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Columna
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El equipo del presidente

De los 35 miembros del Gobierno, incluido Ayrault, 30 no han ejercido jamás un cargo de ámbito nacional

 Martine Aubry es una mujer con carácter. Se le ha reprochado muchas veces, mientras que, en el caso de un hombre, ya se sabe que es siempre un elogio. En París, algunos no ocultaban su alivio el miércoles: no es primera ministra, ni siquiera está en el Gobierno. Dado que no le han ofrecido el puesto principal, no ha querido tener un papel secundario. La señora Aubry es así. Va a dedicarse a la batalla de las legislativas. Y después, ya veremos. Es la única sorpresa del equipo de Hollande; y, a la larga, tal vez una amenaza.

Ministra destacada en el último Gobierno socialista de Lionel Jospin, primera secretaria del Partido Socialista, candidata derrotada en las primarias pero muy popular entre los militantes, la alcadesa de Lille tenía legitimidad para aspirar a Matignon, sede de la jefatura del Gobierno. Al fin y al cabo, ¿no tiene ella una larga experiencia en los engranajes del Ejecutivo, mientras que ni François Hollande ni Jean-Marc Ayrault han sido jamás ministros? ¿No conoce los asuntos sociales al dedillo, en un momento en el que la crisis económica acentúa las crispaciones y las inquietudes? ¿No cuenta con el favor de la izquierda tradicional, que desconfía de los impulsos reformistas de Manuel Valls y los arrebatos desmesurados de Arnaud Montebourg?

El único problema es que François Hollande y Martine Aubry no se llevan bien. Entre la hija de Jacques Delors y quien hace mucho tiempo se declaró su heredero espiritual nunca ha habido sintonía. La rivalidad y la desconfianza siempre han estado a la orden del día. “¿Por qué nombrar a una primera ministra que, al cabo de tres días, no le iba a descolgado el teléfono?”, ironiza alguien cercano al nuevo presidente, mientras destaca, de paso, que los votos de la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon, al final menos numerosos de lo previsto, han dado al Elíseo un mayor margen de maniobra con respecto al PS.

De ahí surge la designación de Ayrault como primer ministro. Reservado, sólido, trabajador, muy buen alcalde de Nantes, viejo veterano del Parlamento, profesor de alemán... se ha contado todo lo que se sabe de él, pero lo único que importa es una cosa: es el amigo fiel, desde hace años, de Hollande, “su clon en peor”, dice una mala lengua socialista. El equipo creado alrededor de él refleja, como siempre, los delicados equilibrios entre los egos, las corrientes y las alianzas. A ello se añade la promesa, durante la campaña, de una paridad perfecta entre hombres y mujeres, que se ha respetado: 17 mujeres de los 34 ministros, varias de las cuales encarnan, además, un relevo generacional, como Najat Vallaud Belkacem, encargada de los derechos de la mujer y portavoz del Gobierno.

Las negociaciones han sido más largas y más complejas de lo previsto, porque además han estado condicionadas por una noción por la que el nuevo presidente siente gran apego: la fidelidad a su persona.

La principal concesión es la que Hollande ha debido hacer a su antiguo enemigo Laurent Fabius. Con Aubry fuera de juego, Fabius es el único peso pesado del partido, jefe de una corriente importante, antiguo primer ministro y, sobre todo, quien capitaneó el no socialista en el referéndum europeo de 2005. Y ahora está en el Quai d’Orsay. Hasta ayer se había pensado en asignar los asuntos europeos directamente a la cartera del primer ministro —viejo lobo de mar de las redistribuciones territoriales—, pero Fabius montó en cólera y logró mantener entre sus competencias de Exteriores a un ministro delegado para Europa, que da la casualidad de que es un europeísta convencido, Bernard Cazeneuve.

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A los colaboradores de las primarias se les trata con arreglo a su participación en la campaña presidencial: Manuel Valls a Interior, Vincent Peillon a Educación, Pierre Moscovici a Economía y Finanzas: unos puestos clave y unos hombres de confianza. Los partidos aliados tienen su recompensa: se confía Justicia a Christine Taubira, la impetuosa y simpática diputada radical de la Guyana Francesa, Vivienda y Política Territorial a Cécile Duflot, secretaria general de los ecologistas, de ambición declarada. El título más jugoso es el de Montebourg: ministro de Recuperación Productiva, en otras palabras, de industria o de reindustrialización, según se prefiera, un nombre con el que asustar a los patronos, a los que no tiene reparos en calificar de golfos, y alentar a los sindicatos, que esperan obtener de él la prohibición de los despidos.

El primer consejo de ministros y el primer decreto han sido para decidir una rebaja del 30% en sus salarios. Pero la cifra más sorprendente sigue siendo esta: de los 35 miembros del Gobierno Ayrault, incluido él, 30 no han ejercido jamás un cargo de ámbito nacional. Buena suerte a todos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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