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“Somos más fuertes que antes, aprendimos a sufrir”

Los rebeldes y los civiles que permanecen en Al Qusayr se resignan a soportar una larga contienda

Captura de un vídeo difundido por la oposición que muestra mujeres y niños velando a víctimas de la matanza.
Captura de un vídeo difundido por la oposición que muestra mujeres y niños velando a víctimas de la matanza. AP

En Siria ya no preguntan a quién has perdido de tu familia, sino cuántos. “En la mía han muerto 31, creo”, dice Trad al Zahory, un reportero de Al Qusayr que ya no lleva la cuenta de los que ha enterrado, entre primos, tíos y hasta su propio hermano, Maheed. “El próximo seré yo”, afirma con amargura. Aquí, como en muchas localidades tomadas por el Ejército Libre Sirio (ELS), llevan un año y cuatro meses conviviendo con el terror y la sangre, temiendo que una bomba o una bala de un francotirador del régimen les alcance, que la resistencia ataque un puesto de control por sorpresa y mueran.

Resistir o morir es la consigna en las zonas en las que el presidente, Bachar el Asad, trata de retomar el control a cañonazos.

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En Al Qusayr, en la provincia de Homs, la población que no ha huido se mantiene ociosa para evitar pensar en el más allá y esquivar el miedo. “Hemos creado un centro de prensa y grabo y difundo las imágenes de la represión”, explica Trad. “Me he acostumbrado al sonido de las bombas, ¡ya no puedo dormir sin ellas!”. Otros trabajan a destajo en el hospital clandestino o se han enrolado en las filas de los rebeldes, mientras las pocas mujeres que quedan cosen banderas o uniformes para los combatientes. “Mi padre y mi madre, mis hermanos, todos están aquí. Aunque no estén en el ELS, permanecer es ya es una forma de lucha, de plantar cara a Bachar”, dice Rifaí, miembro de la resistencia.

Tras meses de lucha armada, algo ha cambiado en las mentes de los civiles, resignados ahora a soportar una larga guerra. “No tenemos esperanzas de que esto termine pronto, así que tengo todo el tiempo del mundo", dice Mohamed, cavando con fuerza un búnker frente a su casa para refugiarse de los bombardeos diarios. Ya no hay miedo a aparecer frente a la cámara y muchos salen a comprar pan bajo las explosiones, cruzando sin prisa esa calle en la que dispara un francotirador. En los entierros, ya no quedan lágrimas. En las casas han roto todos los cristales para evitar que les maten si hay una explosión, ponen cintas en los espejos para que no revienten e instalan parapetos improvisados con maderas en puertas y ventanas. El 70% de los edificios han sido destruidos o dañados en esta ciudad.

"Nuestra gente está más fuerte que antes. Hemos aprendido a sufrir ", explica Abu Zuz, comandante de la brigada Al Farouq, una de las más numerosas en la zona colindante con El Líbano en una casa confiscada a una familia de shabiha (paramilitares del régimen), desde donde dirige las operaciones. "A lo mejor nos lleva un año acabar con el régimen, pero el tiempo está de nuestro lado", afirma confiado. "Ellos están exhaustos y están perdiendo. No tenemos prisa, queremos hacer una revolución perfecta. Estamos limpiando la zona de shabiha y medimos bien nuestras fuerzas antes de realizar un ataque, con pequeñas operaciones".

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Por el norte, en la frontera con Turquía, el ELS ha logrado controlar una amplia zona, pero por el sur, en la provincia de Homs, hay muchas más dificultades. "El Gobierno se ha dado cuenta de la importancia estratégica de esta frontera y la ha reforzado. Aquí somos pobres, solo tenemos fusiles, RPG (lanzagranadas) y morteros y nos falta munición. El Ejército de El Asad cuenta con helicópteros, sobrevuelan la zona con aviones y hacen fotos, y tienen tanques y artillería pesada. Además, aquí está la amenaza de Hezbolá, que está del lado de Al Asad", grita casi entre los sonidos de los morteros que lanza la milicia libanesa y que caen sobre los campos de manzanos y albaricoques. "Ahora ya tienen bases en Siria y lanzan algunas operaciones, pero hemos conseguido pactar con ellos que no entren en la ciudad de Al Qusayr ". Abu Zuz asegura no seguir las órdenes del mando central del ELS en Turquía porque "aquí nosotros sabemos mejor que ellos lo que tenemos que hacer. Ya no esperamos ayuda de nadie".

El escepticismo y la desconfianza hacia la comunidad internacional se ha generalizado en estos últimos meses. "Si esperamos a que la ONU se decida, esto no terminará nunca", dice Kosay Aladae, uno de los últimos cristianos que queda en Al Qusayr, donde la mayoría de ellos ha huido por miedo a represalias, acusados de colaborar con El Asad. "Yo creo en la vía militar, porque veo muy claro que los sirios estamos solos. Estoy seguro de que el pueblo ganará esta revolución y si dependemos de los demás esto tomará mucho tiempo, no sé cuánto. Sólo Dios puede decidir el final".

Sobre el sectarismo y el peligro para las minorías cristiana, alauí (rama chií del islam a la que pertenece la familia El Asad), y otras, Aladae asegura que "esa idea es parte de la propaganda del régimen, que lo difunde a través de sus medios, que dice que el ELS son terroristas islámicos y que los cristianos estamos en peligro. Aquí sobre el terreno no es así, las bombas y los francotiradores matan por igual a todos, sean de la religión que sean. Pero hasta el Vaticano se cree la propaganda del régimen". Aladae ha decidido quedarse en Al Qusayr y correr la misma suerte que sus vecinos, la mayoría musulmanes suníes, un 80% de la población. "Mi nacionalidad es más fuerte que mi creencia. No me importa lo que digan en Roma, que me pregunten a mí si necesito algo. Aquí quien me está ayudando es mi pueblo".

Todos se esfuerzan en hablar de unidad. "Toda Siria es una y vamos a seguir hasta el final", dice Abu Salem, el primer hombre que logró romper la barrera del miedo y salir a la calle a manifestarse mediados de marzo del año pasado en esta ciudad, junto con la familia Al Zohory. "Me alegro porque desde entonces el régimen ha expuesto su brutalidad, nadie en este país puede ignorar que Bachar tiene sangre en sus manos". Sin embargo, la gran mayoría de sirios de las dos principales ciudades del país, como Alepo o Damasco, no se ha levantado aún contra el régimen.

Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, más de 17.000 personas han muerto ya en esta guerra, y a pesar de la brutalidad de las noticias que llegan a Al Qusayr sobre la matanza en Treimse, una localidad de la provincia de Hama, la peor hasta ahora con 200 muertos, ya nadie se espanta como antes. "Es una más. Esto tiene que terminar ya, Bachar debe irse ", dice Trad, el cámara de la revolución. "Cuando acabe todo, me subiré a la torre más alta de la mezquita y lanzaré esta cámara al vacío. Ha visto demasiados horrores".

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