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Obama restablece el orden

El presidente expuso durante el debate algunas de las mentiras del candidato republicano

Antonio Caño
Obama responde a una pregunta durante el debate.
Obama responde a una pregunta durante el debate.MIKE SEGAR (REUTERS)

Barack Obama ha restablecido el orden en esta campaña electoral, que ahora vuelve a ser, a falta de 20 largos días y de otro imprevisible debate, una difícil empresa para Mitt Romney. Tras un periodo de confusión y miedo, provocados por su pésima actuación en Denver, vuelve a salir el sol para el presidente, que tuvo la iniciativa en el debate de Nueva York, marcó claramente sus diferencias con el candidato republicano en asuntos cruciales, como el de las mujeres, y demostró liderazgo y visión, los ingredientes necesarios para su reelección el 6 de noviembre.

Desde luego no está todo el trabajo hecho. Esta campaña, intensa y convulsa como corresponde a un tiempo de incertidumbre y crisis, ha dado ya suficientes sorpresas como para descartar que pueda haber más. Las encuestas seguirán, probablemente, igualadas hasta el final y ningún candidato podrá cantar victoria antes de que se cuenten los votos. Pero, los noventa minutos de la universidad de Hofstra, en Long Island, no dejaron buenas noticias para Romney.

El exgobernador estuvo correcto. Incluso se puede decir que al mismo nivel o ligeramente por encima de Obama en algunos apartados importantes del debate, como el del desempleo y el estado de la economía en general. No sufrió, desde luego, correctivo semejante al que padeció Obama en el debate anterior. Pero no pudo evitar que el público escuchara que, pese a ser un millonario, paga menos impuestos que la media del país, ni pudo satisfacer la curiosidad de los votantes sobre una misteriosa propuesta de reforma fiscal que, supuestamente, ayudaría a la clase media sin perjudicar a los ricos, ni, sobre todo, demostró la estatura requerida para apoyar al presidente en un asunto de seguridad nacional, como fue el ataque a Libia.

El asunto de Libia, en el que Romney quedó dramáticamente expuesto a la realidad de que mintió al afirmar que Obama no había calificado el ataque de Bengasi como un acto terrorista –en realidad, lo hizo al día siguiente- fue un verdadero mazazo que, de repente, puso sobre el escenario, ante 70 millones de espectadores en televisión, todas las sospechas sobre la credibilidad del aspirante republicano. A los electores les importa saber en qué circunstancias se produjo la muerte de su embajador en Libia y las responsabilidades que su Gobierno tiene en ese asunto, si es que hay alguna. Pero, en momentos como este, en el que fuerzas extranjeras atacan intereses de Estados Unidos, el reflejo de los norteamericanos suele ser el de hacer piña con su presidente, y toleran malamente los intentos de utilización política de una tragedia. Esa es la impresión que dejó Romney al que sugerir que el Gobierno había distorsionado los datos sobre Libia, lo que le dio a Obama la oportunidad de una de sus mejores líneas de la noche: “Yo soy el presidente, el comandante en jefe, asumo la responsabilidad de todo lo ocurrido, y sus acusaciones me resultan ofensivas”.

Algo parecido le ocurrió a Romney en la defensa de su robusta posición financiera personal. Obama trató durante toda la noche de atacar ese flanco, entre otras armas, con alusiones indirectas a las inversiones de su contrincante en el extranjero. Romney reaccionó preguntando al presidente si había observado los detalles su plan de pensiones, con el propósito de probar que, aún sin saberlo, a través de ese plan, Obama, como la mayoría de pensionistas, tiene también inversiones en el extranjero. El presidente interrumpió ese interrogatorio diciendo que no, que no sabía mucho sobre su plan de pensiones, excepto que “es mucho menor que el suyo”. Esa frase, que desató sonrisas en la audiencia, probablemente resucitó en la mente de muchos la imagen del Romney privilegiado que le ha perseguido desde el inicio de la campaña.

El duelo sobre las mujeres fue, a la larga, el que más daño puede hacer a Romney, teniendo en cuenta que ese grupo de votantes se presenta como el que decidirá el resultado. El candidato republicano intentó exhibir hasta qué punto él había contado con las mujeres a lo largo de toda su vida, pero lo hizo con la condescendencia de quien, en realidad, no las valora gran cosa. “Me trajeron carpetas llenas con montones de mujeres”, para mi Gobierno en Massachusetts, dijo.

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Por primera vez en esta temporada de debates salió el relucir el tema de la inmigración, en el que Romney no salió bien parado, pero tampoco tan dañado como cabía esperar de un candidato que ha evolucionado desde un extremismo antiinmigrante y ferviente defensor de la ley de Arizona, durante las primarias, a sus últimas posiciones a favor de puedan quedarse en el país los inmigrantes indocumentados jóvenes que estudien o presten servicio militar. Quizá no perdió más votos hispanos aquí, pero desde luego no ganó ninguno.

Las peores noticias para Romney de este debate no llegaron, sin embargo, por los infortunios concretos que sufriera en él, sino por la sensación que quedó de que el candidato republicano ha llegado al tope de lo que puede dar, y con eso no le basta para ser presidente.

Lo ocurrido en Denver fue algo extraordinario, casi milagroso. No se recordaba otro debate que tuviera semejante impacto en una carrera presidencial. Eso se debió a varias cosas. Entre ellas, que el comportamiento de Obama hizo recordar ese lado distante, frío y arrogante que en ocasiones muestra la personalidad del presidente. Abatido y cansado, Obama parecía el reflejo de un proyecto político agotado. Otra de las razones de su éxito, fue que Romney adoptó una posición centrista que hizo que el electorado comenzase a observarlo de manera distinta, como una opción más viable.

Con todo eso, Romney se ha acercado hasta ver a su alcance la meta, pero no ha llegado a ella, y no es fácil pronosticar qué otros recursos tiene para hacerlo. Queda un debate más, pero los milagros no suelen producirse dos veces en tres semanas.

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