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TORMENTAS PERFECTAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El reflujo

Acomodarse a esta nueva resultará menos fácil

Lluís Bassets
MATT MADERA

Tras el primer golpe de mar, la resaca remata la faena. Hace justo un año pegó el tsunami, en Japón el 11 de marzo, con los resultados que ya conocemos: además de casi 16.000 muertos, 3.200 desaparecidos y de cuantiosas pérdidas en las regiones costeras, se produjo el mayor accidente nuclear desde Chernóbil y la devastación de una entera región alrededor de la central de Fukushima. Llevaba una carga doble: era el segundo percance atómico de la historia y también el mayor temblor de tierra en Japón desde que funcionan los registros.

 Cuando temblaron las profundidades a 60 kilómetros de la costa, otro terremoto, este político, estaba ya barriendo la superficie del planeta desde el Atlántico hasta el golfo Pérsico. Habían caído dos dictadores, el de Túnez y el de Egipto; dos más estaban en el disparadero, los de Libia y Yemen; ningún rincón del mundo árabe quedaba fuera de la oleada de protestas; prendía la guerra civil en Libia y empezaban las matanzas en Siria. Y otro terremoto más, este económico, que llevaba también azotando desde 2008 al menos, situaba al borde de la quiebra a los países de la periferia del euro y en la zona de peligro a la propia moneda única.

En pocas ocasiones un fenómeno natural actúa como imagen tan plástica del acontecer del mundo, sometido a un momento excepcional de aceleración, a un brusco desplazamiento de los centros de poder y a unas crecientes dificultades para gobernar la globalidad desde las estructuras de las instituciones realmente existentes: los Estados nacionales y la arquitectura internacional surgida de la Segunda Guerra Mundial.

Las cámaras infinitas con las que nos vigilamos a nosotros mismos se encargaron de grabar las imágenes de la inmensa catástrofe, que nos dieron la idea de cómo podía ser el fin de la civilización humana, es decir, de nuestro mundo. Con Fukushima quedó claro que terminaba una época y empezaba otra nueva, un mundo distinto. Podemos esperar que sea mejor porque no tendremos otro y sería vano compadecerse. Pero ya sabemos que no será fácil acomodarse.

Será difícil organizar el suministro de energía, atrapados entre Putin y Arabia Saudí, con menos nucleares y sin dinero público para renovables: sufrirán los piadosos objetivos de limitación de emisiones establecidos en Kioto. No menos difíciles serán las transiciones de los países árabes a la democracia allí donde finalmente se saquen de encima las viejas estructuras. Por no hablar de la salida de la crisis en Europa, donde costará asegurar el mantenimiento del nivel de vida y los sistemas de bienestar.

Ahora, un año después, se nota el reflujo. La salida no será verde. De las dictaduras policiales podemos pasar a unas democracias islamistas escasamente liberales como en Pakistán. Y en vez de un capitalismo reformado, nos quieren dar las dos tazas reglamentarias del de siempre.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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