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Cicchelli:"Hay una tendencia común en Europa, la prolongación de la juventud"

El sociólogo Vincenzo Cicchelli reflexiona sobre la identidad europea y sus diferencias agravadas por la crisis económica

Vincenzo Cicchelli es profesor de sociología en la universidad de París René Descartes (Sorbona), especialista en adolescencia y juventud y autor de varias obras sobre la juventud en Europa, entre ellas L’esprit cosmopolite: voyages de formation des jeunes en Europe, que se publicará en junio en París (Presses de SciencesPo).

Pregunta. ¿Existe una identidad común de los jóvenes europeos?

Respuesta. Sí y no. Los jóvenes europeos tienen un modelo común de socialización y cultura juvenil, pero viven en situaciones económicas y sociales muy diferentes, entre norte y sur y entre este y oeste de Europa. Es posible ver una tendencia común a todos los países occidentales, la prolongación de la juventud, porque el paso a la edad adulta está menos marcado que antes por el final de los estudios, la salida de la vivienda paterna, la incorporación a la vida labboral, el matrimonio o el nacimiento de un hijo. Hoy, los caminos son más sinuosos, las situaciones se superponen y son reversibles. Un joven puede vivir en pareja pese a estar en el paro o estar estudiando todavía, reanudar los estudios después de haber trabajado, regresar al domicilio de sus padres después de haber vivido por su cuenta...

P. ¿A qué se debe, en su opinión, la prolongación de la juventud?

R. La adolescencia es consecuencia de la escolarización en la educación secundaria, y la juventud, de cursar estudios superiores. Si todo el mundo trabaja desde muy pronto, no hay juventud.

P. ¿Existe una cultura común de los jóvenes europeos?

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La educación ya no está vinculada a la autoridad sino a una autonomía negociada

R. Sí. Los jóvenes oyen las mismas músicas, rock, pop, rap; leen los mismos cómics o mangas, llevan la misma ropa, juegan a los mismos juegos de vídeo y hacen un uso intensivo de los nuevos medios de comunicación, Internet, chats, sms, redes sociales... Es una cultura de contacto, al abrigo de los adultos y en la instantaneidad, que ha podido florecer porque la familia la ha autorizado y la utiliza, y porque la educación ha cambiado profundamente en todas partes. Ya no está vinculada a la autoridad sino a una autonomía negociada. Todas las encuestas muestran que los jóvenes y los adultos tienen hoy unos valores comunes, que no son ni la fe religiosa ni la obediencia, sino la autonomía, el respeto a los demás, la tolerancia y la preocupación por sí mismos.

P. Entonces, ¿los jóvenes tienen la misma vida de un extremo a otro de Europa?

R. No, sigue habiendo diferencias muy notables entre unos países y otros. Escandinavia, por ejemplo, se caracteriza por una firme idea de autonomía, en virtud de la cual los jóvenes salen muy pronto de casa de sus padres pero el Estado se hace cargo de sus estudios: ese largo periodo antes de la incorporación a la vida laboral se ve como algo positivo, como una fase de experimentación, en la que el joven puede viajar, trabajar, estudiar. Mientras que, en los países del sur, es la familia la que sufraga los estudios y ayuda a los hijos a establecerse, lo cual explica que se vayan más tarde de la casa familiar. Lo que ocurre es que, en la actualidad, esta generación sufre un desempleo masivo, que afecta a más del 50% de los jóvenes españoles y 30% de los italianos, y no es casualidad que en estos países veamos a los indignados, que quieren "un trabajo y un futuro". Francia ocupa una posición intermedia, en la que el Estado se hace cargo de los estudios y concede un subsidio de vivienda que complementa las ayudas familiares. El Reino Unido es un caso aparte, debido a su opción liberal, que empuja a los jóvenes a ser económicamente independientes desde muy pronto y optar por estudios cortos --y caros--, aunque la crisis está transformando este modelo.

P. ¿Erasmus y las estancias en otros países europeos, cada vez más frecuentes, están contribuyendo a forjar una nueva cultura?

R. Un poco, pero al programa Erasmus se acogen muy pocos estudiantes, menos del 2%. No obstante, estos intercambios contribuyen a crear una conciencia generacional. También hemos visto aparecer un mercado europeo de estudios y titulaciones, y estudiantes que hacen sus carreras más allá de las fronteras de su país.

P. ¿Contribuye a estos intercambios el proceso de Bolonia, que ha armonizado los diferentes ciclos de estudios superiores en toda Europa en torno a las siglas LMD (Licenciatura, Maestría, Doctorado)?

R. Por supuesto. La Comisión Europea ordenó a todos los sistemas de enseñanza superior que convergieran hacia un mismo modelo y que hicieran los planes de estudio más legibles y más visibles. Las universidades deben publicar los contenidos de las titulaciones y las posibilidades de inserción profesional. El proceso de Bolonia tiene como objetivo una sociedad europea del conocimiento, para que haya una mayoría de europeos altamente educados y cualificados. El sistema educativo francés, tan selectivo, está reñido a veces con este objetivo.

P. En junio publicará usted L’esprit cosmopolite: voyages de formation des jeunes en Europe [El espíritu cosmopolita: viajes de formación de los jóvenes por Europa]. ¿Qué abarca esta noción de cosmopolitismo?

La crisis está despertando viejos prejuicios y rivalidades entre los países del norte y el sur

R. En toda Europa, la juventud está adquiriendo conciencia de que la cultura de su propio país es importante, sin duda, y constituye su identidad, pero no basta para comprender el mundo. Los jóvenes deben conocer otras culturas, porque presienten que los aspectos culturales, políticos y económicos están ligados a la globalización. Por consiguiente, tienen que tomar contacto con lo distinto, con el pluralismo cultural. Es un largo aprendizaje, mediante viajes de turismo, educativos o humanitarios, pero también, desde su propia casa, a base de interesarse por los productos culturales de los demás países: cine, series de televisión, novelas, cocina, forma de vestir...

P. ¿Qué piensan de Europa los jóvenes con los que ha hablado?

R. Los jóvenes, en su mayoría, se declaran primero de su propio país, y después europeos. Europa, sin fronteras y con una moneda única, les ofrece una movilidad extraordinaria en un espacio de una riqueza cultural inigualable, con tantas lenguas y ciudades, tanta belleza. Sin embargo, me da la impresión de que la idea europea de que cada cultura nacional vale lo mismo que las demás, independientemente del tamaño del país, no ha mejorado con la crisis, que está despertando viejos prejuicios y rivalidades; por ejemplo, cuando "los países del norte" consideran a "los países del sur" unas "cigarras nada previsoras".

P. ¿Y de las instituciones europeas?

R. Todo lo contrario: los jóvenes las ven muy alejadas de sus preocupaciones, con un funcionamiento opaco e incomprensibles. La escuela, los adultos, los políticos tienen su parte de responsabilidad en ese desconocimiento: no cumplen su función de educadores. Y eso, a pesar de que las instituciones europeas son responsables de algunas cosas excelentes, como el programa Erasmus o el servicio cívico. ¿Pero qué responsable político da las gracias a Europa cuando inaugura un equipamiento financiado con fondos europeos?

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