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Un ‘trending topic’ no hace periodismo

'Queremos saber' (Debate, 2012) reúne la experiencia de una docena de periodistas que reflexionan sobre el futuro del periodismo

Dos soldados rusos (uno de ellos el espía Litvinenko) sobre un tanque en la guerra de Chechenia, en 1996.
Dos soldados rusos (uno de ellos el espía Litvinenko) sobre un tanque en la guerra de Chechenia, en 1996.

Una frase erróneamente atribuida a Orson Welles se ha popularizado en Internet en los últimos meses: “El periodismo es algo que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda”. El verdadero autor de la frase es el veterano periodista argentino Horacio El Perro Verbitsky. Resulta curioso que una frase repetida como un mantra por algunos periodistas en Twitter sea atribuida en automático al escritor y cineasta norteamericano, sin efectuar el menor esfuerzo por contrastar la información. Aun sea un dato tan pequeño como el autor de un aforismo.

La anécdota sirve para ilustrar una de las (muchas) preocupaciones que llevaron a un grupo de periodistas, comandados por Cecilia Ballesteros, a reflexionar sobre la mil veces citada crisis del periodismo. ¿Es el periodista una especie en extinción? ¿Hemos dejado atrás una era dorada para sumergirnos en una suerte de fast-food mediático, sin tiempo de digerir la información? ¿Quién mató al periodismo? O, más dramático aún, ¿por qué se está suicidando?

Queremos saber (Debate, 2012) reúne los testimonios de una docena de profesionales de múltiples campos y experiencias. Mikel Ayestaran, Marc Bassets, Mayte Carrasco, Javier Espinosa, Enric González, David Jiménez, Ramón Lobo, Javier Martín, Mónica G. Prieto, Pilar Requena y Ramiro Villapadierna relatan, ya sea a partir de la anécdota o del ensayo, su experiencia en la información. Las maneras son distintas, el mensaje es común: La información internacional importa. Y ahora más que nunca.

Ballesteros, con más de 22 años de experiencia y especialista en información internacional y de seguridad, recuerda en el emocionado prólogo del libro la célebre cita de Dickens en Historia de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Mientras toma un café en el centro de Madrid, la periodista añade que quizá una de las razones que mayor indignación causan por el estado del periodismo actual es que la situación exige un tratamiento profesional de la información, más aun cuando España vive una profunda crisis económica y social. “Falta análisis, reflexión”, comenta. Alude a la carrera informática de 24 horas, en las que en ocasiones “el tuit de un lunático” puede desatar una enloquecida cadena de informaciones sin ningún destino.

Y esa “globalidad” de la información hace que Enric González recuerde que, en algunos casos, los “lectores están en Lavapiés, no en Kandahar”. Pero que, aun así, la red de corresponsales que han mantenido medios como La Vanguardia o EL PAÍS en España les ha permitido gozar de un prestigio que hace que al vecino de Lavapiés le interese lo que ocurre en Kandahar. “Hace falta periodismo internacional, porque sin él no podemos entender lo que ocurre en nuestra propia calle”.

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Y ante el panorama: ¿Optimismo o pesimismo? Javier Martín, redactor de la agencia Efe y uno de los periodistas españoles con mayor experiencia en Oriente Próximo, no duda en responder: Pesimismo. Mucho. “Hemos entrado a una dinámica muy peligrosa, de quitar al testigo de en medio. Los Gobiernos han intentado durante años quitar a los periodistas de sitios incómodos pero nunca han podido. No ha sido sino hasta ahora, que son las propias empresas de comunicación las que retiran a sus periodistas de los sitios”. ¿La razón del problema? Martín no tiene pelos en la lengua: “Nos hemos topado con un modelo promovido por ciertos directivos de que en cuanto más barato sea, es mejor. La información de calidad es cara. Como decía mi madre, lo barato sale caro, porque el prestigio que da la información internacional es indudable”. Tanto Ballesteros como Martín coinciden en que Queremos saber faltan dos testimonios que, por razones de agenda, fue imposible incluir a tiempo: el de un reportero gráfico —“fundamental para la información internacional”, apunta Martín—y un corresponsal de radio.

Aun así, Martín guarda un espacio para la esperanza: “Esta es una profesión en la que hay que luchar”. ¿Qué consejo da a los jóvenes profesionales, a los que sobran ganas pero falta presupuesto? “Que no esperen que la historia de su vida les caiga del cielo. Y que sean rebeldes. Hemos dejado de luchar contra cosas tan absurdas como que ruedas de prensa sin preguntas y aceptamos el speech gubernamental sin poner una traba”, comenta. Javier Espinosa es aún más claro en el ensayo con el que participa en el libro: “Somos vendedores de información, no de papel. No estamos haciendo churros, aunque así lo parezca desde hace unos años”.

Llama la atención que en la primera página hay una escueta dedicatoria: “A Ricardo Ortega”. El discreto homenaje al periodista, muerto en marzo de 2004 en Haití, responde a que “es el espíritu del libro”, explica Martín. “Murió siendo un periodista, se rebeló contra los medios y su valentía terminó costándole la vida. Pero puede haber muerto muy orgulloso, porque se convirtió en un gran valor, un gran símbolo para todos nosotros”. Ortega, un experimentado corresponsal con experiencia en Chechenia, Afganistán y Sarajevo, murió en medio de un tiroteo, persiguiendo el tipo de historia que rara vez llega a un trending topic en Twitter. Información difícil y peligrosa de obtener, que es importante que sepa el lector. En otras palabras: no estaba haciendo churros.

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