscio hace unos siete meses estaba muy enferma, pero ahora se está recuperando, nos han dado medicinas y comida”, dice Jama mirando a su hija.

Precisamente hace apenas 10 días que la ONU declaró oficialmente el fin de la hambruna en Somalia.

Timara es una de los miles de niños esqueléticos cuyas imágenes nos asaltaron en julio y agosto. Muchos de ellos, más de 25.000 menores de 5 años según las ONG, no sobrevivieron. Y hasta 100.000 personas en total pudieron morir debido a la tardanza de la comunidad internacional en reaccionar a la crisis humanitaria en el Cuerno de África.

Timara tuvo más suerte y hoy está viva y relativamente saludable, aunque sigue sufriendo de desnutrición –los niños tardan meses en recuperarse- y sus consecuencias afectarán a su desarrollo físico y mental durante toda su vida.

Jama, Timara y sus siete hermanos y hermanas viven en una especie de tienda de campaña hecha con palos, plásticos y telas en un campo para personas desplazadas en Mogadiscio. Llegaron en junio desde Bardera, en el este del país, una zona muy afectada por la sequía y bajo el control de la milicia islamista rebelde Al Shabab.

“Solo volvería a mi casa si me dan semillas y animales”, algo que la sequía le arrebató, dice Jama. “Pero entonces Al Shabab me preguntaría primero por qué me fui y de dónde he sacado las semillas y el ganado y me lo quitarían: prefiero quedarme aquí”, explica.

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Además del alimento especial para Timara, Jama va a recibir una cesta de comida que deberá alimentar a toda su familia durante un mes. Incluye maíz, legumbres, aceite vegetal y lo que denominan super cereal, un compuesto de soja y maíz rico en proteínas. La idea de la cesta es que estas familias tengan suficiente comida para todos y evitar así que los demás miembros no acaben comiéndose el alimento especial para los niños malnutridos, según responsables del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Mogadiscio.

El niño Hassan recibe comida en Mogadiscio.
El niño Hassan recibe comida en Mogadiscio.J.M.C.

La imagen ha cambiado desde este verano. Ya quedan pocos niños escuálidos en las clínicas y en los campos para desplazados. El regreso de la lluvia durante los últimos meses de 2011 ha permitido a muchos hombres desplazados regresar a sus lugares de origen para trabajar la tierra. La retirada de Al Shabab de Mogadiscio ha revitalizado la ciudad y otros han podido encontrar empleos eventuales. Personas desplazadas reciben comida con regularidad y se sienten seguras en la capital, a pesar de lo precario de las tiendas que les sirven de hogar.

Sin embargo, "los logros son frágiles y se revertirán si no continúa el apoyo", destaca Mark Bowden, coordinador humanitario de la ONU para Somalia. "Millones de personas todavía necesitan comida, agua limpia, refugio y otro tipo de asistencia para sobrevivir, y se espera que la situación se deteriore en mayo".

Todavía hay 2,3 millones de personas en situación de emergencia humanitaria en todo el país. Además, en otras partes de Somalia, el conflicto armado entre Al Shabab y fuerzas somalíes y africanas leales al Gobierno aún dificulta la entrega de ayuda humanitaria y el regreso a la normalidad.

Escenario complicado y exigente

En toda Somalia, más de 1,4 millones de personas viven en campos para desplazados tras haber dejado sus hogares debido a la inseguridad, el conflicto, la sequía o el hambre. De ellas, unas 372.000 se encuentran refugiadas en Mogadiscio.

Con la emergencia bajo un cierto control, la cuestión es cómo ayudar a estas personas desplazadas a recuperar los medios para ganarse la vida y cómo evitar que la continua inestabilidad y una futura sequía vuelvan a desembocar en otra hambruna en el futuro. Desde que el dictador Siad Barré fue depuesto en 1991, Somalia vive en un estado de guerra casi constante y ha sufrido dos hambrunas, en 1992 y la actual.

ONG y agencias de Naciones Unidas han pedido 1.500 millones de dólares [1.131 millones de euros] para acabar con la emergencia e iniciar el regreso a la normalidad en Somalia durante 2012. De estos, 486 millones de dólares [366 millones de euros] irían destinados a la agricultura y a otras formas de ganarse el sustento para los necesitados.

“En cuanto a acciones para el medio y largo plazo, existen muchas dificultades: de seguridad debido al conflicto, de logística debido a la falta de infraestructuras, de que no haya una solo Gobierno y el tener que negociar con diferentes autoridades en cada zona”, comenta Challis McDonough, portavoz del PMA, caminando entre dos asentamientos para desplazados en Mogadiscio. “Somalia es el lugar más complicado y exigente del mundo para realizar una labor humanitaria”.

En otra parte de este centro de distribución de comida, mujeres y niños también hacen cola para llenar sus cacharros con gachas de maíz, caldo de verduras, un plátano y un limón. Los empleados de SORRDO, una ONG somalí, elaboran y reparten esta comida del PMA dos veces al día, cuando cualquier persona con recipientes vacíos puede venir y recibir alimentos.

Hassan Mohamud Saney tiene ocho años y viene todos los días. “La comida está buena, pero no es suficiente”, dice con timidez. Tiene que andar casi una hora para llegar desde el campo en el que vive desde hace seis meses y luego volver cargado con los recipientes llenos. “A veces chicos mayores que no quieren venir aquí me quitan la comida por el camino”, cuenta Hassan, que dice que esto le pasa una o dos veces por semana.

Sus padres, sus dos hermanas, sus tres hermanos y él viven en una tienda hecha de palos y se reparten las tareas. Sus padres trabajan limpiando zapatos y pidiendo dinero o comida por las calles, él y sus dos hermanas vienen a por comida a diario y los niños más pequeños van a una escuela.

“No quiero volver a casa [en Jawhar, unos 85 kilómetros al norte de Mogadiscio], allí no había comida por la sequía y había disparos todos los días”, asegura a pesar de todo Hassan.

Unas dos horas después de esta conversación, una explosión, a unos 200 metros de este centro de distribución, mató al menos a cuatro desplazados y a dos policías e hirió a once personas. Se trata de un hecho habitual en la capital y que ya apenas es noticia.

“En los últimos siete días, ha habido 11 enfrentamientos armados y varios ataques con granadas y explosivos improvisados”, confirmaba entonces una fuente de seguridad de la ONU. El día a día y la lucha contra el hambre en Mogadiscio, una ciudad que a pesar de todo los refugiados no quieren abandonar.

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