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Columna
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Zigzag

Netanyahu pasa del Gobierno más derechista de la historia de Israel al de mayor base parlamentaria

Lluís Bassets
Manifestantes contra la decisión del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de formar un gran gobierno de coalición.
Manifestantes contra la decisión del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de formar un gran gobierno de coalición.OLIVER WEIKEN (EFE)

Basta una palabra para designar la asombrosa maniobra política protagonizada por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu entre la noche del lunes al martes en Israel. Los israelíes se acostaron convencidos de que el 4 de septiembre se celebrarían las elecciones que había anunciado el primer ministro tras la disolución anticipada del parlamento o Knesset, y el martes por la mañana se levantaron con las noticias de la suspensión de la convocatoria electoral y la formación de un Gobierno de coalición, el más amplio de la historia de Israel, que permitiría a Netanyahu terminar tranquilamente la legislatura y celebrar las elecciones a finales de 2013.

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La nueva coalición a la que se ha incorporado el partido Kadima, fundado por Ariel Sharon en 2005 tras abandonar el Likud y dirigido ahora por Shaul Mofaz, contará con 94 diputados de los 120 que tiene la Knesset, donde apenas tendrán peso las voces de la oposición, los laboristas por ejemplo, y su nueva líder, Shelly Yachimovich. Ella es quien ha acertado al escoger la palabra, zigzag, aunque es mucho menos seguro que haya acertado al considerar este brusco quiebro político como el más “ridículo de la historia política de Israel”. Más probable es que el movimiento de Netanyahu pase a los anales como una jugada maestra en el inextricable ajedrez político israelí y medio-oriental.

Hay datos objetivos, más allá de especulaciones y conjeturas, sobre las ventajas de la maniobra efectuada con nocturnidad y alevosía. La disolución anticipada no era ningún disparate, pues Netanyahu aspiraba a mejorar su anterior resultado electoral y a superar ampliamente a Kadima, el partido de la oposición, actualmente con 28 diputados, uno más que el gobernante Likud. El adelanto iba a facilitarle una ampliación de su base parlamentaria, con algunas incertidumbres sobre la evolución de los laboristas, la nueva formación progresista encabezada por el periodista televisivo Yair Lapid o el destino electoral de Tzipi Livni, exministra de Exteriores recién apeada de Kadima y resuelta a envidar de nuevo en la cancha electoral.

Netanyahu empezó esta legislatura encabezando el Gobierno más derechista de la historia de Israel, en el que cuenta con un ministro de Exteriores como Avigdor Lierberman que roza frecuentemente la xenofobia y el racismo; y pretende ahora terminarla con el Gobierno de más amplio espectro y abiertamente equilibrado hacia el centro. Su base al principio era estrecha y fragmentada; ahora es amplia y cohesionada por el acuerdo entre Likud y Kadima, las dos fuerzas con más diputados.

Hasta ahora apenas se le conocía otro programa más que mantener un permanente inmovilismo en el momento de mayor cambio geopolítico en toda la región; y de pronto concreta con su nuevo socio un programa de cuatro puntos, que afectan a cuestiones centrales de la vida israelí: limitar los privilegios de los religiosos ultraortodoxos ante el servicio militar, cambiar la ley electoral para acotar la fuerza de los pequeños partidos, modificar los presupuestos con mayor énfasis en políticas sociales y reabrir el proceso de paz.

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Cada uno de estos puntos es crucial para el futuro de Israel. No es posible que el creciente peso demográfico de los ultraortodoxos no se traduzca en responsabilidades cívicas, la del servicio militar entre otras. Es muy difícil tomar decisiones estratégicas, como son los acuerdos de paz, con la fragmentación parlamentaria actual. La creciente agitación social israelí, mostrada el pasado año con sus propios indignados, constituye un serio foco de preocupación. Finalmente, no habrá futuro para Israel en un contexto demográfico como el árabe si no se aprovechan muy rápidamente las últimas oportunidades de paz que puedan quedar abiertas. Un programa así, con año y medio por delante, es más consistente que todo lo que ha hecho Bibi en esta legislatura, que es comprar tiempo y driblar tanto a sus socios y amigos como a sus adversarios, con Obama en cabeza.

A pesar de todo, el zigzag nocturno deja una enorme sensación de engaño y alimenta todos los escepticismos, ya habituales cuando se trata de esta región. La maestría táctica se acerca en muchas ocasiones a la exhibición del cinismo como virtud. Tiene por tanto su lógica buscar bajo la cama del acuerdo nocturno el auténtico motivo del Gobierno de unidad nacional. Este tipo de gobiernos se hacen antes de declarar una guerra. Ahora con Mofaz, hay tres exjefes de Estado Mayor dentro de este Gobierno. Y luego están las elecciones estadounidenses de noviembre, que dan explicaciones para todo y para nada. Si se disuelve es para reforzarse ante una victoria de Obama. Si se hace un Gobierno de unidad nacional, es para atacar a Irán sin que Obama pueda impedirlo antes de las elecciones.

La única realidad es que con el zigzag este primer ministro es ahora más fuerte. Para clausurar asentamientos en Cisjordania y para ampliarlos. Para plantar cara a las sentencias del Tribunal Supremo sobre las colonias o para aplicarlas. Para hacer la guerra o para hacer la paz. Y solo los fuertes pueden hacer auténticas concesiones.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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