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Francia trata de aferrarse a un modelo social defendido por Hollande y Sarkozy

EL PAÍS inicia una serie de análisis sobre las elecciones francesas. Sarkozy, que prometió una revolución liberal en 2007, intenta ahora seguir al mando de un Estado social con una estrategia cercana a Hollande

El presidente francés, Nicolás Sarkozy, a su llegada al palacio del Elíseo para participar hoy en una vídeoconferencia con su homólogo estadounidense, Barack Obama, sobre la situación en Siria, Irán y Afganistán.
El presidente francés, Nicolás Sarkozy, a su llegada al palacio del Elíseo para participar hoy en una vídeoconferencia con su homólogo estadounidense, Barack Obama, sobre la situación en Siria, Irán y Afganistán.ERIC FEFERBERG (AFP)

Nicolas Sarkozy ganó las elecciones presidenciales de 2007 prometiendo a los franceses la gran ruptura y una revolución liberal. Cinco años después, la deuda pública ha batido todos los récords conocidos, el paro ha hecho lo mismo aumentando en un millón de personas y el déficit se sitúa en el 5,2% mientras el país crece al 1%. Sin una estrategia industrial, con una competitividad mediocre, y habiendo renunciado a liberalizar y apostar por la innovación, el milagro Sarkozy ha quedado limitado a aguantar el tirón y recurrir al mal de ojo para volver a ganar. “Si gana Hollande será una catástrofe y los mercados especularán contra Francia”.

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La crisis de la deuda europea, sumada a la hiperactiva y errática gestión del líder conservador, que según el profesor del Instituto de Estudios Políticos de París Henri Sterdyniak “es un día liberal y al día siguiente un intervencionista coulbertista”, han situado a la economía francesa, segunda de la zona euro, en tierra de nadie, a medio camino entre sus dos grandes vecinos: la rica, odiada y admirada Alemania, y la hoy pobre, austera y temida España, cuya crisis actual, según anticipa el analista Bruno Jeudy, “va a convertirse en el argumento central de la campaña presidencial”.

Los tres economistas consultados para este reportaje coinciden en que a lo máximo que puede aspirar Francia ahora es a preservar su admirado y carísimo Estado social subiendo la presión fiscal y recortando (pero muy poco) los gastos. Los dos candidatos favoritos lo saben bien, y la música de sus programas económicos suena casi idéntica.

Hollande, acusado de manirroto por Sarkozy, ofrece un ajuste de 90.000 millones entre 2012 y 2017, con 50.000 millones de subida de impuestos y 40.000 millones de ahorro, llegando al déficit cero al final del mandato. Sarkozy, que presume de rigor y austeridad, ha enviado su Plan de Estabilidad a Bruselas con cifras muy parecidas, pero contando desde 2011 y equilibrando las cuentas en 2016: 115.000 millones de ajuste, repartidos en 75.000 millones de ahorro (milagroso, con una previsión del 0,4% de aumento del gasto), y 40.000 millones más de impuestos.

“Estamos en la fase del control presupuestario y obligados a reducir el déficit”, explica Jérome Sgard, especialista del Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales, “y por eso las estrategias de Hollande y Sarkozy son muy parecidas: los dos piensan que el Estado social, la sanidad y el desempleo se pueden costear y preservar subiendo los impuestos y manteniendo el gasto al nivel de la inflación: y los dos creen que pueden salir de la crisis fiscal sin hacer reformas estructurales”.

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Sí, a diferencia de España e Italia, en Francia nadie habla aún de reformar el mercado de trabajo. No hay ni mención a las medidas que Alemania impone hoy al sur. Medidas que Gerhard Schroeder puso en marcha hace una década y que muchos consideran el secreto del éxito teutón. Quizá porque los franceses conocen bien el poder de bloqueo de los sindicatos, Sarkozy solo plantea flexibilizar el sistema de prestación de desempleo (sometiendo la reforma a un referéndum para evitar el boicot sindical). Preguntado al respecto el equipo de Hollande, uno de sus asesores económicos balbucea: “Eh, no; pensamos que hay cosas que mejorar en el mercado de trabajo, pero no tenemos intención de reformarlo”.

“Sería una medida muy impopular, y además Bruselas no nos lo exige porque cree que estamos mejor que los países del sur”, explica el profesor Sgard. “La ventaja de la economía francesa es que fiscalmente es mucho más sólida que la italiana, y no tiene el terrible problema español con los bancos atrapados en el sector inmobiliario”, añade.

¿Y la desventaja? Que la distancia entre Francia y los países ricos —Alemania, Países Bajos y los nórdicos—, ha ido aumentando sin cesar en los últimos años. “Crecemos mucho menos que Alemania porque no hemos apostado por los sectores adecuados, la tecnología avanzada, la innovación y la investigación. Estamos más o menos como Reino Unido, a mitad de camino entre el norte y el sur”, afirma Sgard.

Su colega Henri Sterdyniak comparte ese análisis; lo achaca a “la mediocre competitividad, mejor que la del sur pero mucho peor que la del norte”, y considera que refleja “el fracaso del milagro Sarkozy: la crisis le dejó sin programa y se limitó a sostener la actividad primero con deuda y déficit y luego subiendo los impuestos. La confusión de recetas se ha hecho visible en Europa, donde Francia ha acabado renunciando a tener una política autónoma”.

La grandeur y la influencia son cosas del pasado. El poderío se mide hoy en solvencia, y Francia paga cuatro veces más por su deuda que Alemania. Mientras Berlín tiene excedentes en exportación, la balanza comercial de París, su socio y cliente principal, cerró 2011 con un saldo negativo de 70.000 millones de euros. Al ver el gran éxito Intocable en los cines españoles, italianos o alemanes, cabe preguntarse si no será la excepción cultural el producto nacional que mejor se vende fuera… “No exageremos”, bromea Sterdyniak, “todavía somos fuertes en turismo y agroalimentario, en trenes y aviones, y aún tenemos la química y la farmacia, aunque la pérdida de competitividad y la ausencia de una política coherente han dañado nuestras industrias”.

Si algo caracteriza a la Francia del siglo en el que se cuestiona el Estado de bienestar es su elefantiásico sector público. Mantenerlo cuesta una fortuna, más de la mitad de la riqueza nacional: el 55,9% del PIB en 2011 (contra el 43,3% de media en los países de la OCDE). Comparado con el alemán, quizá parezca caro y poco eficiente, pero sigue siendo el orgullo y la joya de la República. “Está bien organizado y es muy generoso, es nuestra gran riqueza nacional”, señala Sterdyniak. “La paradoja es que hemos querido copiar el modelo liberal, privatizando bancos e industrias, y al final nos hemos dado cuenta de que preferimos el coulbertismo”.

La gran duda consiste en saber si es sostenible y por cuánto tiempo lo será ese mamut estatal que ampara a 65 millones de franceses de las turbulencias del capitalismo salvaje. Los galos tienen claro que el mundo es hoy un lugar inhóspito y sin reglas del que solo cabe esperar más ruina y más desempleo. Una encuesta del diario católico La Croix reveló ayer que el 82% de la población considera que la globalización es negativa para el empleo en Francia. Y que el 69% piensa que es nefasta para los déficits públicos nacionales. ¿El libre comercio? Malo para el consumo (53%), para los beneficios empresariales (57%) y para los salarios (72%). ¿Soluciones? Según el 70%, más proteccionismo.

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