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Grecia espera en las urnas la debacle del Pasok y el auge del extremismo

Los griegos dan la espalda a la política agobiados por la crisis extrema

M. A. SÁNCHEZ-VALLEJO (ENVIADA ESPECIAL)
El líder de Nueva Democracia, Antonis Samarás, interviene durante un acto electoral en Atenas.
El líder de Nueva Democracia, Antonis Samarás, interviene durante un acto electoral en Atenas./SIMELA PANTZARTZI (EFE)

Si la asistencia a un acto de final de campaña resulta un indicador fiable de lo que le espera a un partido en las urnas, el batacazo del Pasok (Movimiento Socialista Panhelénico) el domingo va a ser clamoroso. Tras una campaña penitente, casi a la defensiva, la formación que obtuvo mayoría absoluta en 2009 y ha gobernado Grecia durante buena parte de la crisis solo logró reunir ayer en el centro de Atenas a unos pocos miles de seguidores: había más banderolas que simpatizantes —un puñado de ellas por cabeza— en la plaza Sintagma, epicentro del poder político, escenario de protestas y broncas, lugar escogido por suicidas a los que la crisis literalmente arrebata la vida.

“No he vendido ni una”, dice Yorgos en un puesto ambulante de banderas del Pasok. “Nada que ver con 2009, y no es solo la crisis. ¿Ahora quién se va a atrever a ir por ahí con una bandera socialista?” A dos pasos, en una de las pocas tiendas que no ha echado el cierre —por quiebra o por miedo a los disturbios—, una dependienta desarma el interés periodístico por cuanto sucede alrededor. “¿Poca gente? Es que creo que hay otro mitin por aquí cerca”, explica. ¿Cuál? ¿El de Griegos Independientes, un nuevo partido de derechas al que las encuestas conceden el 10% de los votos? ¿El del populista Laos, que también cierra campaña en la ciudad? “Ni idea, la verdad”.

El desinterés es hoy en Grecia sinónimo de abstención, y esta, que puede llegar al 30% el domingo, tiene muchos adeptos entre la juventud, a la que el paro (21,7%) golpea brutalmente: la mitad de los menores de 25 años están desempleados. Pero Vasilikí también es joven, y no se oculta entre los seguidores del Pasok que a cuentagotas se concentran para oír a su líder, Evánguelos Venizelos. “Sí, hay poca gente, y es comprensible, porque la crisis está haciendo estragos entre la población y provoca desafección política. También a mí me perjudica, porque me he quedado en paro. Pero quien cree en unos valores ha de defenderlos en lo bueno y en lo malo”. Aquí y allá, unos pocos barones socialistas llegados para no dejar a Venizelos solo ante el vacío estrechan manos y reparten promesas.

Con el perímetro de Sintagma sellado por los antidisturbios, nadie diría que mañana hay elecciones en Grecia, el momento culminante de una sociedad politizada hasta el tuétano. Poca propaganda electoral en las calles, con más pintadas que carteles, aunque los partidos se han gastado 12 millones en la campaña (10 de ellos, a cargo de las arcas públicas); una circulación a medio gas, pocos turistas; ancianos acarreando bolsas de plástico sin rumbo; sin techo, menesterosos, inmigrantes ociosos: la crisis. El centro de Atenas es un compendio de los peores efectos de la recesión. Un grupo de trabajadores asiáticos pasa tranquilamente junto a una dotación de antidisturbios y unos cuantos barrenderos griegos que echan un pitillo allí al lado bromean: “Metedlos a todos dentro [de los furgones]”.

Economía, seguridad e inmigración —las dos últimas, socorrida combinación en épocas de crisis— han dado mucho de sí durante la campaña, si es que se puede llamar así a tres semanas de viacrucis para Pasok y ND, socios del Gobierno de coalición, y de ruido y de furia para el resto de fuerzas, empeñadas en un ejercicio de exorcismo contra Europa. “Habrá un auge de los extremismos a derecha e izquierda, y un castigo a los dos principales partidos. La gente está muy enfadada, porque se resiente de las duras medidas que han adoptado”, explica en su despacho Pantelis Kapsis, portavoz del Gobierno. “Pero ambos llegarán al 45% de los escaños, es decir, tendrán la mayoría”.

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