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Detenido por error un vecino de Brindisi como autor del atentado contra el colegio

El hombre se parecía al sospechoso, filmado en un vídeo merodeando cerca del centro educativo

El féretro de Melissa Bassi abandona la catedral de Mesagne tras el funeral.
El féretro de Melissa Bassi abandona la catedral de Mesagne tras el funeral.CARLO HERMANN (AFP)

Los viejos mafiosos de Brindisi juran que ellos no han sido. Don Tonino Screti, antiguo jefe de la Sacra Corona Unita, dice que el brutal atentado que el sábado mató a Melissa Bassi, de 16 años, y malhirió a otros seis estudiantes del instituto Morvillo Falcone vulnera un principio sagrado: “Los chicos no se tocan”. El capo comparte su extrañeza con la policía italiana, que ayer detuvo a un hombre por su parecido con el que aparece en un vídeo merodeando por la escuela a la hora de la explosión y, al parecer, detonando las tres bombonas de gas. Después de horas en comisaría y de ser publicadas sus iniciales, su profesión, su dirección y hasta sus manías, la policía lo dejó en libertad y asumió el patinazo: “No era el del vídeo”. A pesar de todo, los investigadores no creen que el autor, sea quien sea, pertenezca a alguna organización criminal.

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“He visto todos los telediarios y creo que ha sido obra de un desequilibrado”. Se lo dice Tonino Screti, el viejo jefe de la mafia local, a Attilio Bolzoni, el periodista de La Repubblica especializado en los asuntos de la Cosa Nostra. “La Sacra Corona Unita”, añade, “no se mueve así, porque sabe que el Estado después la destruiría. Mira qué fin tuvo la Cosa Nostra siciliana hace 20 años con el asesinato del juez Giovanni Falcone: fue aniquilada”. Aunque las autoridades insisten en que no se descarta ninguna línea de investigación, los investigadores tampoco creen que sea cosa de la Mafia, si bien la ministra del Interior, Anna Maria Cancellieri, vino a reconocer horas después del atentado: “Brindisi es un territorio herido por la criminalidad”. Como si las bombas que mataron a Melissa no hubiesen sido cebadas por un loco, sino por la disputa entre clanes mafiosos.

Los investigadores
italianos no creen
que el crimen sea
obra de mafiosos

El caso es que, tanto el atentado de Brindisi como el que, el pasado 7 de mayo, resucitó en Génova el fantasma de las Brigadas Rojas -un directivo de Ansaldo Nuclear recibió un disparo en la pierna a modo de advertencia- están envueltos por el misterio. El Gobierno de Mario Monti, que abandonó la cumbre de la OTAN en Chicago para asistir al funeral por Melissa, da la impresión de estar desbordado por los acontecimientos. Su misión fundacional era poner en orden las cuentas de Italia y marcharse, pero al cabo de solo seis meses se encuentra con un país atenazado por la violencia. Las pancartas que, tras el atentado, aparecieron en muchas calles de Brindisi tienen el estilo típico de las sociedades agarrotadas por el miedo. Sus mensajes culpan por igual de los crímenes al Estado y a la Mafia. Más que justicia, piden tranquilidad.

Los estudiantes del instituto Morvillo Falcone parecían ser una excepción. Habían ganado un concurso en pro de la legalidad en la vida pública y, durante el duelo por Melissa, han dado muestras de un civismo consciente y comprometido. El lunes por la mañana volvieron a clase -¿qué mejor manera de homenajear a su compañera caída que continuar la lucha junto a su silla vacía?- y luego asistieron al funeral de Estado en la parroquia de Mesagne. Mario Monti acudió con varios de sus ministros y, en su estilo sobrio, dio el pésame a Massimo Bassi, quien no dejó de abrazarse a un cuadro con la foto de su esposa, que tuvo que ser ingresada tras enterarse de la muerte de su hija. El ataúd blanco de la muchacha fue sacado de la iglesia entre las camisetas también blancas de sus compañeras. En ellas se podía leer: “Melissa, te quedarás para siempre en nuestros corazones”.

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Se trata del segundo ataque en este mes,
y el Gobierno Monti parece desbordado

La policía, que atribuyó la detención del sospechoso a un control rutinario y solo facilitó sus iniciales, no pudo evitar que enseguida salieran a la luz su vida y milagros. Los curiosos coincidieron en que ronda los 50 años, tiene una hija de uno y medio, vive en un cuarto piso sin ascensor, repara televisores -“a veces gratis”- y no es muy simpático, aunque tampoco huraño. Ninguno, no obstante, parecía creerlo capaz de un crimen tan premeditado y cruel -las bombonas fueron colocadas la noche anterior y explosionadas a la llegada del autobús escolar- y, a la puerta de la comisaría, había división de opiniones en si se parece o no al hombre canoso y no muy alto captado la mañana del sábado por la cámara de un quiosco de periódicos. Ganaron los del no. Y perdió la policía.

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