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Transición en Egipto

¡Que no nos quiten la noche de El Cairo!

Los sectores laicos de la población temen que un presidente islamista acabe con su estilo de vida

Dina, en su espectáculo de baile.
Dina, en su espectáculo de baile.A. C.

A la una y media de la mañana, Dina, la bailarina del vientre más célebre de Egipto, cruza a la carrera las cocinas de un gran hotel de El Cairo, dejando a camareros y cocineros boquiabiertos. Su escote, su belleza y su desparpajo les deja sin palabras. Corre a cambiarse para salir a mover las caderas en una boda que se celebra en el hotel. Se enfunda en un escueto biquini de lentejuelas adornado con gasas largas verdes y sale a la pista de baile, en medio de los aplausos y las risas tímidas de algunos invitados.

Dina baila desde los nueve años. Con un estilo muy particular, se ha convertido en una estrella admirada en todo el país y también en el extranjero. Ahora, como muchos otros egipcios, teme la llegada de un presidente islamista al poder que acabe con su arte y su estilo de vida. Hace una semana, los egipcios votaron en las primeras elecciones presidenciales libres de su historia. Los dos candidatos rivales, un militar y un islamista han cantado victoria, mientras los resultados oficiales no acaban de llegar.

 Mohamed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes ha prometido gobernar para todos los egipcios. Se ha comprometido además a respetar los derechos de los cristianos –un 10% de la población- y las mujeres. La noche de El Cairo desconfía sin embargo de las promesas de la Hermandad y piensan que no dudarán en aplicar las interpretaciones más rígidas de la ley islámica. La desconfianza de muchos es una muestra más de que Egipto es hoy un país polarizado. Son una legión los que apoyan a los islamistas. Otros tantos los detestan.

Desconfían de las promesas de la Hermandad y piensan que no dudará en aplicar las interpretaciones más rígidas de la ley islámica

 “Los Hermanos musulmanes son mucho menos radicales que los salafistas. De momento no han dicho nada en contra de las mujeres, pero yo no me fío. Habrá que ver si los clubs de noche siguen abiertos, si vamos a poder ir a la playa”, explica Dina, una musulmana que ha peregrinado a la Meca, pero que no quiere que nadie le diga cómo tiene que comportarse o vestirse. “Me preocupa que mi país se esté volviendo más religioso. En los últimos diez años, el cambio ha sido tremendo. Muchos viajan a Arabia Saudí y vuelven transformados”, sostiene cigarro en mano esta artista, atacada por los sectores más conservadores de su sociedad. La atacan, pero no han conseguido prohibir un arte milenario que sin embargo sí está sujeto a normas bien precisas. El tirante del biquini por ejemplo no puede tener una anchura menor de tres centímetros. El ombligo hay que cubrirlo aunque sea con un tejido traslúcido. En cuanto a la cadera, se puede mover de delante hacia atrás, pero no en la dirección opuesta.

El negocio a Dina no le va mal. Es la número uno y mal que bien siempre encuentra trabajo. Pero para la mayoría de artistas y empresarios que viven del ocio y de la noche, el último año ha sido nefasto. La caída del dictador Hosni Mubarak y las turbulencias políticas que han seguido a la revolución democrática de Tahrir han espantado a los turistas y también a muchos egipcios que decidieron abandonar el país o que ya no salen tanto como antes. Se quedan pegados al televisor escuchando las tertulias políticas que encandilan a los egipcios estos días. Antes de la revolución, el turismo representaba el 10% del Producto Interior bruto del país y empleaba a uno de cada ocho trabajadores. Esas cifras ahora se han desplomado y ha hecho que muchos egipcios ilusionados inicialmente con la revolución ansíen ahora estabilidad.

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Muy cerca del hotel Gran Nile Tower en el que baila Dina esta noche, la progresía intelectual de El Cairo se reúne en un club de noche escondido en un último piso de un bloque de apartamentos. Alzan las copas de vino blanco y brindan por un futuro que interpretan repleto de nubarrones. “Bebamos ahora. A saber con qué ideas vienen las islamistas”. No se creen ni una de la buenas palabras con las que los Hermanos Musulmanes tratan de convencer a quien quiera escucharles de que nadie debe tenerles miedo. De que no quieren cambiar la vida a nadie. Una periodista madura dice que le preocupa lo que pueda pasar en los próximos días. Represaliada por el antiguo régimen hace su particular interpretación de las promesas de Morsi. “Sí, si, nos dejaran beber, pero en casa y sin que nos vea nadie”.

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