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Los árabes están divididos por la ‘lección’ a Teherán

El temor a las catastróficas consecuencias de una guerra y las respectivas situaciones internas agudizan las diferencias entre los seis países del Golfo

Ángeles Espinosa
Una niña celebra un gol del iraní Piroozi Athletic Club en contra del equipo saudí Al-Hilal en Riad (Arabia Saudí).
Una niña celebra un gol del iraní Piroozi Athletic Club en contra del equipo saudí Al-Hilal en Riad (Arabia Saudí).FAYEZ NURELDINE (AFP)

La amenaza de un ataque israelí a Irán preocupa de forma especial en la otra orilla del golfo Pérsico. Aunque para algunas de las monarquías árabes el régimen iraní representa un peligro mayor que Israel, nadie duda de que una nueva guerra en la región sería catastrófica. De ahí, el esfuerzo por encontrar vías directas e indirectas de presionar a Teherán para que renuncie al empeño nuclear, y conseguir el doble objetivo de neutralizar sus ambiciones y el riesgo de conflicto.

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“A consecuencia de esta crisis, a Arabia Saudí, Bahréin y Kuwait les gustaría que Irán se llevara un buen capón y que le pusieran en su sitio, mientras que Emiratos Árabes Unidos (EAU), Catar y Omán se muestran más prudentes en público”, asegura Theodore Karasik, director del Instituto de Análisis Militares para Oriente Próximo y el Golfo (INEGMA, en las siglas en inglés) de Dubái. En su opinión, “EAU, sobre todo Abu Dabi, busca que se ejecuten las sanciones, Catar intenta jugar a dos bandas, y Omán está totalmente en contra de cualquier tipo de acción militar”.

Las diferencias entre los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) tienen qué ver tanto con sus respectivas relaciones con Teherán, como con su situación interna. Arabia Saudí ve en el Irán persa y chií un reto a su autoridad política y religiosa en la región (árabe y mayoritariamente suní). El régimen que surgió de la revolución de 1979 no sólo cuestionó su potestad sobre los santos lugares del islam en La Meca y Medina, sino que ha tratado de extender su influencia política a través de las minorías chiíes que salpican la península Arábiga.

Los gobernantes saudíes confirmaron esa preocupación cuando el año pasado enviaron tropas (bajo el paraguas de la fuerza del CCG denominada Escudo de la Península) a proteger a la monarquía de Bahréin de un levantamiento popular que, aunque inspirado por las revueltas de Túnez y Egipto, enseguida adquirió un tinte sectario: la familia real, suní, se enfrentaba una población mayoritariamente chií. Tanto Manama como Riad vieron la mano oculta de Teherán. Y esa misma amenaza es la que el ministro saudí de Defensa tenía en mente cuando a principios de este mes propuso transformar el Escudo de la Península en “un Ejército unificado del CCG”.

“A Arabia Saudí y Bahréin no les importaría que un ataque militar israelí mermara significativamente la capacidad militar de Irán. Pero saben que la respuesta iraní sería contundente y en consecuencia no lo favorecen”, afirma en un correo electrónico Mehran Kamrava, director del Centro de Estudios Internacionales y Regionales de la Universidad de Georgetown en Catar.

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Dado que todos los países árabes ribereños del golfo Pérsico alojan bases estadounidenses, los objetivos parecen evidentes. Sin embargo, algunos tienen más resortes que otros para tratar de blindarse. Es el caso de EAU, donde como recuerda Karasik, Irán “tiene activos tanto comerciales como inmobiliarios que pueden funcionar como una póliza de seguros frente a una eventual represalia iraní”.

En las últimas décadas, Dubái, uno de los siete emiratos de la federación de EAU, se había convertido en el principal punto de entrada a Irán para los productos europeos, estadounidenses y asiáticos (las reexportaciones en los nueve primeros meses de 2011 alcanzaron 6.650 millones de euros). También en su centro financiero. Ahora, Washington ha incrementado la presión para que aplique de forma rigurosa las sanciones internacionales que intentan que los iraníes renuncien a su programa nuclear. El coste es alto, pero si hubiera una guerra sería ruinoso.

Algunos observadores están convencidos de que el inusitado respaldo que Arabia Saudí y sus socios del CCG a la revuelta siria tiene más que ver con Teherán que con las aspiraciones de los rebeldes. Los miembros de ese foro, que se creó en 1981 para hacer frente al Irán postrevolucionario, han multiplicado sus reuniones en las últimas semanas buscando fórmulas para ayudar a los sublevados contra el régimen de Bachar el Asad, que incluyen facilitarles armas. Dado el escaso pedigrí democrático del club, parece claro que ese apoyo busca no tanto el derribo de un dictador como acabar con el principal eslabón de la influencia iraní en la zona.

“La posición consistente de Catar ha sido animar el diálogo y asegurarse de que las tensiones no se escapan de las manos”, recuerda Kamrava. “Catar no quiere ver un conflicto militar en absoluto; [sus dirigentes] pretenden que siga siendo atractivo para los inversores extranjeros; no desean que los problemas regionales impidan que su país se convierta en la cúspide mundial de la globalización”, añade.

En Kuwait, la situación es más compleja porque a diferencia de Catar (homogéneamente suní), cuenta con una importante minoría chií cuya burguesía ha respaldado tradicionalmente a la monarquía, pero cuyo peso económico despierta recelos en algunos sectores. Las fricciones resurgen cada vez que una cuestión relacionada con Irán entra en el debate.

“Nos gustaría que las ambiciones nucleares iraníes fueran un asunto internacional, así que los funcionarios kuwaitíes no hablan mucho del tema”, explica Saad al Ajmi, director del periódico on line Al Aan. “Irán puede ser un problema para la región, con o sin armas nucleares, debido a su militarización y al extremismo del régimen”, reflexiona no obstante, convencido de que “las amenazas israelíes sólo intentan presionar a Occidente para que frene sus ambiciones nucleares”.

Omán, el país del Golfo que mejores relaciones tiene con la República Islámica, ha mantenido sus contactos bilaterales a alto nivel e incluso participó en unas maniobras navales conjuntas el pasado febrero. “Percibimos a los iraníes como herederos del imperio persa y vecinos con quienes compartimos geografía, historia y religión. Por eso aunque la comunidad internacional tenga fuertes argumentos para sugerir que Irán es un país hostil y enemigo, nos resulta muy difícil encontrarlos convincentes”, señala Jalid Alsafi el Haribi, director ejecutivo del centro de análisis Tawasul.

Su descripción resulta consistente con el resultado de una encuesta sobre la opinión árabe publicada esta semana. Según el Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos de Doha, el 73% de los encuestados en 12 países, que representan el 85% de la población árabe, considera Israel y EE UU como la mayor amenaza para la seguridad del mundo árabe (51% identifica a Israel y 22% a EE UU). Sólo un 5% señala a Irán, aunque esta cifra es algo más alta en los países más próximos.

“Las amenazas no son nuevas y todos los países del golfo Pérsico tienen que tomar precauciones, pero creo que existe un cierto consenso en la región de que Israel no atacará”, resume Kamrava. No obstante, admite que “dada la insistencia con que las repite Israel, nadie puede descartarlas por completo”.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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