_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Convención que no sirvió a Romney

Clint Eastwood y Paul Ryan le robaron el show al candidato del Partido Republicano

En solo unos meses el partido republicano ha pasado del cualquiera menos Romney al Mitt-Ryan, pongámoslos al frente, que disputará a Barack Obama y Joseph Biden la presidencia de Estados Unidos en noviembre. Era lo mínimo que cabía esperar de una Convención celebrada en Tampa (Florida): que se esforzara en presentar un frente unido, para tener alguna posibilidad de derrotar al ocupante demócrata de la Casa Blanca.

Son estas unas elecciones en las que por primera vez en la historia el partido republicano no tendrá ningún candidato de confesión reformada: Mitt Romney es mormón, de una Iglesia fundada en el siglo XIX, a la que no todos siquiera consideran cristiana, y su compañero de fórmula, Paul Ryan, es católico. El ticket demócrata está formado, a su vez, por el presidente Obama, el único protestante que competirá el 6 de noviembre, y Joseph Biden, que como Ryan profesa la fe de Roma. Así es como se enfrentan tres minorías por el favor electoral: el mormonismo, que agrupa a 12 millones de 320 millones de norteamericanos; la población de color, que con un 11% del total pasa de los 35 millones; y el catolicismo, 24% del país, o unos 80 millones de fieles. Las tres precisan del apoyo de la mayoría protestante (51%) para obtener la presidencia.

Romney es un antiguo liberal que por el corrimiento de su partido a la derecha experimenta graves dificultades no ya para convencer al votante indeciso, sino a los propios republicanos, de que es parte también del seísmo, y asume las creencias del liberalismo económico más desaforado, que amenaza con derogar las modestas reformas de Obama, y en particular su ley de Seguridad Social. Para contrarrestar la incredulidad que despierta el devoto mormón se ha convocado a Ryan, veterano agente de tráfico de la Cámara de Representantes, que se ha distinguido por proponer piezas legislativas de difícilísima aprobación por su radicalismo, y en ocasiones por su escaso sentido del ridículo, como cuando propuso que se recompensara económicamente a los países que adoptaran el dólar como moneda. El representante por Wisconsin califica la ley de Seguridad Social de “más de 2.000 páginas de reglas, recargos, impuestos y multas sin cabida en un país libre”.

La imprescindible fusión entre el converso Romney y el profeta Ryan quiere hacerse tomando como personalidad votiva al presidente Ronald Reagan (1980-88), el gran icono histórico de la derecha profunda. Pero a quien se parece de verdad la pareja republicana es a la candidatura de Barry Goldwater, devastada en 1964 por Lyndon B. Johnson, con un 65% de sufragios. Mitt Romney asistió cuando solo tenía 17 años a la convención republicana de aquel año, celebrada en San Francisco, acompañando a su padre George Romney, a la sazón gobernador de Michigan, quien peleó con denuedo contra la candidatura de Goldwater, notablemente por la oposición de este a la legislación de derechos civiles que supuso la emancipación de la minoría negra. En contraste, Ryan, como lo califica John Nichols en The Nation, es un partidario “de la guerra de clases”.

En Estados Unidos hay presidencias y presidentes, que no siempre reman en el mismo sentido. En unos casos el presidente se impone, y en otros, es el entourage de profesionales de la política e ideólogos a tanto la docena, quien arrastra al presidente. Johnson fue de los primeros, y George W. Bush de los segundos. Y si ganara las elecciones el dueto republicano habría grandes probabilidades de que se produjera una evolución en este último sentido, porque podría duplicarse la victoria en ambas cámaras, permitiéndolas legislar por presidente interpuesto mucho más el mandato de Ryan que el de Romney, cualquiera que este sea, con el mayor giro a la derecha de la historia de Estados Unidos.

La Convención no fue especialmente buena para Romney, puesto que no solo el aspirante a la vicepresidencia adquirió un desmesurado protagonismo como ente pensante de la pareja, sino que el actor y director de cine de 82 años Clint Eastwood le robó el show al candidato hablándole a una silla vacía que hacía las veces de Obama. Para el televidente foráneo, el soliloquio del cineasta podría parecer la ebria manifestación de un anciano, pero el público nacional solo veía a la mayor estrella que ha dado el cine desde John Wayne o Gary Cooper. Primero Paul Ryan y, sobre todo, el pistolero retirado de Unforgiven, se quedaron con la Convención. Mitt Romney no tenía porqué estarles agradecido.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_