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¿Qué ha pasado con los héroes anónimos de Homs?

Cientos de ciudadanos arriesgan su vida para abastecer el bastión rebelde sirio, grabar y difundir la represión, y proteger a los perseguidos por el régimen de El Asad

Un hombre graba el funeral de un adolescente muerto en Al Qusayr.
Un hombre graba el funeral de un adolescente muerto en Al Qusayr. alessio romenzi

En aquel apartamento el teléfono sonaba sin parar. Era el único que funcionaba en todo Bab Amro, una línea a través de la que una veintena de activistas sirios contaba al mundo lo que ocurría durante el largo y sangriento cerco de ese barrio de Homs, ahora tomado por las tropas de Bachar el Asad. Los que hablaban inglés atendían a los medios occidentales 24 horas al día y sin descanso. “¡Somos seres humanos, estamos muriendo aquí sin que nadie haga nada!”, clamaba Daniel Abu Dari al auricular, con los ojos somnolientos y el miedo en el alma. Las bombas caían sin parar, más de 500 proyectiles de mortero al día. “Es mejor no pensar, seguir trabajando, ya ni las oigo”, decía al colgar, buscando un hueco imposible para recostarse y dormir un poco hasta la siguiente llamada.

El Ejército del régimen no tardó en localizarles. El edificio fue bombardeado y en el ataque murieron la periodista Marie Colvin y el fotógrafo Remi Ochlik, pero el grupo había perdido ya al sirio Rami al Sayeed, uno de esos héroes anónimos con seudónimo en la red convertidos en reporteros de guerra fortuitos que salían a las calles, repletas de francotiradores, sorteando la muerte, para grabar y enviar sus vídeos llenos de realidad. “Chicos, no grabéis con tanta crudeza, aquí no se pueden emitir cadáveres destrozados”, pedía por Skype una televisión estadounidense. Acompañaban con valentía a los periodistas extranjeros, recorriendo la ciudad en coches a toda velocidad parándose en las peligrosas esquinas. “¡Shuf [mira]! ¡ahí están los soldados, graba, graba!”, gritaba el conductor. En el hospital grababan incluso cómo curaban a uno de los suyos que había resultado herido, Saleh Abdu Salah, famoso en todas las televisiones árabes.

Eran conscientes de que estaban atrapados, como el resto de la población. “Tenemos un plan por si entran las tropas de El Asad”, aseguraba entonces Abu Hanin con mucha tranquilidad, un joven padre de familia al frente de aquellos kamikazes, ahora en paradero desconocido. Pero en el barrio no había escapatoria, rodeado por cientos de soldados que disparaban a matar y donde ahora el régimen tiene libertad para buscar casa por casa a todos los opositores. Existía a principios de febrero una sola entrada secreta, un peligroso corredor por el que no se podían transportar grandes bultos o a un gran número de personas, aunque esa única vía fue bombardeada por la artillería del régimen alrededor del día 10 de febrero. De ahí que cuatro periodistas extranjeros se quedaran atrapados en Bab Amro la semana pasada, entre ellos varios heridos, y el reportero español Javier Espinosa, que tuvo que atravesar el férreo cordón militar que asfixiaba la zona.

Como ese grupo de héroes, muchos otros miembros de la resistencia siguen trabajando a diario en otras localidades de Siria como Alepo, Hama, Idlib, Latakia o Al Qusayr. Sufriendo constantes cortes de luz, sin líneas telefónicas ni medios para transmitir, luchando por conseguir unos minutos de Internet y colgar en Youtube la manifestación del día, los heridos, los funerales. “Tengo más de 300 cintas en un escondite secreto. A los muertos les ponemos un cartel en el que se lee el lugar y fecha de la muerte y yo lo grabo, porque alguien lo verá en el futuro y podrá comprobar que es cierto todo lo que está ocurriendo aquí”, explicaba Mahmun, que ha cavado su propia tumba en el cementerio. “Soy uno de los más buscados”, decía, sonriendo con resignación. Hace dos meses perdió a uno de sus mejores amigos, Farsad, después de que los shabiha (matones del régimen) lo capturaran y lo mataran. Su cadáver apareció con los ojos arrancados, como ejemplo para todos los testigos que quieran ver y contar lo que ocurre ahora en Siria.

No están solos, son parte de una red organizada que trabaja en coordinación con el Ejército Libre, que monta los viajes por carretera y escolta los vehículos que transportan suministros, medicinas, alimentos, o la salida de heridos hacia Líbano, atacados a menudo por las tropas del régimen y cumpliendo con la misión que les toque. “Yo hago de todo, desde fabricar bombas hasta de niñera de reporteros”, bromeaba Abu Jaled, miembro del Ejército Libre. “Mi objetivo ahora consiste en que estéis a salvo y que saquéis las imágenes de este país”, explicaba. Desde la frontera hasta Homs, son muchas las casas en las que familias enteras acogen a todos esos bultos humanos, refugiados que huyen, activistas perseguidos, miembros de la resistencia camino del extranjero para recaudar fondos o periodistas foráneos, en un trasiego clandestino no exento de grandes riesgos.

En una de esas viviendas refugio, a Maryam, profesora de 40 años, le temblaba el pulso al servir el té. “Aquí, en este pueblo, no está el Ejército Libre y los shabiha pueden venir en cualquier momento”, comentaba visiblemente nerviosa al cámara español Roberto Fraile y al fotógrafo italiano Alessio Romenzi, de camino a Bab Amro. Todos ellos siguen cumpliendo con su cometido a día de hoy, incluso ahora que el Ejército Libre ha abandonado el barrio por razones “tácticas”, una zona que ha caído ya en tres ocasiones en manos de las tropas de El Asad y ha sido recuperada en otras dos, según activistas sirios.

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A pesar del avance de las tropas de El Asad, “sabemos que corremos peligro y que la revolución será larga y cara. Pero estamos dispuestos a pagar el precio”, aseguraba Kasir, líder de la resistencia política en Al Qusayr, un hombre que media a diario para conseguir que la mecha de la violencia religiosa no prenda en su ciudad, donde alauitas, cristianos y suníes conviven en armonía en la zona bajo el control de los rebeldes. “Estuvimos manifestándonos pacíficamente hasta septiembre y solo conseguimos que nos dispararan, nos encarcelaran o nos mataran. Al final, se ha formado un ejército que protege a la población, no tenemos otra salida”, explicaba. Cerca de cumplirse un año de las revueltas, “no hay marcha atrás. Seguiremos luchando porque sabemos que el régimen no tendrá piedad con nosotros”.

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