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El hiperactivo crepúsculo de la 'grandeur'

El presidente saliente, Nicolas Sarkozy, deja su país peor de lo que estaba, aunque Francia no se haya hundido como algunos socios del sur de Europa

Sarkozy, en un acto público, el lunes en París.
Sarkozy, en un acto público, el lunes en París.YOAN VALAT (EFE)

En uno de sus habituales arranques de filósofo casero, Nicolas Sarkozy dijo hace poco que prefiere que le juzgue la historia a que lo hagan las urnas. Ahora que tras mucho suspense es por fin candidato oficial a la reelección, la frase seguramente significa que va a intentar presentarse a los franceses como un motor de esperanza y de futuro, tratando de esconder bajo la alfombra gran parte del balance de sus primeros cinco años de presidencia y de Gobierno.

De Gobierno, sí, porque más que un presidente de la república al uso, Sarkozy ha sido un presidente ejecutivo, un primer ministro hiperactivo y petulante que lo ha hecho todo sin delegar ni ahorrarse nada: divorciarse, celebrar su victoria en el yate de un amigo millonario, casarse, tener un hijo, volar a Chad para liberar a unas azafatas españolas detenidas, insultar vulgarmente a un agricultor que le importunó un día, abroncar a los dirigentes europeos en las cumbres de la crisis, subir el IVA tres meses antes de las elecciones… Todo eso, y más, lo hizo él personalmente. Fue la única e indiscutible estrella de su quinquenio.

Pero este despliegue de energía, no siempre bien vista por sus pares ni entendida por sus conciudadanos, ¿ha sido para bien o para mal? Esta es la pregunta del millón de euros, y no tiene una respuesta sencilla.

Si ponemos un foco amplio, un resumen posible sería que su reinado laico (pero muy papista) ha coincidido con el crepúsculo de la grandeur. Aunque este concepto tiene trampa, porque viene de lejos y porque, como ha dicho el analista José Ignacio Torreblanca, la grandeur consiste en perder y que parezca que has ganado, y Sarkozy no ha podido evitar que el mundo sepa hoy que Francia ya no cuenta lo que contaba.

En cierto modo, la culpa no es solo suya, que siempre se ha resistido -a veces con acierto, como en Libia, y otras de forma patética, como al prometer refundar el capitalismo- a que esto fuera así, sino de la otra decadencia, la de Europa, pues es el continente entero el que ha sufrido el vapuleo histórico de la crisis de las hipotecas y la deuda del que Alemania ha emergido como líder omnímodo y con su triple A intacta, mientras Sarkozy ejercía, no sin habilidad y seny, como aliado de ocasión con los pies de barro.

Durante el hundimiento de Europa, Francia ha ido cada vez a menos, hasta perder su preciada triple A, mientras Alemania no dejaba de avanzar
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El problema es que los datos no mienten y señalan que durante el hundimiento de Europa, Francia ha ido cada vez a menos (hasta perder su preciada triple A), mientras Alemania no dejaba de avanzar. Y a la vez, es verdad que Francia está bastante mejor que sus viejos amigos del sur (hoy solo un referente aquí como antimodelo), y que Sarkozy ha logrado convertir en Merkozy lo que como mucho daba para un Merkelzy (dijo Timothy Garton Ash).

Esto es seguramente un mérito atribuible a la enorme capacidad de trabajo y a la natural astucia comunicadora de ese animal político llamado Sarkozy, al menos tanto como a la imperiosa necesidad que tiene Angela Merkel de colocar a un líder francés a su lado en las fotos para que no se aprecie tanto la verdad, es decir que es el panzer de la austeridad germánica quien está arrasando el Estado de bienestar europeo mientras Sarkozy se limita a obedecer y trata de minar su intocable Etát Providènce presentando la emulación del modelo alemán como una convergencia sin más alternativa que el conflicto.

La paradoja es que Sarkozy quiere ser ahora como Alemania, pero ha tenido cinco años para intentar parecerse y no lo ha conseguido. Los datos económicos certifican que la distancia entre los dos grandes potencias del euro se ha ido ampliando cada vez más. Bajo su mandato, París ha aumentado sus parados en más de un millón de personas (récord histórico desde 1999) mientras que el alemán es del 6,8%. Francia batió en 2011 su dato de balance comercial (más de 70.000 millones de déficit) mientras Alemania tiene superávit. Sarkozy ha aumentado la deuda pública en 612.000 millones de euros, llevándola al 87% del PIB, mientras Alemania anda en el 84% pero paga por ella bastante menos, cuando no cobra.

Dentro, las desigualdades han crecido de forma brutal, tanto por el número de pobres (más de ocho millones, 82.000 nuevos cada año), como por los regalos fiscales a los ricos, calculados en 75.000 millones de euros. En educación, Francia ha suprimido 80.000 profesores y bajado 12 puestos en la clasificación mundial, según la OCDE, y en sanidad, cuatro millones de franceses han perdido sus ayudas.

En el lado positivo, sus seguidores suelen citar la reforma de las pensiones --que retrasó la edad de jubilación de los 60 años a los 62-- el reajuste de una administración gigantesca con el bloqueo de contratos de funcionarios (solo se suple a uno de cada dos jubilados), la reforma de la universidad y la mejoría (dudosa, cuando no manipulada) de las cifras de delincuencia e inmigración ilegal.

Parece escaso bagaje para el hombre que en 2007 prometió “trabajar más para ganar más” y una “república irreprochable”, y que ha sido incapaz de acabar con la semana de 35 horas y ha sido acusado de favorecer a amigos, familiares, empresarios y millonarios, viendo cómo los escándalos de corrupción se sucedían salpicando a ministros y colaboradores muy cercanos (casos Bettencourt, Karachi, espionaje a periodistas de Le Monde y otros menores).

Eso, y sus frecuentes caídas en el mal gusto y lo vulgar (el concepto bling-bling resume a la vez su rudeza y su fascinación por los Rolex, el lujo y el dinero), que muchos consideran indignas de un presidente republicano, ha provocado que millones de franceses no soporten hoy la mera presencia de Sarkozy.

¿Significa esto que su reelección es imposible? No. A diferencia de lo que pasó con Zapatero en España y con otros 11 gobernantes europeos, el líder de la UMP se mueve como una anguila en los charcos de la crisis. Sabe alentar el miedo a lo desconocido, juega con marrullería las bazas populistas de la ultraderecha (identidad, seguridad, inmigración), se presenta con la sólida Angela Merkel como apoderada y con el reformista Gerhard Schroeder como sobresaliente, y debe lidiar con un electorado desorientado, asustado, conservador, cada vez menos cultivado y más deseoso de que Francia se parezca a Alemania.

Solo dos certezas. La pelea hasta el 22 de abril y el 6 de mayo será durísima. Y de su resultado dependerá, en buena medida, el futuro de Europa. Si gana Sarkozy, tendremos Merkozy para rato. Si no, la izquierda habrá vuelto y quizá Merkel no dure más de un año. Mientras Grecia arde, Portugal quema y España toma temperatura, hagan sus apuestas.

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