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Columna
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La igualdad

Obama opta por la batalla de los derechos civiles para ganar unas elecciones complejas

Francisco G. Basterra

 Un referéndum sobre Sarkozy ha enviado al presidente francés al desván de la historia de la Quinta República. Las fichas del dominó de la crisis continúan aplastando a todos aquellos que estaban de guardia durante la Gran Recesión. ¿Le podría ocurrir lo mismo el 6 de noviembre a Obama en EE UU donde la esperanza ha dejado paso a la desilusión? Monsieur Normal, con el aspecto tranquilizador de un primer ministro escandinavo, sin ser Bambi, ¿otro Zapatero?, ha resucitado las esperanzas de una desvanecida socialdemocracia que cree estar delante del espejismo del fin de la sequía socialista en Europa. ¿El gris Romney puede ser la fuerza tranquila que consiga que Obama no sea reelegido? Le ha bastado a Hollande la promesa de un cambio de estilo en la manera de gobernar y la visión de un nuevo realismo europeo, para conformar un frente de rechazo a una Europa que solo hable alemán. El nuevo presidente, al igual que hizo Rajoy, orilló la profundidad del declive económico del país describiendo un nebuloso crecimiento, sin sacrificios mayores, para una Francia todavía satisfecha de sí misma. ¿Les suena? Una socialdemocracia correctora del mercado a la que le toca demostrar que puede ir más allá de gestionar el rigor presupuestario con alguna dosis de sentido social, para poder desmentir aquello tan desvergonzado de izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas.

El 12 de julio de 1789, dos días antes de la toma de la Bastilla, Luis XVI le preguntaba al duque de La Rochefoucauld: “¿Es una revuelta? No, sire, es una revolución”. Lo ocurrido en Francia el 6 de mayo no es revolucionario, aunque la ciudadanía que lo ha producido pueda sentirse como tal, herencia histórica bipolar arraigada en el ADN de los franceses. Es solo una alternancia. Nada parecido a la llegada al poder en Francia del Frente Popular en 1936, o de Mitterrand en 1981. Un cambio que, junto a las elecciones en Grecia, aumenta sin embargo las incertidumbres europeas y pone más cerca a la cuna de la democracia de la salida del euro. Europa está bajo la presión de los extremos, como explica un editorial de Le Monde, con ecos de la República alemana de Weimar con el ascenso de la ultraderecha populista. Si fracasan los partidos tradicionales, el último cortafuegos, o estos asumen las tesis de los extremistas, como hizo Sarkozy, ¿qué queda?

Con la sugerencia de emplear la manguera pública keynesiana aunque sea en dosis homeopáticas, forzando a una Alemania alérgica y al Banco Central Europeo, Francia y la UE se alinean de alguna manera con Estados Unidos. Para evitarlo está Merkel. No se trata en Europa de un New Deal, el programa de inversiones públicas masivas utilizado por Franklin Roosevelt para vencer la Gran Depresión. Barack Obama intentó una pálida réplica al comienzo de su mandato y podrá defender en campaña que evitó que la Recesión acabara en enorme Depresión, rescatando a los bancos y a la industria del automóvil.

Una recuperación económica bajo par en EE UU y un paro que no cede pueden complicar la reelección de Obama, que debe impedir que el voto se convierta en un plebiscito sobre su hoja de servicios; Romney, que ya ha concitado la reunión de todo el espectro conservador, Tea Party incluido, movido por el rechazo visceral al primer presidente negro, insistirá en forzar ese referéndum que hoy difícilmente ganaría el presidente, que asume un déficit de 1,3 trillones de dólares. Los déficits importan, incluso una superpotencia no puede vivir por encima de sus posibilidades. Y Estados Unidos, en palabras de David Rothkopf, editor de Foreign Policy, “Es un poco como un hombre de mediana edad de 169 kilos, con problemas de corazón, caminando por el centro de una ciudad de noche comiéndose una hamburguesa Big Mac”. Obama confía en atraerse al centro que abandonarían los republicanos, presentándose como campeón de las clases medias frente al “escasamente velado Darwinismo social” de sus adversarios. Dirigidos por un empresario de una empresa de capital riesgo que confunde al país con una sociedad anónima, decidido a anular al estado como último nivelador social, y de seguir permitiendo que las secretarias paguen más impuestos que los ejecutivos por sus capitales.

En la búsqueda de opciones claras para una elección que se presume compleja, Obama ha tocado el clarín. ¡Es la igualdad, estúpido! Con nueve palabras: “Creo que las parejas del mismo sexo deben poder casarse”. Provoca inmediatamente la respuesta de Romney que quiere una enmienda constitucional que consagre la intolerancia. Los estadounidenses mayoritariamente, aunque por escaso margen, apoyan el matrimonio de los homosexuales. Obama, acusado de falta de audacia política por sus propias bases, se atreve y sale del armario de los prejuicios. “Es la mayor batalla de los derechos civiles de nuestra época”, afirma The New York Times en un editorial.

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