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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El antihéroe de goma se acerca a meta

El candidato socialista Hollande se ha ganado el afecto de los franceses a base de escucharles Su forma de poner a Sarkozy en su sitio revela su ambición

François Hollande antes de un mitin.
François Hollande antes de un mitin. FRED DUFOUR (AFP)

Dicen los que le conocen bien que François Hollande casi nunca se altera. Que su amabilidad, su flema normanda y ese extraño caudal de afecto que parece sentir por la humanidad le han ayudado siempre a encajar las críticas y las derrotas sin sentirse demasiado molesto. De rubor fácil y gran simpatía natural, cauteloso en la expresión y provinciano en las costumbres, su afición a los chistes y la buena comida siempre le dieron fama de ser un político simpático y con duende en la calle, aunque corto de ambición y contactos. Ahora, este maratoniano tranquilo de 57 años, padre de cuatro hijos, que nació en Rouen en una familia de burgueses católicos y pasó la juventud, como Nicolas Sarkozy, en Neuilly-sur-Seine, parece más cerca que nunca de cumplir su cita con la historia: ser el segundo socialista que alcanza la presidencia francesa desde que se fundó la Quinta República en 1958.

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El camino ha sido largo y estaba sembrado de agujeros. En 1996, Hollande era un cuarentón bonachón sin el menor futuro político. Habían acabado los 14 años de mandato de François Mitterrand, y él, que había llegado al Elíseo como joven consejero económico, había trepado más bien poco en el escalafón del padre fundador. Licenciado en Derecho y diplomado en las tres mejores escuelas del país (el Instituto de Estudios Políticos; con militancia sindical cercana al Partido Comunista;, la Alta Escuela de Comercio y la Escuela Nacional de Administración), era querido por todos, pero seguía siendo perfectamente anónimo: en 1996 pidió el ingreso en el Colegio de Abogados con la idea de abandonar la política.

Unos meses después, una rara conjunción astral hizo que todo cambiara. Lionel Jospin ganó las elecciones anticipadas convocadas por Jacques Chirac, Hollande fue elegido diputado por la Corrèze, la provincia donde nació el líder gaullista, y el patrón socialista le invitó a ser el primer secretario del partido. “Es el mejor, el más brillante y el más político de todos”, dijo el primer ministro de él, y los militantes lo eligieron con el 91% de los votos, cumpliendo así finalmente la profecía de Mitterrand, quien ejerciendo su famoso hechizo de cenáculo, un día le deslizó al oído: “Su turno vendrá, Hollande”.

Durante 11 años, tuteló entre sonrisas, pasillos y platos de foie un partido esquizoide que se iba a convertir en ejemplo del socialismo más caviar y liberal del continente. Al inicio de su mandato, en 1998, Hollande explicó a Miguel Ángel Bastenier en EL PAÍS el nuevo rumbo del socialismo francés: “El enemigo es el liberalismo, nosotros somos antiliberales. Pero vemos en Francia una necesidad de modernización. Aquí no hay tradición de diálogo social y hay que dar voz a la sociedad para que no tenga que hacerlo todo el Estado, porque entonces morirá”.

"En 2007 se sintió humillado por su pareja, Royal", señala un amigo
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Su consigna como jefe del aparato era mantener unido el partido. “Ser amable es una virtud, no una debilidad. Ya nos hemos matado bastante entre nosotros mismos”, comentaba. Cuatro años más tarde, en 2002, la división de la izquierda era tan honda que Jospin quedó fuera de la segunda vuelta de las presidenciales ante Jean-Marie Le Pen. Hollande mantuvo el timón del PS en medio del fracaso. Pero no pudo impedir que la violencia partidaria fuera la actividad más practicada entre los camaradas. En 2004, guió al partido hacia la victoria del sí en el referéndum interno sobre la Constitución europea. Pero la felicidad duró un suspiro. En 2005 el pueblo francés dijo no y Hollande entró en talleres.

"Es el mejor, el más brillante y el más político de todos", dijo Lionel Jospin de él

2007 fue el momento de la transformación final del antihéroe. Su pareja sentimental, Ségolène Royal, ganó las primarias socialistas y perdió las presidenciales contra Sarkozy. La vida de Hollande cambió para siempre. “Se sintió desplazado, humillado por Royal”, recuerda un amigo. Poco después, los dos ponían la palabra fin a una relación de 30 años.

Tras la humillación, Hollande se liberó de miedos y complejos y se dispuso a dar el gran salto. Conoció a la guapa periodista Valerie Trierwelier, que ha contado que no tardó en decirle: “Soy el mejor candidato para suceder a Sarkozy”. Pocos le creyeron entonces, pero ella lo hizo. Con su ayuda, en 2009 creó la asociación Responder desde la Izquierda y Hollande se puso a la tarea: nuevo aspecto físico y toda la ambición política. Adelgazó 11 kilos, reunió a un equipo de comunicación y elaboró un programa destinado a buscar el máximo consenso: justicia, igualdad, juventud, unidad...

Con la normalidad por bandera y la paciencia de un campesino, Hollande fue desplegando su encanto de jefe de negociado entre las bases del partido y en junio de 2010 anunció su candidatura a las primarias.

Las casas de apuestas no daban un euro por él. La sombra de Dominique Strauss-Kahn, todavía respetable director del Fondo Monetario Internacional, cubría el espectro de la gauche. Pero cuando DSK se quedó en fuera de juego perpetuo en Nueva York, Hollande todavía estaba allí. Ganó las primarias socialistas sin despeinarse y tras ser acusado de blando por Martine Aubry —hija de su segundo ídolo político, Jacques Delors— batió a su sucesora en la secretaría del partido con un minimalista mensaje de unidad y una calma pasmosa.

Casi todos los medios internacionales ironizaron entonces con la insípida victoria de Monsieur Normal, y hasta ayer mismo han seguido subestimando al hombre de goma llamándole “favorito por accidente” o, como Sarkozy, haciendo sarcasmos sobre su inexperiencia y su falta de contactos internacionales. Tras ser apodado Flanby (un flan de sobre) por la derecha, y ser ninguneado por Angela Merkel y otros líderes conservadores, Hollande ha ido saltando un charco tras otro sin manchar su atildado traje oscuro. Con la voz muy baja ha ido imponiendo la agenda del crecimiento hasta convertirse en gran esperanza de millones de europeos para dejar atrás esta desagradable y atribulada fase Merkozy.

Minimizado hasta la necedad por gurús y mandarines bastante menos inteligentes y liberales que él, Hollande ha ido metiéndose en el bolsillo cada vez a más gente usando su táctica de siempre: constancia, educación, ironía. Durante dos años, el impasible corredor de fondo ha visitado cada rincón de Francia, estrechado las manos de la gente sin guardarse antes el reloj en el bolsillo, escuchado ruegos y lamentos después de cada mitin hasta que las luces se apagaban.

Pase lo que pase en las urnas, Europa le deberá una, y la historia recordará que François Hollande fue un político tenaz, pragmático y más clarividente de lo que muchos pensaban. Pero quizá recordará sobre todo que, en el debate celebrado la noche del 3 de mayo de 2012, aquel hombre tranquilo al que tantos tildaban de blando demostró tener los nervios de acero y ser capaz de poner en su sitio para siempre al matón más arrogante del barrio. Y todo ello sin mover una ceja. Lento pero seguro, la meta está cada vez más cerca.

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