_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El nieto del PRI

Peña Nieto está rodeado de tecnócratas de Harvard y dinosaurios, y nadie sabe por qué especie se decantará

Enrique Peña Nieto, elegido presidente de México como la humanidad entera predecía, lo es doblemente, de apellido materno, y como nieto o tercera generación de los grandes dinosaurios de su partido, el PRI, que consolidaron en los años medios del siglo pasado una formación que gobernaba con todos los ases en la mano y las corrupciones que estimara necesarias, pero también con una cierta capacidad de construcción de Estado. A los 18 años de la última elección de un candidato priista, Ernesto Zedillo en 1994, y con Peña Nieto, el primero de su partido elegido democráticamente, la opinión tiene derecho a preguntarse ¿cómo es el PRI que recupera el poder? Y ¿quién es el candidato que lo representa?

La especulación crítica teme la vuelta de un partido hecho a las mañas del autoritarismo, la trampa y el desfalco de caja. Pero 2012 no se parece a los años finales del siglo pasado. El escritor y político Jorge Castañeda subraya la formación en el país de una burocracia profesional que actuaría como freno y control del poder, cualquiera que este fuese. El exceso dictatorial parece en las actuales condiciones imposible, pero tampoco garantiza con ello el buen gobierno. Peña Nieto, que admira a Adolfo López Mateos (1958-64), presidente de esa generación intermedia entre los fundadores en los años veinte y los contemporáneos del priismo, se define como un hombre sin definición, ante todo pragmático, atento primordialmente a los resultados. El historiador Enrique Krauze cree que pertenecer a una tercera generación de sucesores de los dinosaurios del partido es, de rebote, su mejor baza: “Parte de su atractivo reside en que los jóvenes no vivieron la época del PRI, y piensan que entonces hubo paz y orden, y creen que su retorno al poder significará eso”. Porfirio Muñoz Ledo, implacable adversario en las filas izquierdistas del PRD, es, en cambio, devastador: “México no se merece volver a ser gobernado por un analfabeto”, con lo que hace uno solo de Vicente Fox (PAN, 2000-2006) y el propio líder priista, que en campaña no supo decir cuál era su libro preferido. Pero nadie niega que tiene cabeza para la política, siquiera sea con p minúscula: “Trae la política en la yema de los dedos; información en la sala primera del cerebro; y una carta de navegación en la mano” (Ciro Gómez Leyva, Milenio).

El primer problema del presidente electo es la violencia desencadenada por la lucha contra el narco, que ha causado más de 50.000 muertes durante la presidencia del derechista Felipe Calderón (2006-2012). Y, de nuevo, la opinión adversa recela de que busque alguna componenda con los principales carteles, que permita reducir el estrés ciudadano por el derramamiento de sangre. El representante de Peña Nieto ante la prensa internacional, Arnulfo Valdivia, argumentaba recientemente en Madrid que el anterior mandatario había golpeado al narco “solo con los puños” —el Ejército— cuando hay que usar “la cabeza”: información, infiltración, espionaje electrónico; es decir, el CSI a la mexicana. El futuro presidente retirará a los militares de las calles y creará una gendarmería federal de 40.000 efectivos, inspirada en el Cuerpo de Carabineros colombiano, para lo que ha contratado como asesor al policía mejor considerado en toda la historia de Colombia, el general Óscar Naranjo. Esta fuerza responderá únicamente ante el Gobierno y actuará pasando por encima de los 2.000 cuerpos de policía ya existentes, tratando de despresurizar la cobertura mediática de la violencia para una opinión que ya no puede dar crédito al aluvión de “éxitos” pregonados en el combate contra la delincuencia, que, sin embargo, inflan en vez de aminorar las estadísticas de muerte. ¡Cuántas veces se ha anunciado la captura del enemigo público número uno, para comprobar que el surtido era inagotable!

Enrique Peña Nieto, 45 años, telegénico esposo de una estrella del melodrama televisivo, es un híbrido al que rodean tecnócratas de Harvard y dinosaurios del periodo precámbrico, sin que nadie sepa por qué especie se decantará. El profesor García Rivera se plantea el interrogante de un presidente entre Ave Fénix y pterodáctilo. Y enfrentado al izquierdista López Obrador, que se desprestigió orquestando una histriónica sublevación civil tras las elecciones que perdió en 2006, y a una Josefina Vázquez Mota, del PAN, que cargaba con el peso del fracaso en la lucha contra el narco, al nuevo presidente podría convenir lo que el vizconde de Ségur dijo de Napoleón: “Aquel que no gusta del todo a nadie, pero al que todos prefieren”.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_