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La inestabilidad política mina la recuperación económica de Holanda

Los partidos extremistas plantan cara a las exigencias de la Unión Europea y comprometen la tradicional firmeza fiscal del país

Isabel Ferrer
Geert Wilders se dirige al Parlamento.
Geert Wilders se dirige al Parlamento. Peter Dejong (AP)

Holanda se prepara para acudir a las urnas por quinta vez en la última década, después de que la reina Beatriz haya pedido unidad a los partidos políticos para celebrar elecciones el próximo 12 de septiembre. Todo un récord en un país con fama de rico y estable. De firme en sus compromisos fiscales y austero en lo cotidiano. Y es que las apariencias también engañan en una tierra que es contribuyente neta de la UE, pero donde crece el sentimiento anti (exigencias monetarias) europeas. Donde la extrema derecha pide la vuelta al florín y darle un portazo a Bruselas, y los socialistas radicales aseguran que el límite del 3% de déficit impuesto a la eurozona destruiría al país.

Sendos argumentos ayudan a subir en los sondeos al Partido de la Libertad, del xenófobo Geert Wilders, y al Partido Socialista, de Emile Roemer. Sin embargo, sus soflamas resultaban impensables hasta 2008. Ese año la economía holandesa empezó a tambalearse camino de la crisis actual, que ha derribado al minoritario Gobierno de centro derecha, incapaz de sacar adelante su plan de ajuste. Es como si Wilders, sostén parlamentario del Ejecutivo, hubiera cambiado de registro. El rechazo al Islam y la inmigración sigue de fondo, pero la próxima campaña electoral será “contra Europa, el euro y Bruselas”, ha dicho.

Tras dos décadas de fuerte crecimiento y bajo desempleo, durante la crisis financiera de 2008-2009 Holanda destinó enormes sumas a mantener a flote su economía. El ministerio de Finanzas y el Banco Nacional reaccionaron tarde a la hora de rescatar a Fortis Bank, ING y ABN Amro. En conjunto, invirtieron unos 40.000 millones de euros. El Parlamento nacional investigó lo ocurrido y sus conclusiones, presentadas a principios de abril, son demoledoras. “Las autoridades pagaron demasiado por salvar a la banca. No estaban preparadas para una crisis de esa envergadura”, reza el informe de la Comisión De Wit, encargada del trabajo, así llamada por el nombre de su presidente, el diputado socialista Jan. “El ministerio de Finanzas no informó a la Cámara a tiempo, y obstaculizó su labor de control político”, añade.

Aunque la Comisión De Wit admite que se actuó en circunstancias extremas, el desplome de la economía nacional fue imparable. El comercio exterior supone más de las dos terceras partes del PIB holandés, pero en 2009 las exportaciones se contrajeron un 7,9%. En 2010 la situación mejoró al recuperarse algunos de los principales clientes holandeses, como Francia, Alemania y Estados Unidos. Pero el consumo privado no basta y el Gobierno de centro derecha saliente ha intentado controlar las cuentas públicas con firmeza. Hace unos meses, añadía a ello cierta altanería hacia Grecia, Portugal y España, paradigma de los países deudores. Por el contrario, las últimas semanas pasó de criticar en público a los “rescatados”, a recordar al Parlamento nacional que “la multa por saltarse la disciplina fiscal de Bruselas es de 2.100 millones de euros”.

Pero este discurso fuerte, que permitió en 2010 sacar adelante un ahorro de 18.000 millones de euros (hasta 2015), ha surtido el efecto contrario esta semana. El Gobierno ha chocado de nuevo con las finanzas y con Wilders. Las cifras oficiales marcan dos años seguidos de recesión y un déficit del 4,6 %, si no se impone otro recorte. Calculado en unos 16.000 millones, el país entero esperaba una solución. La sorpresa ha sido mayúscula cuando el líder xenófobo ha dicho que no. Que los pensionistas, o Henk e Ingrid, el equivalente a Pepe y María españoles, no podían cargar con todo el peso. Con el Ejecutivo desarbolado, el resto de partidos ha buscado su propio beneficio. El embrollo ha lastimado la imagen de Holanda, incapaz de ocultar una agitación interna que nadie quiere llamar inestabilidad.

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