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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Calendas griegas

Kohl quería una Alemania fuerte en una Europa fuerte, hoy Berlín es fuerte en una zona euro débil

Francisco G. Basterra

Una vez más, tras 30 meses arrastrando los pies, Europa ha vuelto a hacer lo que mejor sabe. Aplazar las soluciones y dar de nuevo una patada hacia adelante a la lata de la crisis, esperando, esta vez sí, a las calendas griegas, el tiempo que no ha de llegar. El 17 de junio, los griegos, 11 millones de habitantes, que ya han recibido 31.000 euros por cabeza de los contribuyentes europeos, votarán un nuevo Parlamento, en la práctica el referéndum que en otoño Bruselas impidió realizar a Papandreu. La Unión Europea ya prepara un plan B para capear el estallido de la eurotormenta perfecta, que provocaría la eventual salida de Grecia de la eurozona, con un tsunami capaz de anegar la frágil recuperación económica, con la carambola de la salida de Obama de la Casa Blanca. Estos europeos no entienden los mercados y la necesidad de reaccionar con rapidez, se entretienen demasiado con las cuestiones morales, en opinión de la Administración norteamericana que vigila con gran preocupación la eurocrisis, apoyando los estímulos al crecimiento que defiende Hollande, un calco de la política seguida por el presidente demócrata. “Cuando hay problemas en Madrid hay problemas en Pittsburgh”, reflexiona Obama.

La crisis cronificada se agudiza por falta de decisiones políticas mientras continúa la cháchara. Tiene razón el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker: “Sabemos exactamente lo que debemos hacer, lo que no sabemos es cómo salir reelegidos si lo hacemos”.

Todo es aún posible, también la grecosalida. Sin embargo, el mejor negocio para Alemania es mantener el euro, pero apretando hasta el límite a los griegos para que recapaciten y no se despeñen en las tinieblas del regreso al dracma. Merkel, la niña que no se atrevía a saltar del trampolín cuando daba clases de natación en la República Democrática Alemana, apuesta fuerte y rechaza los eurobonos, no podemos salir gastando de una crisis en la que nos metimos gastando, y frustra el primer pulso del nuevo presidente francés. La canciller esperará también a ver al auténtico Hollande tras la tercera vuelta electoral francesa; calcula que con una mayoría en la Asamblea no deberá nada a la izquierda radical y aguará su objetivo máximo de reorientar la construcción europea.

Esperemos al solsticio del verano. En cualquier caso, Merkel ya ha arrumbado en el garaje la moto con sidecar en la que transportaba a Sarkozy como figurante. El nuevo presidente francés no desea reeditar el directorio: no hemos votado por una presidenta de la UE llamada Merkel con el poder de decidir el destino de todos. Tiene razón, pero la economía francesa no tiene el peso suficiente para imponerse al gigante alemán ni tampoco desplaza, de momento, la fuerza política para llevar súbitamente a Europa por otros caminos. El destino es el peso económico, no ya la geografía. Monsieur Normal no lo tiene fácil, deberá abrochar más el cinturón de los franceses tras hacer campaña contra la austeridad.

Cabe preguntarse si Europa puede avanzar sin un eje francoalemán: solo con él, ya no; las desplazadas instituciones de Bruselas tienen que recibir más juego, así como otros países, medianos e incluso pequeños, y la ciudadanía, si no queremos ahondar el desapego de los jóvenes hacia Europa. “Debemos sostener una idea europea que no sea solamente financiera y competitiva, sino social y democrática”, demanda en Le Monde el geógrafo Guy Bergel. Como gritaba una escarapela roja portada por una socialista en la plaza de la Bastilla la noche del triunfo de Hollande, Lo humano por encima de todo. El canciller Kohl quería una Alemania fuerte en una Europa fuerte, hoy tenemos una Alemania fuerte en una zona euro débil. En las grandes crisis los acreedores mandan. Berlín es el principal pagano del fondo de estabilidad europeo y la aportación combinada de Alemania a los rescates sobrepasará los ingresos fiscales del país en un año.

Y España, cada vez más periférica respecto al corazón de Europa, se debate entre hablar alemán, atendiendo sin chistar a las demandas de Merkel y agradecer con un danke, o chapurrear francés a la sombra del presidente socialista. Estamos en el epicentro de la crisis a la que aportamos un sistema financiero con más agujeros que un queso de gruyere. Nos declaramos incompetentes para supervisarlo y, sin políticas propias, cedemos la poca soberanía que nos restaba. Se extiende el pesimismo y regresan los demonios familiares con una rendición moral sin precedentes desde el 98 del siglo XIX cuando perdimos las últimas colonias. Parece como si hubiéramos olvidado que España dejó de ser diferente con el ingreso en Europa en 1986. No podemos escapar a la sensación de que nuestro destino no está ya en nuestras manos. Hemos hecho todo lo posible, ustedes dirán, admite rendido el Gobierno de Rajoy.

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