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"Todo es muy duro, sobre todo para los ocho padres sin noticias de sus hijos"

La localidad de Heverlee queda conmocionada por el suceso De esa ciudad procedían 24 niños del grupo que sufrió el accidente

Vecinos de Heverlee (Bélgica) dejan ramos de flores y mensajes en el colegio Sint Lambertus.
Vecinos de Heverlee (Bélgica) dejan ramos de flores y mensajes en el colegio Sint Lambertus.OLIVIER HOSLET (EFE)

La tapia y la verja de acceso al colegio de primaria Sint-Lambertus en Heverlee, localidad vecina y absorbida por la ciudad de Lovaina, a una treintena de kilómetros de Bruselas, estaban ya a media mañana cubiertas con dibujos de escolares que deseaban a sus compañeros mayores (los de sexto, nacidos en 2000) una pronta recuperación y un inmediato regreso a casa, tras el siniestro de la noche del martes en Suiza, donde todos, con profesores y acompañantes adultos, habían pasado la tradicional semana de vacaciones en la nieve. Los colores alegres de los críos contrastaban con el ánimo sombrío de vecinos y padres de otros chicos, que comentaban cómo ocho de las familias de los viajeros no sabían nada de los suyos. “Todo es muy duro, pero sobre todo para los ocho padres que no han recibido noticias de sus hijos, que se temen los peor”, comentaba Micke Van Hecke, directora general de enseñanza católica en Flandes.

Anne de Roo, acompañada de sus tres hijos, el mayor ya de 17 años y los tres exalumnos del Sint-Lambertus, explica que su hermano ha podido hablar con su sobrina Marilyn. “Solo sé que le ha dicho que está bien, aunque con heridas en el hombro y en la espalda”, dice. “Mi hermano ha salido de inmediato con el coche para Suiza, sin esperar a ir con los demás padres en el avión”.

El avión es uno de los que ha dispuesto el Gobierno belga para trasladar a Suiza a todos los padres que han querido hacerlo. Un equipo de psicólogos viajaba también en el aparato, donde los padres, con un equipaje básico preparado a la carrera, llevaban como un tesoro las fotos de sus hijos para ser usadas ante las autoridades suizas como medio de identificación de las víctimas.

De esa escuela privada salieron 24 de los niños accidentados, acompañados de un profesor, Frank, y de una voluntaria ya jubilada, Monique, ambos fallecidos. “Los niños que han hablado con sus padres estaban contentos, de muy buen ánimo, con heridas y fracturas, pero muy bien”, dice Van Hecke. “Probablemente no sabían el alcance de lo ocurrido”.

El viaje a las montañas suizas eres el momento culminante de los seis años de primaria del colegio Sint-Lambertus

El colegio es una pequeña comunidad de unos 200 escolares, en el que para todos, padres e hijos, el viaje de sexto es el momento culminante de los seis años de primaria: viajaban lejos, estaban varios días fuera de casa e iban a ver las montañas, inexistentes en Bélgica. El coste del viaje por crío está limitado por el Gobierno a 360 euros, pagaderos a razón de 60 euros anuales durante los seis años. Como la cantidad no cubre todos los gastos, se compensa la diferencia con rifas y otros actos. “Somos una comunidad pequeña y con una relación muy estrecha entre todos”, señala De Roo, para dar cuenta de cómo todos guardan en el corazón su parte de dolor por la tragedia.

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En los folios dibujados por los alumnos —uno de ellos con montañas y vacas; otro, con hospital y niños encamados; un tercero, con un sol espléndido— junto a los nombre de los colegiales a quienes van dirigidos y de quienes los firman (Stella, Saara, Amy…) , domina el nombre de Frank, el profesor de unos 40 años y padre de tres hijos que viajaba como responsable del grupo. “Era una persona muy querida por todos, tanto por los padres como por los chicos”, le recuerda una mujer, muy afectada por el suceso. “Era el que resolvía siempre los problemas de informática y el único varón entre los profesores del colegio”. Monique, la voluntaria, hacía este viaje todos los años, acompañada siempre por su marido, Jeff, que en esta ocasión se quedó en Heverlee.

Ante la puerta del Sint-Lambertus, donde sobre una columna triunfa el perfil de un pulpo violeta, Laurent, a punto ya de entrar en la universidad y antiguo colegial, recuerda perfectamente cómo eran estas vacaciones: “Eran unos días magníficos. Esquiábamos como podíamos por las tardes, hacíamos batallas con bolas de nieve, alguna que otra excursión… y luego estaba la noche del Casino, cuando jugábamos con dinero de mentira. Era muy divertido”. Nadie sabe si la tragedia de ahora se habrá llevado también para siempre junto a las vidas queridas el tan deseado viaje a la nieve de los chicos de sexto de la escuela de Sint-Lambertus, un sueño convertido en pesadilla.

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