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Columna
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Latinoamérica busca su sitio

La región vive una tentativa de redefinición entre populista y revolucionaria

Entre los títulos publicados con motivo de la próxima celebración en Cádiz de los 200 años de la promulgación de La Pepa, llama la atención la obra Era cuestión de ser libres, de Miguel Ángel Cortés y Xavier Reyes Matheus, que establece interesantes paralelismos en la evolución política del liberalismo hispánico a ambas orillas del Atlántico, cuando hoy América Latina, pero también España, rebuscan su lugar en el mundo.

El liberalismo político pugna por establecerse en la Península y sus antiguas colonias durante los siglos XIX y XX, sin que esa trayectoria que recorre, también en ambos casos, graves episodios dictatoriales, pueda decirse que haya tocado a su fin. América Latina está viviendo una tentativa de redefinición entre populista y revolucionaria, que alguno de sus protagonistas ha bautizado de bolivariana, y en la propia España, la desafección nacional de Cataluña constituye no solo una aspiración independentista, sino una propuesta de reestructuración del Estado español. En lo único en lo que están probablemente de acuerdo todos los que son legalmente españoles es en el mantenimiento de la Liga de fútbol.

Cuando menos tres concepciones, básicamente incompatibles entre sí, se postulan ante la ciudadanía latinoamericana. Una, de corte clásico, a la que es posible llamar de renovación, tiene como objetivo estabilizar la versión poseuropea de América, con todos los matices diferenciadores del caso como sería la sustitución del Atlántico por el Pacífico como mar de futuro, y el señuelo de China como plataforma económica para la modernización. Colombia, México, Perú y Chile son los grandes catecúmenos de esta redefinición, tanto fiel como renovadora de la relación fundacional entre Europa y América Latina.

Un segundo bloque se apunta a lo que cabría llamar innovación, aunque sus adeptos prefieran el término mucho más concluyente de revolución. Son los bolivarianos, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, bajo la nebulosa advocación de La Habana, que en su empeño por crear el “socialismo del siglo XXI” pero sin erradicar por completo un liberal-capitalismo obediente, parece querer imponer lo que el politólogo argentino Juan José Sebreli calificaba en la obra citada de “idea autoexótica” de sí mismos. El instrumento por el que supuestamente se instalaría ese socialismo con fecha sería la “democracia participativa”, por medio de la cual el presidente venezolano Hugo Chávez espera congregar todos los poderes en su mano, sin desmantelar por ello estructuras de carácter democrático como partidos, elecciones, y un cierto margen de libertad de expresión. Algo así como un Gobierno autoritario por aparente consentimiento del votante.

Y, finalmente, una auténtica revolución apoyada de nuevo en la elocuencia del sufragio, como es la planteada por Evo Morales en Bolivia, y que consiste en una reinvención del indígena, que en el libro mencionado se califica de “tan falsa como el indio que creó la fantasía del conquistador europeo en el siglo XV”; una construcción que niega las consecuencias del mestizaje y de toda la hibridación acaecida, especialmente en el mundo andino, durante los siglos de colonia e independencia. Algunos de sus protagonistas pueden incluso sentir “la vanidad del odio a sí mismo”, a lo blanco o a lo solo medio indígena, lo que quien quiera hacerlo podría apreciar en figuras como la del vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, criollo que apuesta por “meterse a indio”.

Si el estadista conservador español Antonio Cánovas del Castillo, como también recoge la obra, dijo que “la política es el arte de aplicar aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible”, el líder chavista lo que pretende es crear por encima de todo esas circunstancias, y el presidente boliviano, destruir las que lo hagan imposible. El legado hispano-europeo que se mantenía con retoques en el caso de la renovación; que no desaparecía pese a los notables implantes realizados por el chavismo en el de la innovación, se convierte en el caso de la revolución en categoría a extinguir.

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El libro es un discurso, un panfleto como género político-literario, una apología irrestricta del liberalismo político y económico, defensor de un eurocentrismo hispánico, contrario a todo multiculturalismo, que aspira, finalmente, a ver el triunfo absoluto de las ideas liberales en ambas orillas del Atlántico. El momento para ello puede ser definitorio con las elecciones del 7 de octubre en Venezuela, en las que la renovación de Henrique Capriles se enfrenta a la innovación de Hugo Chávez, y en Europa el neoliberalismo exacerbado debe tener algo que ver con el desastre económico que vivimos. Un paralelismo de acción-reacción conmueve a todo el mundo hispánico.

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