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Elecciones Francia 2012
Tribuna
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Vuelve la política

El retorno de los debates de política económica puede ser precisamente lo que devuelva a los ciudadanos la confianza en Europa

Jordi Vaquer

La crisis de la deuda es una amenaza sin precedentes a los mayores logros de la integración europea, pero a la vez está generando el debate político más sustancial y relevante para los ciudadanos de cuantos han tenido lugar a escala comunitaria. Además del debate sustantivo sobre alternativas económicas, se está abriendo el camino a cambios hasta ahora impensables en las instituciones y en las políticas europeas. Éstos ciertamente podrían ir en una dirección desintegradora, si se pierden logros como la moneda única o la libre circulación de personas, pero también podrían empujarnos hacia una UE más eficaz, más transparente y más directamente responsable ante los ciudadanos.

A la espera del resultado de la segunda vuelta, las presidenciales en Francia han contribuido a marcar una inflexión en los debates públicos sobre la crisis de la Eurozona. Las polémicas ya no versan tanto sobre la capacidad de los europeos de actuar de modo decisivo y de dotarse de los instrumentos para gobernar su economía como sobre el acierto de la fórmula aplicada: austeridad inmediata y sin límite hasta restablecer la confianza de los mercados. El fracaso de esta estrategia es patente en los países intervenidos (Grecia, Irlanda y Portugal) y en España, pero también en otros países crece el paro, se generaliza la recesión y los ataques a la deuda se recrudecen. El cuestionamiento de la política de austeridad incondicional, que había sido relegado en los debates políticos nacionales y europeos en pos de la unidad de acción, cobra más fuerza. Esta vez los que pueden perder el poder no son ya los gobernantes díscolos o displicentes en su aplicación, como Berlusconi y Papandreu, sino justamente los que la defendieron en Francia, Holanda o la República Checa.

El retorno del debate puede ser lo que devuelva a los ciudadanos, y quizá a los mercados, la confianza

En medio de la tormenta económica, la Unión Europea está metida de lleno en la transformación de su gobernanza. Se están rompiendo barreras que antes parecían insalvables y forjando acuerdos que podrían adentrarnos en una UE sensiblemente distinta a la que conocemos. Ante el acuerdo sobre el pacto fiscal, Reino Unido hizo por primera vez uso explícito de su veto; sus socios decidieron simplemente pasar de largo, y así quedó devaluado este recurso de última instancia. Con el pacto fiscal se ha investido a la Comisión de poderes sin precedentes en materia económica y los Estados avanzan en un terreno hasta ahora altamente sensible. Un grupo de 11 Estados está considerando fusionar las funciones de presidente de la Comisión (Barroso), y del Consejo, (Van Rompuy), en una sola persona elegida por el Parlamento Europeo según su proporción de fuerzas. Quizás paradójicamente, la impotencia de las instituciones comunitarias ante la crisis, que ha debilitado enormemente a Europa y ha castigado a millones de ciudadanos, hace posible ahora avanzar en integración.

El reequilibrio en el debate entre los partidarios de aplicar inmediatamente el pacto fiscal al pie de la letra y los que piden antes medidas para reestablecer el crecimiento puede abrir la puerta a compromisos no sólo en política económica, sino también para la formación de un gobierno europeo más fuerte. Si no les une la voluntad de superar la crisis construyendo una Europa más fuerte, tal vez lo haga la amenaza de quedar en manos de populistas irresponsables que aprovechan sus contradicciones y sus fracasos, que condicionan el discurso político y obtienen cada vez mejores resultados electorales. La idea de Europa de Merkel y la de Hollande no solo son compatibles: se necesitan una a otra. Sin debate de ideas, sin alternativas en política económica, lo que le queda al espacio público es la pelea entre identidades. Y en este debate identitario sacan rédito una amalgama de xenófobos, antieuropeos, nostálgicos, desencantados con el sistema y cínicos oportunistas a los que, como pasa con el Frente Nacional francés, ya no se puede simplemente calificar de extrema derecha.

En cuatro años de crisis, los líderes de la UE se han empeñado en tratar de minimizar su alcance y en esquivar los debates sobre alternativas a la estrategia de austeridad como única vía para restablecer la confianza. A la vez que fracasaban en devolver la calma a los mercados, han perdido la confianza de muchos ciudadanos y han alimentado un irresponsable juego de estereotipos nacionales en el que la culpa siempre cae en el otro y en Bruselas. En su hora más crítica, el retorno de los debates de política económica, de los equilibrios entre Estados y de los compromisos entre ideologías, puede ser precisamente lo que devuelva a los ciudadanos, y probablemente también a los mercados, la confianza en Europa.

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