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Columna
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Con los dedos cruzados

En las cuevas del sado antiprogre se sigue pronosticando que Sarkozy va a ganar

Lluís Bassets

Lápiz y calculadora en mano, Nicolas Sarkozy no puede ganar. Los sondeos lo detectan. Hay pocas dudas entre los analistas. Lo indican las abundantes deserciones entre sus partidarios, ex ministros y secretarios de Estado, dispuestos a votar a Hollande, como sucede con el entorno del anterior presidente de la República, Jacques Chirac. Los nervios y el caracoleo de su campaña también: cuando arrancó era Merkozy, el riguroso centauro político que ofrecía el horizonte de una Francia alemana; pero la termina de nuevo como el oportunista Sarkozy que se desmarca de Merkel y saquea el programa socialista a favor del crecimiento, la creación de empleo y el control del Banco Central Europeo cuya mención se había prohibido a sí mismo en sus paseos playeros con la canciller.

 Y sin embargo… La izquierda europea se halla tan escarmentada, su fe es tan desfalleciente, sus expectativas tan escasas, que apenas se escuchan pronósticos a favor de François Hollande fuera de Francia. El acomplejado elector de izquierdas europeo está tan acostumbrado a la derrota y al declive que los vive con resignada placidez. No quiere engañarse una vez más después de tanto desengaño, aunque esta elección parezca cantada. La voluntad de poder de Sarkozy es tan abrumadora, su voracidad tan apabullante, su capacidad de tergiversación tan descarada como para desalentar vanas y prematuras esperanzas. En las cuevas del sado antiprogre siguen pronosticando con obstinación neocon que Sarkozy va a ganar.

Por si acaso, los socialistas franceses están realizando un enorme esfuerzo de contención para evitar la erosión en el voto de una euforia prematura. Los indecisos son muchos: un elector de cada dos ha cambiado de intención de voto en la última mitad de año. Crecen los nuevos votantes contractuales, sin fijación ideológica ni amor a sus colores. La campaña está viva, dinamizada por la oferta de los extremos, y además antes hay que pasar a la segunda vuelta. También el interregno entre las dos vueltas, con sus márgenes de imprevisibilidad, conducen a extremar la prudencia. Como lo aconseja el recuerdo del fiasco enorme de 2002, cuando un candidato socialista con un buen balance de gobierno como Lionel Jospin cayó ante Le Pen. Ahora este peligro no existe, pero aquel percance sigue torturando la memoria progresista.

Todo conduce a la angustiada izquierda europea a suspender el juicio, aunque los sondeos sean tan claros. Si Hollande y Sarkozy van codo a codo en la primera vuelta, con ligera ventaja del primero en las últimas encuestas, la diferencia es abismal en la segunda, cuando ambos deberán encontrarse frente a frente: el socialista le lleva hasta 16 puntos de diferencia en sus mejores previsiones y seis en las peores.

Hollande ha hecho dos cosas. Se ha travestido de François Mitterrand, en sus gestos y en su entonación, como una imagen clónica del único presidente socialista que ha tenido la V República, y ha optado por dejar que la combustión interna termine con Sarkozy. Ante un político divisivo y polarizador, juega la carta de la unidad, del centrismo y de la moderación, juntando las dos campañas de Mitterrand en una sola, según ha explicado Claude Bartolone, su asesor para temas internacionales. En la de 1981 el candidato socialista significaba la alternancia y la llegada de la izquierda al Elíseo y en la de 1988 la unión de los franceses ante el candidato de la gresca, que entonces era Chirac.

Sarkozy le ha hecho la campaña a Hollande con su pésimo balance de cinco años de hiperactividad y cambios de rumbo, por lo que ahora este último solo tiene que evitar los errores. Es la misma estrategia de Rajoy con Zapatero, que también le hizo todo el trabajo al candidato del PP. Las similitudes entre Zapatero y Sarkozy van más allá de la anécdota, con independencia de su bien distinto carácter y personalidad y no digamos ya de ideología y programas. Pero el peligro que le acecha a Hollande también es similar al que corroe ahora mismo a Rajoy a toda velocidad: ganará a Sarkozy, pero la crisis le devorará desde el primer día.

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Sarkozy ha calculado mal los ritmos. Es el error político por excelencia. Puede que tuviera un buen diagnóstico. Puede que los objetivos y el mensaje fueran excelentes. Pero las equivocaciones se producen al sincronizar las estrategias políticas y la realidad: los hechos, los acontecimientos, son lo que más debe temer un Gobierno, según una famosa cita atribuida al premier británico Harold McMillan. Sarkozy calculó mal la velocidad de la crisis, pensó que podría hacer campaña europeísta con Merkel a su lado, dejando a Hollande hundiéndose miserablemente en un mensaje arcaico y antieuropeo, y ahora se encuentra con que se han invertido los papeles y es él mismo quien compite por tomar distancias de Europa en todo, Schengen, papel del Banco Central, aportación al presupuesto, mientras Hollande aparece como el salvador del crecimiento y el empleo europeos, incluso para la derecha española.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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