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La muerte de un obispo argentino persigue a Videla

Procesado el exdictador por el crimen de Angelelli en 1976

Alejandro Rebossio
Videla, en el juicio el pasado julio.
Videla, en el juicio el pasado julio.JUAN MABROMATA (AFP)

Un mes antes de que las Fuerzas Armadas de Argentina dieran el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y comenzara así la más sangrienta dictadura de su historia (1976-83), un obispo argentino escribió una carta a sus pares, los mismos que en su mayoría colaborarían o callarían ante el régimen: “Es hora de que abramos los ojos y no dejemos que generales del Ejército usurpen la misión de velar por la fe católica. No es casualidad querer contraponer la Iglesia de Pío XII a la de Juan XXIII y Pablo VI. Por ahí se me cruza por la cabeza el pensamiento de que el Señor anda necesitando la cárcel o la vida de algún obispo para despertar y vivir más profundamente nuestra colegialidad episcopal”.

El 4 de agosto de 1976, hace 36 años, Enrique Angelelli perdió la vida en un accidente de coche en su diócesis, La Rioja. La dictadura informó de que un neumático había reventado, pero un tribunal de apelaciones de Córdoba ha ratificado hace dos semanas que la cubierta no explotó y que el accidente fue provocado, y ha confirmado el procesamiento por homicidio del entonces dictador Jorge Videla y de otros cuatro jefes militares. Angelelli es el símbolo de la otra Iglesia, la que sufrió persecuciones y crímenes por oponerse a la dictadura.

En los últimos días se han conocido nuevas declaraciones de Videla a la revista El Sur en las que reconocía que la jerarquía de la Iglesia local sabía que las decenas de miles de desaparecidos en realidad habían sido eliminadas por el régimen e incluso afirmaba que el nuncio apostólico, Pio Laghi, y algunos de los principales obispos argentinos lo habían asesorado sobre cómo manejar esa información. De hecho, acordaron que los religiosos revelaran la verdad a los familiares de víctimas que no fueran a hacer un “uso político de la información”.

Pero mientras todo eso se cocinaba, algunos obispos, sacerdotes, monjas, catequistas y otros laicos de movimientos católicos fueron perseguidos por los militares y muchos de ellos perdieron su vida, como Enrique Angelelli. La justicia argentina investiga si el accidente de coche en el que murió en 1977 el entonces obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León, también fue un atentado. Además, otros 16 sacerdotes, seis seminaristas, un religioso, dos monjas (francesas, secuestradas en la parroquia porteña de Santa Cruz) y 33 laicos fueron asesinados o desaparecieron entre el año 1974 (cuando gobernaba Juan Domingo Perón, pero ya actuaba la parapolicial Alianza Anticomunista Argentina) y el año 1983, según la lista que elaboró un activista católico de derechos humanos, Emilio Mignone, en su libro Iglesia y dictadura.

“Hubo dos iglesias”, cuenta Arturo Pinto, el entonces sacerdote que acompañaba a Angelelli en el coche. Pinto sufrió lesiones por el accidente, fue ingresado y ya entonces dijo que otro vehículo se les había cruzado en el camino para desviarlos. Eso fue lo que pudo declarar ante la justicia cuando regresó la democracia. El obispo de La Rioja, que conducía aquel día, llevaba consigo una carpeta con documentación sobre el asesinato de dos curas de su diócesis para presentarla ante Pablo VI. “Tuve la impresión de que nos sobrepasó un vehículo y se nos cruzó. Lo único que recuerdo es un golpe muy fuerte”, recuerda Pinto.

“Eran contados con los dedos de una mano los obispos que se oponían a la Iglesia que colaboró con el terrorismo de Estado”, añade quien un año después dejó los hábitos. Mignone señaló que solo cuatro purpurados se opusieron a la dictadura, entre ellos Angelelli, y cinco se mostraron sensibles con las familias de desaparecidos, incluido Ponce de León. “Enrique Angelelli era aliado del pueblo, de los marginados, de los que luchaban por la tierra, el trabajo, la dignificación de la vida, abierto, amigo,comprometido con el hombre, la mujer y la política”. Sus detractores eran políticos, militares, hacendados y periodistas de La Rioja que lo calificaban de comunista, tercermundista y guerrillero.

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