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Columna
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El repliegue

Obama ha iniciado el virtual abandono de Irak y la miniaturización de su preocupación en Afganistán

No es abandono, tampoco del todo retirada, pero sí repliegue. Washington ha elevado Afganistán a la categoría de aliado esencial fuera de la OTAN, algo así como el Nobel de la geopolítica norteamericana. Otros 14 países, entre ellos Israel, Japón y Egipto, ya gozaban de esa distinción. Pero el anuncio refrenda el fin de un ciclo, iniciado con las operaciones en Irak y el propio Afganistán.

 La secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha querido resumir el futuro de Estados Unidos en el país asiático en un tríptico: Fight (luchar); Talk (negociar); y Build (construir). Padre, hijo y Espíritu Santo. Hará falta la intervención del Altísimo, porque los resultados hasta la fecha han sido muy modestos. Como cuenta Rajiv Chandrasekaran (The War within the War for Afghanistan), al contingente occidental le ha faltado “dirección central”, el Ejército de Tierra norteamericano “libra una guerra; los Marines, otra, y los británicos, ninguna”. Y en 2014 concluirá la presencia de tropas de primera línea de Estados Unidos y aliados, entre ellos España. Permanecerá, por supuesto, un contingente de Washington, que se evalúa entre 10.000 y 30.000 efectivos, para custodia de instalaciones y fuerzas de apoyo, quizá en particular a la aviación, a la que se requerirá, como se hizo con el Vietnam de Van Thieu hace 40 años, que machaquen al talibanismo; si lo encuentran. Pero guerras terrestres, nunca más. Como la Inglaterra imperial del siglo XIX.

La situación se diferencia, sin duda, de la que obraba en el sudeste Asiático. No hay comunismo que abatir, aunque exista como suplente accidental una versión extrema de la fe islámica; nunca ha habido medio millón de soldados norteamericanos, expuestos a sufrir cientos de bajas a la semana; el enemigo no está lastrado por un parque temático en retaguardia —Vietnam del Norte— que machacar impunemente; y Pakistán mal puede competir con China como santuario y despensa de insurgentes. Pero no por ello Afganistán deja de ser una réplica en miniatura de aquel Vietnam. Estados Unidos se retiraba a comienzo de la década de los años 70 confiando en que la fuerza aérea bastara para impedir el triunfo de Hanoi, pero el Congreso prohibió que siguiera la guerra desde el aire, lo que pudo contribuir poderosamente al hundimiento de Saigón. Es posible que Washington hoy espere que, a falta de grandes objetivos talibanes que destruir con el fragor de las superfortalezas, pueda hacer lo mismo con el sigilo de los drones (aviones no tripulados).

Todo comenzó en Indochina, hasta el punto de que pudo atribuirse al llamado síndrome de Vietnam el rechazo de la opinión norteamericana a otras aventuras exteriores. Durante un tiempo se argumentó que la victoria, inicialmente fácil, en las dos guerras del Golfo —1991 y 2003— había liquidado ese trauma posbélico. Pero hoy es más razonable ver Irak y Afganistán como recaídas relativamente menores en aquella larga convalecencia. Son esos dos conflictos los que han puesto fin al síndrome de Vietnam, pero con la victoria del síndrome. Y aquí es donde entra en juego la Pax britannica.

Inglaterra construyó en el siglo XVIII la mayor flota de guerra que el mundo ha conocido, como compensación a una extrema reticencia a implicarse en conflictos terrestres. Hasta la Guerra de Sucesión española (1700-1715), con las victorias del duque de Marlborough, no hubo importantes contingentes británicos en el continente, y Gibraltar lo tomó el almirante Rooke, no un general. La misma victoria de Waterloo (1815), que se apuntó al haber de Wellington, se obtuvo con una presencia mucho mayor de prusianos y belgas que de ingleses. Hasta 1916, mediada la Gran Guerra, no se estableció el reclutamiento forzoso en las Islas, decretado entonces por el liberal David Lloyd George. Y uno de los grandes prodigios de la historia del colonialismo fue el control del subcontinente indostánico, cuatro millones de kilómetros cuadrados, durante gran parte del XIX, con apenas 36.000 funcionarios y soldados. Un modelo a envidiar por Washington.

Cuando el presidente Barack Obama anunciaba el 18 de noviembre pasado en Australia la reorientación de los intereses estratégicos norteamericanos hacia el Pacífico, subrayaba sin mencionarlo el virtual abandono de Irak, y la miniaturización de sus preocupaciones en Afganistán. Estados Unidos nunca podrá reducir su presencia terrestre en el área como hizo Gran Bretaña hace siglo y medio, pero la flota concentrará en unos años más de dos tercios de sus efectivos en aguas que Pekín considera de exclusiva propiedad. El repliegue de Afganistán es la bajamar de un poder, que es hoy ya un poco menos imperial.

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