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La desesperada huida de los sirios

El avance rebelde recrudece las represalias del Ejército y exacerba el miedo de los sirios que arriesgan su vida en la huida hacia los países limítrofes

Refugiados sirios cargan con sus pertenencias en la frontera de Masnaa, entre Siria y Líbano.
Refugiados sirios cargan con sus pertenencias en la frontera de Masnaa, entre Siria y Líbano. STR (AP)

Fatima Ihya Mohamed guarda en su regazo una criatura diminuta e inconsolable, mientras espera que las autoridades de uno de los campos de refugiados de Jordania le den solución a alguno de sus acuciantes problemas. La criatura se llama Bayan y nació el miércoles. Ella cruzó la frontera desde Siria dos días antes, muerta de miedo, dolorida y a punto de parir, con su marido y sus dos hijos. Pagaron 115 euros a un contrabandista para salir de Deraa, el epicentro de la revuelta, asediado día y noche por el Ejército de Bachar el Asad.

No querían irse, por eso aguantaron hasta el último momento, escondidos en los sótanos, pero hace unos días los bombardeos dieron de lleno en la casa de su familia y muchos murieron. La joven parturienta y su marido interpretaron aquello como una señal. Había que irse de Siria.

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Hicieron la travesía a pie y, al llegar a la frontera, el futuro padre subió a caballito a su mujer y trepó la valla tratando de sortear la alambrada de espino. Habían llegado sanos y salvos a Jordania. Los metieron en un campo de tránsito donde el sol abrasador no perdona ni debajo de la lona. Ahora buscan desesperados a algún jordano que les patrocine, lo que les permitiría abandonar el campo y buscarse una nueva vida.

El avance de los grupos rebeldes sobre Damasco, que comenzó el pasado domingo, ha provocado una reacción histérica del régimen, cuyo Ejército bombardea sin tregua y a la desesperada por todo el país. La población huye despavorida de las bombas y de la incertidumbre.

Decenas de miles de sirios han decidido en las últimas horas dejar atrás sus casas. Durante meses han aguantado la artillería pesada y los francotiradores, pero ahora les aterroriza lo que pueda pasar durante los que consideran los últimos coletazos del régimen. Temen que un Ejército en estado de descomposición se entregue al pillaje, a las violaciones y a las ejecuciones. Prefieren arriesgar la vida en la ruleta rusa en la que se ha convertido transitar las vías de salida del país.

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Los huidos llegan a Jordania tras hacer cinco kilómetros a pie y a oscuras

Cerca de 120.000 sirios han buscado refugio en Líbano, Jordania, Turquía e Irak, según el recuento de la agencia de la ONU para los refugiados, que ayer alertó de la gravedad de la situación. Hasta un millón de sirios se han convertido en desplazados internos dentro del país por el conflicto armado.

A Ramtha, la localidad jordana pegada a la frontera siria donde se escuchan los bombardeos sobre Deraa a diario, llegan los refugiados en medio de la noche. Se cuentan por miles. Llegan después de atravesar entre dos y cinco kilómetros a pie, a oscuras y en el mejor de los casos protegidos por las huestes del Ejército Libre Sirio (ELS), que ejercen de escudos humanos. Los soldados del presidente Bachar el Asad están al acecho y disparan a todo lo que se mueve. Después, hay que sortear la valla de alambre de espino, antes de dar con las patrullas jordanas que acuden al socorro de los refugiados.

La heroica huida de Ihya Mohamed tiene poco que envidiar a la de Um Khader, otra madre siria, de Homs, en el oeste del país, que acaba de llegar a Ramtha con sus 10 hijos a cuestas. Todavía no se pueden creer que hayan sido capaces de sobrevivir a la emboscada que les tendió el Ejército. Un vehículo les dejó a las diez de la noche en el sendero de Tal Shab, desde donde empezarían la caminata. Eran un grupo grande, de unas 150 personas, la mayoría de ellas mujeres y niños, escudados por soldados del Ejército Libre. “El terreno es muy malo. Perdimos los zapatos. A los niños se les enganchaban los pies entre las plantas. Tenían mucho miedo. Algunos lloraban”, relata Um Khader en una habitación sucia y maloliente en la que los han instalado. “Entonces empezamos a escuchar disparos. Tiraban a los pies. Corrimos de vuelta a los coches y lo intentamos por otro camino”.

Los soldados de El Asad están al acecho y disparan a todo lo que se mueve

Escenas como estas se repiten cada noche en la campiña siria. Niños que lloran, disparos a los bultos que se mueven en la oscuridad. Al hospital de Ramtha llegan a diario entre tres y diez heridos, cuenta Saleh Darakte, el supervisor del centro. “La mayoría tiene heridas de bala en la parte baja de la espalda o en las piernas. A algunos los hieren en el camino. A otros, les alcanza algún disparo en su ciudad y los evacuan como pueden. Vienen transportados en camillas por los activistas campo a través”.

Hace meses que los ciudadanos de a pie no utilizan los hospitales sirios. Saben que pueden entrar heridos y salir muertos. Los opositores aseguran que en los hospitales ejecutan o detienen a cualquiera que no sea militar y que llegue con heridas, porque los consideran sospechosos de haber participado en manifestaciones en contra del régimen. A algunos heridos los atienden a escondidas en sus casas. Otros prefieren arriesgarse e intentar cruzar la frontera. Los hay, dice Darakte, que mueren por el camino.

Abu Ali es un activista que se encarga de coordinar el reparto de heridos sirios en los hospitales de la frontera jordana. Conoce al detalle las rutas. Cuenta que los caminos más cortos son los peligrosos porque están más vigilados. Asegura también que los puntos de salida están ahora saturados. Que ahora mismo en Deraa hay 3.000 personas esperando su turno para salir de la ciudad. “En esta última etapa, la presión es enorme. Empieza el Ramadán, bombardean desde aviones, helicópteros, la gente quiere salir cuanto antes”. Suena el teléfono y Abu Ali tiene que irse. Han herido a una chica joven en la frontera y hay que correr a buscarla.

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