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Miles de civiles están atrapados en la batalla de Alepo

La vida cotidiana en la segunda ciudad de Siria está marcada por la desesperación, la falta de alimentos y de medicinas

Rebeldes sirios en una calle de Alepo, el jueves.
Rebeldes sirios en una calle de Alepo, el jueves. MARCO LONGARI (AFP)

Cascotes. Coches calcinados por las explosiones. Cristales rotos… y humo; ese es el panorama que se contempla en el fantasmal barrio de Saif al Daula. Al final de una larga avenida, un destartalado autobús amarillo con todas las ventanas rotas y las ruedas pinchadas, marca la línea entre la vida y la muerte. “Más allá… lo único que te encuentras es una avenida plagada de francotiradores que disparan a todo lo que se mueve. Es un suicidio”, afirma uno de los pocos vecinos que aún resisten en este lugar tomado a la fuerza por la guerra.

El barrio de Saif al Daula se ha convertido en la primera línea de batalla entre las tropas de El Asad y los insurgentes. “Los barrios que han sido más castigados son los mismos donde vivía la gente de Homs, Hama o Idlib que huyeron en los ochenta tras la represión de Hafez el Asad [el padre de Bachar el Asad]; por eso se están cebando tanto con ellos”, afirma Abu Abderramán, un comerciante de este barrio. “El régimen ha conseguido lo que quería, que perdiésemos toda esperanza. Nos bombardean día y noche sin darnos tregua; pero el objetivo no es acabar con los rebeldes, sino castigar a la población civil por habernos sublevado”, dice con una sonrisa irónica.

“En Alepo hay unos 90.000 desplazados viviendo en colegios; pero no tenemos espacio para todos”, se lamenta Marcel, una cristiana que trabaja ayudando a las familias que han perdido todo lo que tenían. Alepo es castigada las 24 horas por la artillería del régimen, lo que obliga a cientos de familias a huir de sus casas en busca de lugares más seguros. “Todos los días nos encontramos con familias que lo han perdido todo y no sabemos dónde meterlas ni qué hacer con ellas… No queremos la pena de nadie, simplemente pedimos ayuda a la comunidad internacional para que paren esta masacre”, relata.

El castigo al que el régimen tiene sometida a la población civil comienza a pasar factura. “Hace unos días un niño pequeño vino a nuestra kativa [brigada] a pedir comida porque hacía varios días que no comía”, afirma Ferás, un combatiente venido de Libia. “La comunidad internacional habla y habla; pero mientras ellos hablan, aquí todos los días mueren mujeres y niños. Es el momento de dejar de hablar y empuñar un arma”, sentencia tajante. “Yo he trabajado durante 17 años en Grecia; cuando estalló la revolución vine a mi país para ayudar a mis hermanos; jamás se me pasó por la cabeza coger un arma y salir a matar a alguien. Comencé trabajando en el traslado de heridos; hasta que una mañana durante un bombardeo me di cuenta de que uno de los heridos que transportaba era mi hija de un año que había muerto”, cuenta Abu Ibrahim. “Ese día empuñé un arma por primera vez. Quiero vengar la muerte de mi pequeña”.

“La guerra nos ha quitado los sentimientos; ahora vemos un muerto tirado en la calle y ya no nos escandalizamos ni nos extrañamos de nada. Ya no tememos a la muerte porque toda la gente que nos rodea muere a diario… solo es cuestión de tiempo que nos toque a nosotros”, apunta el doctor Mohammad, uno de los cirujanos de un hospital clandestino en Saif al Daula. En este pequeño hospital de campaña se ve la cara más cruenta de esta guerra que está agotando a los sirios. “Alepo es una ciudad triste porque la guerra ha conseguido apagar la esperanza y emponzoñar los corazones de sus gentes con miedo”, relata el doctor. “Todos los días mueren niños en nuestros brazos y no podemos hacer absolutamente nada por ellos porque no disponemos del equipo necesario. Y mientras, Occidente ve por televisión cómo nos matan y no mueve ni un solo dedo”. “Esto es lo más parecido al infierno”, finaliza con desesperanza y rabia.

Pero no toda Aleppo está sucumbiendo bajo la artillería de El Asad; en áreas como Mogambo —de mayoría suní—, la guerra es solo algo pintoresco que ocurre a una docena de kilómetros. “Es uno de los barrios donde vive la gente más rica de la ciudad, pero mientras otras áreas de Alepo están siendo castigadas con gran dureza, en Mogambo la gente sale a cenar a restaurantes o va al cine. Es como si la guerra estuviese ocurriendo a miles de kilómetros de sus casas; y solo tienen que sacar la cabeza por la ventana para ver el humo o escuchar el sonido de las bombas”, comenta Abu Abdalá; uno de los activistas de la ciudad.

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En Al Sokari, cerca de Saif al Daula, la inmensa mayoría de los comercios tienen los cierres metálicos cerrados, hace semanas que sus dueños decidieron huir lejos de Alepo. “Encontrar comida se ha vuelto una misión casi imposible; todo es muy caro y hay gran falta de productos. Es muy, muy complicado encontrar leche en polvo para los bebés, aceite… Incluso comprar pan se ha convertido en una aventura”, afirma uno de los pocos comerciantes de este barrio. Algunas mujeres se detienen ante su puesto de verduras para comprar tomates y pepinos para preparar la comida. “Otro de los problemas es que la gente ha dejado de trabajar, entonces no tienen ni dinero para poder comprar comida y los pocos objetos de valor que tienen los tienen que vender para poder sobrevivir”, explica.

En el barrio de Bustan al Kaser, en la ciudad vieja, sí que hay más movimiento de gente por la calle. “Pero no tiene nada que ver con el pasado… ahora solamente sale el 10% de la población a comprar porque tienen miedo de los bombardeos”, comenta Mustafá, un vecino de la zona. “Si vienes a las dos de la mañana verás mucha más gente en la calle que a las doce de la mañana”.

Alepo es la segunda ciudad más grande de Siria y el motor económico del país. Tras más de 17 meses aletargada; a finales del mes de julio la guerra la despertó de sopetón inundando la ciudad de combates. “Siempre hemos tenido miedo a unirnos a la revolución y pagar un alto precio para que no sirva de nada, por eso ha tardado tanto en prender la mecha”, comenta Marcel. “En esta ciudad, una parte minoritaria de la gente apoya al régimen; otra parte culpa a la revolución de haberlo perdido todo y lo único que quieren es que se acabe la guerra y poder volver a sus casas; y luego está la mayoría del pueblo, que está con los soldados del Ejército Libre de Siria [que combate a El Asad] y que quieren libertad y paz”, analiza. “Los bombardeos con aviación han conseguido atemorizar a la población y meterles el miedo en el cuerpo, justo lo que quería el régimen, y ahora se han posicionado contra los rebeldes porque los consideran culpables de la situación actual”.

En Bustan al Kaser, las banderas de la revolución ondean por doquier, pero no ocurre igual en otras partes de la ciudad; en las zonas afines al régimen la presencia de los rebeldes es prácticamente testimonial. “Las tropas han armado a las minorías y les han dado dinero para que se enfrenten a los rebeldes. Este gobierno es experto en guerras civiles y lo que hacen en cada ciudad es posicionar a las minorías en primera línea de fuego para poder hablar, a posteriori, de guerra sectaria entre las diferentes confesiones religiosas de Siria”, añade Marcel.

La tarde comienza a echarse encima cubriendo de tinieblas las calles y las avenidas. La guerra continúa en Alepo, que ha convertido la segunda ciudad más importante de Siria  en un campo de batalla donde todos los días se mata y se muere.

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