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Viaje al epicentro del dolor de Alepo

El hospital Dar al Shifa de Alepo resiste en medio de brutales combates Por sus pasillos desfila el horror causado por un conflicto fuera de todo control

Un padre sirio llora con su hijo muerto en brazos en frente del hospital de Dar al Shifa, en Alepo.
Un padre sirio llora con su hijo muerto en brazos en frente del hospital de Dar al Shifa, en Alepo.MAYSUN (EFE)

“¡Bachaaaarrrr!, ¡Bachaaarrr!”, grita con rabia y odio mirando al cielo; pero nadie le escucha y si le escucha está mirando para otro lado; hace tiempo que Dios abandonó a los sirios a su suerte y la suerte parece que también les está comenzando a abandonar. Se cubre el rostro con las manos para enjuagar las lágrimas que nacen de lo más profundo de su ser. A sus pies; una sábana azul —decolorada por el sol— cubre el cuerpo inerte de su padre. Un fragmento de metralla le destrozó el cráneo matándolo en el acto. El muchacho llora sin encontrar consuelo en los brazos de sus familiares. Mientras, unos finos hilos de sangre esquivan los cascotes y el polvo que tapizan la calle para acabar uniéndose a un reguero procedente de las tripas del hospital Dar al Shifa. Siria se desangra y el mundo mira para otro lado obviando la tragedia que se cierne sobre cientos de miles de civiles.

“¡Un avión! ¡Un avión! ¡Nos bombardearon con un avión! Somos refugiados que vivíamos en una escuela y nos bombardearon”, grita un hombre llevándose las manos a la cabeza. “¡Allah u Akbar! ¡Allah u Akbar! ¿Por qué… por qué nos matan?”, se pregunta abrazándose a su sobrino que fuera de sí jalea a los rebeldes que recorren, a toda velocidad, el corazón del barrio de Shaar con destino al frente. “¡Vengad su muerte! ¡Vengadlo!”…

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Una furgoneta frena en seco en la entrada del hospital. “¡Ayuda! ¡Ayuda!”, gritan desde la parte de atrás. Una docena de chavales acuden prestos al auxilio de los heridos. Entre varios trasladan en volandas a un niño de unos diez años al que las piernas les cuelan inertes. Las tiene destrozadas por la metralla de un obús. Otro enfermero corre al interior del hospital con un niño de cinco años. La sangre le tiñe la ropa… El pequeño está en estado de shock y no reacciona. Una espesa capa de sangre cubre la parte posterior del camión. Cuando aún falta otro herido por trasladar al interior del edificio una segunda furgoneta se detiene justo al lado… el goteo de heridos es incesante. “Han bombardeado un colegio lleno de refugiados. Es una masacre”, comenta uno de los soldados rebeldes que custodian la entrada a Dar al Shifa. “Vamos, vamos… tienes que moverte”, le apremian los rebeldes a un hombre que yace en el segundo camión cubierto de sangre. El hombre no para de llorar y articula palabras sin sentido, frases huecas… Entre seis hombres le llevan en volandas al interior del hospital.

El régimen ha querido demostrar, una vez más, el poder de su maquinaria bélica dando un golpe brutal en respuesta por el atentado del pasado miércoles en Alepo… Pero más allá de responder castigando los bastiones rebeldes ubicados en el oeste de la ciudad, el Ejército regular ha preferido cebarse con los más débiles, con los civiles. Bachar El Asad ha decidido grabar a fuego en la memoria de todos los sirios la célebre frase de Calígula: “Que me odien con tal de que me teman”.

El olor a sangre inunda la sala… El olor impregna la ropa y se aloja en el cerebro sin poder deshacerte de ella. El trajín de enfermeros y doctores es frenético. Corren de un lado para otro atendiendo a varios heridos a la vez. Los menos graves esperan su turno para ser atendidos en el suelo o en los sofás que hay repartidos en la sala de espera de este hospital; que se ha visto desbordado. “¡Morfina! ¡Morfina!”, pide un doctor mientras corta los pantalones del pequeño… Las tijeras van mostrando lo que era una obviedad, el niño perderá las dos piernas. La pierna derecha está unida solo por unos hilos de carne y piel; mientras que la izquierda presenta graves impactos de metralla y el pie está completamente destrozado.

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“No podemos hacer nada por él… solo podemos vendarle las piernas, meterlo en un taxi y mandarlo a uno de los dos hospitales que están en el lado del régimen”, se lamenta uno de los doctores. ¿Meterlo en un taxi y mandarlo al otro lado de la ciudad? Ese es el sinsentido contra el que tienen que luchar a diario el personal médico de este hospital; pero a pesar de las adversidades continúan luchando, a diario, para salvar el mayor número de vidas; ellos, y solo ellos, son los auténticos héroes de esta sin razón. “Todos los días lo mismo, todos los días. ¿Este niño es un terrorista? ¿Es de Al Qaeda? ¿Dónde está Naciones Unidas ahora, eh? ¿Dónde?”, habla mientras trata de sostener unida la pierna del niño para que una enfermera pueda unir los pedazos.

“¡Mi niño! ¡Mi niño! Está muerto…”, patalea un hombre cubierto de sangre. Está tumbado en el suelo, en medio del pasillo. Esconde la cabeza y vuelve a gritar. Es un chillido agudo que traspasa los tímpanos. “Mi niño…”, repite. Un enfermero sale con un niño en brazos del único quirófano del hospital. El pequeño está bien… Sólo tiene varios cortes en brazos y cara. El padre se aferra al niño y le besa la frente… Un nuevo pitido en el exterior anuncia la llegada de más heridos. Y son solo las tres de la tarde…

Un minibús se detiene en la puerta del hospital. El copiloto abre la puerta. El suelo del vehículo está cubierto por cristales y de sangre. “Un francotirador nos ha disparado. Un francotirador”, repite una y otra vez. “Un francotirador”. Una mujer vestida de negro contempla la escena con estupor por la ventanilla del vehículo. Mira al hombre con pena y con algo de alivio, sabe que esa bala podría haber sido para ella. Sobrevivir en Alepo, a veces, es solo cuestión de suerte.

Entre varios rebeldes trasladan el cuerpo inerte del hombre al interior. Uno de los enfermeros le toma el pulso. Tiene los ojos abiertos y la mirada vacía… Está muerto. La bala le ha traspasado de parte a parte desgarrándole por dentro. No hay tiempo para lamentaciones. Sacan el cuerpo a la calle y lo dejan tendido en la acera hasta que sus familiares lo echen en falta y vengan a buscarlo. Un celador cubre el cuerpo con una sábana. Un gesto de humanidad entre tanta muerte y aflicción. Nadie sabe su nombre, pero poco importa ya; para el mundo es un número más al que unir a la larga lista de víctimas que se está cobrando la tragedia siria.

“Papá, papá”, llama un pequeño de tres años. “Papá”, repite buscándolo con la mirada. El niño tiene espuma teñida con sangre en la comisura de la boca, no puede tragar y respira con dificultad. Un enfermero le pone una vía en la mano derecha mientras otro retira la camiseta que cubre su pecho… La bala de un francotirador le ha atravesado la espalda saliendo por encima del ombligo, está vivo; pero por el agujero asoma un pedazo del hígado. Lo cubren con un pedazo de tela blanca… El tiro al blanco es el divertimento de los ociosos francotiradores del régimen que pasan el día disparando a todo aquello que se mueve, independientemente de su edad y de si lleva un Kalashnikov aferrado a las manos. Un muerto es un muerto… y cada uno vale por una muesca en la culata.

Los heridos continúan llegando y la sala quedándose pequeña para tanto drama y tanto dolor. El suelo es ahora una alfombra de sangre inocente derramada por un tirano que castiga a su pueblo sin contemplaciones por aferrarse al poder. Hace tiempo que lo que ocurre en Siria dejó de ser una guerra para convertirse en una barbarie sin sentido donde los únicos que están sufriendo son los civiles a los que ninguno de los dos bandos ampara ni protege.

Entre tanta barbarie, dolor y tragedia surge la diminuta figura de la pequeña Rashad. La niña, de dos años, se aferra a su matamoscas y a una bolsa de basura negra donde guarda su tesoro más preciado, su muñeca. La chiquilla recorre con miedo y curiosidad la sala principal del hospital… Sus ojos azabaches han visto lo peor de la condición humana, sin duda una lección que quedará grabada en su memoria. Se aferra a la pierna de su padre mientras este sutura una herida de un soldado rebelde.

Él, junto a toda su familia, se ha quedado en Alepo. “Vivimos juntos, morimos juntos”, afirma a este diario. Si el régimen rebasa la línea entrarán sin oposición hasta este hospital… La vida y la muerte se ciñen sobre Dar al Shifa; pero hasta que caiga la espada de Damocles sobre sus cabezas, el personal médico continuará luchando por salvar vidas y verter un hilo de luz ante tantas tinieblas.

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