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Columna
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Un nuevo escenario en la cuenca mediterránea

La lucha entre el islam chií y el suní es el telón de fondo en Oriente Próximo

La coincidencia de las primeras elecciones libres en Libia para designar una asamblea constituyente y la reunión en París de los Amigos del pueblo sirio no debería dejar indiferente a los países ribereños del Mediterráneo. Hace un año, la intervención militar francobritánica en Libia estaba en su apogeo; semanas más tarde desembocaría en la caída de Gadafi. Esta intervención se había producido para impedir que el dictador libio masacrase a su pueblo y para apoyar a quienes querían vivir libres. Un año después, constatamos que las mismas causas no producen los mismos efectos, pues, en Siria, Bachar el Asad sigue masacrando con total impunidad a los que osan desafiar su autoridad y reivindican la libertad. Entretanto, Rusia y China han considerado que, con apoyo de los estadounidenses, en aquella ocasión los franceses y los británicos les forzaron la mano: tras obtener su abstención en el Consejo de Seguridad, no cejaron hasta la caída de Gadafi. Desde el comienzo de los acontecimientos en Siria, Rusia y China bloquean toda movilización de la comunidad internacional. Y aun cuando los europeos, los norteamericanos y la Liga Árabe se disponen a reforzar el armamento de la oposición siria, todo hace pensar que El Asad se defiende con armas de los consejeros rusos. Hillary Clinton ha denunciado en París el bloqueo por parte de Rusia de una eventual decisión del Consejo de Seguridad que permitiría llegar más lejos en el apoyo a la oposición siria. François Hollande, por su parte, ha vuelto a afirmar que el objetivo debe ser la partida de El Asad, lo mismo que, hace un año, se trataba de obtener la de Gadafi.

En realidad, la situación es difícil de aprehender. Es como si nos encontrásemos ante dos estrategias enfrentadas. El escenario que se instala progresivamente es el de la dominación política de los Hermanos Musulmanes; en Egipto, desde luego, pero también en Libia y en Túnez, y muy pronto posiblemente en Marruecos. En este contexto, dos estrategias, dos visiones, parecen oponerse. La visión norteamericana parece ser la de haberse resignado a esta extensión del dominio del islamismo suní, reforzado por el poderío financiero de Catar, que completa el de Arabia Saudí. EE UU desea reforzar su apoyo a Arabia Saudí y, por tanto, a un frente suní para contrarrestar la amenaza iraní. La lucha entre el islam chií, cuya capital es Teherán —y tiene en el régimen de Damasco a uno de sus aliados—, y el islam suní, que es el de los Hermanos Musulmanes, es el telón de fondo al que hay que remitir todo análisis de la situación en Oriente Medio.

Para Rusia, por el contrario, el enemigo son los Hermanos Musulmanes, cuya victoria es percibida como un peligro para la región. Al mismo tiempo que apoya a Damasco, el régimen ruso va a esforzarse por apoyar en Irán a aquellos que buscan un compromiso con Europa y EE UU sobre la cuestión nuclear. Por otra parte, Vladímir Putin viajó recientemente a Israel para reanudar los contactos con el Estado hebreo, que podría ser un blanco fácil para los Hermanos Musulmanes. Qué duda cabe que Rusia piensa antes que nada en protegerse a sí misma de la agitación islamista de tendencia suní en los antiguos territorios de la Unión Soviética.

Desde ese punto de vista, a Rusia no le faltan argumentos, pues puede señalar que uno de los resultados de la intervención en Libia ha sido el de armar a las peores milicias islamistas presentes en el Magreb y que se disponen a convertir el norte de Malí en un nuevo Afganistán. En un contexto semejante, marcado por un repliegue progresivo de un EE UU que, desde el discurso de Obama en Honolulu, ha reorientado su estrategia y sus preocupaciones principales hacia Asia, y por una Rusia que intenta recuperarse, apenas se vislumbra una estrategia europea. Sin embargo, si esta problemática concierne a alguien en primer lugar es a nosotros. Pase lo que pase, Europa apoya a aquellos que defienden la libertad. Pero no debemos olvidar que hasta las revoluciones más benignas vienen seguidas de fases caóticas de las que puede salir tanto lo mejor como lo peor. Esto no invalida los esfuerzos que deben hacerse a favor de la oposición siria. Pero, al contrario de lo que pasó en Libia, donde ni Nicolas Sarkozy ni David Cameron habían previsto la fase posterior a la intervención, ya es hora de preocuparse de elaborar una estrategia que preserve nuestros intereses fundamentales ante lo que ya es, y será durante años, un nuevo escenario en la cuenca mediterránea.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

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