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EL PAÍS SEMANAL

La forja del tirano

Amigos y conocidos del presidente de Siria diseccionan la personalidad de aquel joven tímido y mal estudiante de medicina, un oftalmólogo hoy convertido en un déspota capaz de masacrar a su población por decenas de miles y aislado por la comunidad internacional, que le exige que detenga la matanza.

El presidente de Siria, durante un homenaje a su antecesor, su padre, Hafez el Asad, en 2001.
El presidente de Siria, durante un homenaje a su antecesor, su padre, Hafez el Asad, en 2001.Louai Beshara (AFP)

Bachar el Asad se aferra a un poder casi omnímodo de manera enfermiza. Nadie sabe cuánto aguantará, ni cuántos miles de muertos más se cobrará en su empeño. El pronóstico de los que le conocen es poco alentador. Hablan de un hombre que se dice imbuido por un mandato divino. Convencer a dios en la tierra de que es hora de dar paso a una transición democrática y a un líder elegido por el pueblo no parece fácil. Ni la creciente presión internacional ni el baile de enviados en misión de paz ni las imágenes de un país que se desangra han conseguido hacerle entrar en razón.

Pero ¿cómo ha llegado hasta este punto? ¿Cómo un hombre de mundo, joven y educado, que en otra época fue capaz de seducir a Occidente, se enroca ahora hasta la tragedia? Amigos y conocidos de Bachar el Asad repartidos por el mundo cuentan a este diario cómo se ha forjado el tirano que, con un poder heredado, hoy ordena arrasar pueblos y bombardear ciudades.

Su trayectoria vital bien podría convertirse en un manual de cómo fabricar un dictador. Porque Bachar no estaba destinado a gobernar. Del oftalmólogo Bachar, del tipo tímido, insulso y sin madera de líder poco se esperaba. Ha sido y es un dictador accidental. Su hermano mayor, Basil, era el elegido, pero murió joven, de forma inesperada. Bachar se encontró de repente en la primera línea. Tocaba aprender a mandar.

Que Basil, el primogénito, estaba predestinado a triunfar quedó claro ya durante los primeros años de vida pública de los Asad. En la École Laïque, el colegio de Damasco donde se formaba la élite del país, la diferencia de carácter entre ambos hermanos era algo que no se le escapaba a los pequeños compañeros. Los cumpleaños de Basil eran sonados. Bachar ni los celebraba.

Basil, el hermano de Bachar el Asad, era un chico campechano y deportista. Trataba de comportarse como uno más

Basil era un tipo tremendamente sociable, conocido, admirado. Aprendió a montar a caballo y dominaba el mundo de la informática. Era un modelo para los jóvenes de la época. “En el colegio quería ser amigo de todos y lo conseguía. Invitaba a los compañeros a la piscina del club militar. Era un chico campechano, deportista, alegre. Trataba de comportarse como uno más”, recuerda una persona de su entorno escolar que prefiere no desvelar su identidad.

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Luego estaba su hermana Bushra, una mujer alta, rubia, guapa. Era la jefa del clan, la más activa políticamente, la que montó la unión de la juventud revolucionaria, la organización juvenil del partido Baaz. Después Majid, del que poco se conoce, y por último Maher, actual bestia negra del régimen, al frente de la IV División del Ejército sirio y que ya de pequeño apuntaba maneras. En el colegio era conocido por su mal comportamiento.

Frente a estos personajes poderosos, Bachar representaba la otra cara. Era el patito feo. Algunos de sus conocidos de la época dicen que ni siquiera eso, que era simplemente invisible. “No abría la boca. Era muy, muy tímido. Los compañeros se reían de él. En la época del colegio no tenía amigos, solo una corte de chicos leales que eran como su sombra”, recuerda la misma fuente, quien asegura que el Bachar nervioso se hizo pis encima hasta bien mayor, algo que la crueldad infantil del patio de colegio no pasó por alto y convirtió en objeto de burla. De los hermanos, Bachar era el más necesitado de afecto y al que la hermana y la madre dedicaban especial atención.

Vista de varios edificios destruidos en el distrito de Saif al Dawle, en la ciudad de Alepo (Siria), bombardeada por el régimen de Bachar el Asad.
Vista de varios edificios destruidos en el distrito de Saif al Dawle, en la ciudad de Alepo (Siria), bombardeada por el régimen de Bachar el Asad.Efe

En la Universidad de Medicina de Damasco, donde estudió, tampoco dejó huella. Mohamed Sahloul, uno de sus compañeros, retrata por teléfono desde Chicago al joven Bachar: “No destacaba por nada. Era humilde. No sabía que iba a ser presidente y nadie le trataba como a un futuro líder”. Los guardaespaldas del hijo del presidente se hacían pasar por estudiantes y amigos íntimos, aunque todos conocían quiénes eran. Sacaba buenas notas, pero sus compañeros sabían que no era un buen estudiante. Su presencia en la universidad era una coreografía aceptada por todos. “Era lo normal con los hijos de los poderosos”, sostiene Sahloul, quien ahora preside la asociación médica sirio-estadounidense. Y añade: “Ninguno de sus compañeros sospechamos que un día se convertiría en un asesino en serie”.

Ayman Abdel Nour le conoció en 1984, también en la universidad. Se hicieron amigos y fue su asesor hasta 2004. Hoy este ingeniero de caminos vive exiliado en Dubai, dedicado a informar de las atrocidades que comete el régimen. También en conversación telefónica, Abdel Nour recuerda que cuando le conoció era un hombre que hablaba bajito. Que no hacía preguntas en clase y que viajaba con frecuencia a Alepo –la segunda ciudad del país, bombardeada ahora–. No tenía gancho con las chicas y solo gracias a sus contactos conseguía verse con algunas.

Estudiar medicina también formaba parte del guion escrito para los hijos de hombres pudientes. Los doctores son muy respetados y gozan de un gran prestigio social en Siria y en el mundo árabe. Los mejores estudiantes elegían medicina. Los hijos de los ricos, también. Lo de la oftalmología, dicen, fue una manera de viajar al extranjero.

Mientras su marido ordenaba matar a la población, asma el asad gastaba miles de euros en joyas y muebles

Bachar el Asad estudió un curso de posgrado en oftalmología en el Western Eye Hospital de Londres. Su estancia de 18 meses en la capital británica es uno de los periodos que la prensa occidental resalta al escribir sobre él. Pero quien le conoce asegura que no le cambió. Vivir en un país democrático, donde se respetan los derechos humanos y la libertad de expresión, no tiene por qué contagiarse. “Hay sirios que llevan 20 años viviendo en EE UU que todavía defienden a El Asad”, dice Sahloul a modo de ilustración.

Su paso por Reino Unido sí le sirvió a El Asad para entender cómo piensan los políticos y periodistas occidentales; un conocimiento del que hizo uso y abuso durante sus primeros años al frente de Siria. Hizo creer al mundo que él era diferente de su padre. Que el joven oftalmólogo nunca sería capaz de permitir y mucho menos ordenar una matanza como la de Hama, en la que murieron 20.000 personas. Nunca. Abdel Nour, el que fuera su asesor, cree que lo que el futuro presidente aprendió en Londres fue “cómo engañar a los occidentales. Bachar pensaba que son muy naifs y que resulta muy fácil seducirles”.

David Lesch es probablemente una de las personas que mejor conocen a El Asad en Occidente. El académico estadounidense y el presidente se vieron por primera vez en 2004 y a partir de entonces construyeron una relación de confianza mutua. Lesch, como especialista en Oriente Próximo, tenía mucho interés en entender hacia dónde caminaba Siria. Bachar, como presidente novato, quería saber cómo le veía el resto del mundo. Lesch acaba de publicar Syria. The fall of the house of Assad, un libro en el que repasa los últimos años de gobierno del que hace no tanto consideraba su amigo y con el que ahora marca distancias.

Lesch es de los que creen que el paso de Bachar por Londres es anecdótico. “Mucho más que Londres, a Bachar le ha marcado ser hijo del conflicto árabe-israelí, de la guerra fría, del conflicto en Líbano y sobre todo de Hafez el Asad. […] el entramado faustiano ingeniado por su padre, la idea de que el régimen proporciona seguridad y estabilidad a cambio de la sumisión de su población”, defiende por correo electrónico.

El presidente de Siria y su esposa, en París en 2008.
El presidente de Siria y su esposa, en París en 2008.Sipa Press

Su paso por el extranjero y su puesto como presidente de la Sociedad de Informática de Siria, cargo que heredó de su hermano, fueron dos hitos en su vida que han logrado despistar a no pocos observadores. Algunos líderes en Occidente creyeron que un hombre apasionado por las nuevas tecnologías y el software tenía a la fuerza que ser un gobernante abierto. Bachar demostraría más tarde que no era así.

En la facultad de medicina era una persona que no tenía nada especial. Nadie le trataba como futuro líder

Pero si hay un hecho en la vida de El Asad que contribuyó más que ninguno a forjar su imagen de hombre decidido a cortar con los excesos políticos del pasado, fue su matrimonio. Un amigo de la infancia fue a visitarle a Londres y le presentó a su prima Asma, una joven guapa, sonriente y cosmopolita. En el año 2000 se casaron. Como marido y mujer, rompieron con la imagen tradicional de los matrimonios gobernantes en Siria. Se dejaban ver en los restaurantes de Damasco con los niños, posaban para la prensa y proyectaban una imagen de modernidad. El mensaje estaba claro: El Asad y su mujer hacían las cosas de otra manera.

Dicen los que los conocen que Asma ejerció cierta influencia en los iniciales impulsos reformistas de la economía del presidente. Asma había trabajado como asesora en J. P. Morgan, y para ella, modernizar el sistema financiero sirio era una necesidad acuciante. “La rosa del desierto”, la bautizó un desafortunado artículo de la revista Vogue publicado el mismo mes que estalló la revuelta prodemocrática en Siria y que hablaba de ella como el motor modernizador del régimen de Damasco. Los meses han pasado y ha quedado claro que ni ella ha ejercido una influencia significativa a la hora de frenar la maquinaria represiva del régimen, ni tampoco ha marcado distancias con su marido una vez desatada la campaña de terror que ensangrienta el país.

Un año después de la publicación en Vogue, el británico The Guardian terminó de destrozar la imagen de Asma el Asad. El rotativo divulgó supuestos correos electrónicos que marido y mujer intercambiaron bien entrada la revuelta. En ellos, Asma da cuenta de su afición por el lujo. Mientras su marido ordenaba masacrar a la población, ella gastaba decenas de miles de euros en compras por Internet. Joyas y muebles fueron algunos de los objetos que Asma mandó enviar desde Londres a su residencia de Damasco, según los correos interceptados.

Sus compañeros sabían que no era buen estudiante. Su presencia en la universidad era una coreografía aceptada por todos

Fue en Londres donde Bachar recibió la llamada que cambió su vida una mañana de 1994. Su hermano Basil, el llamado a gobernar, había muerto en accidente de coche. Conducía rápido y sufrió un golpe mortal en una glorieta a las afueras de Damasco. Bachar volvió a su país, donde comenzaron los preparativos para que gobernara el día que su padre no estuviera. “A partir de entonces, Bachar empezó a ser más agresivo. Empezó a hablar más alto”, recuerda Abdel Nour. El resorte que transforma la inseguridad en agresividad empezó a funcionar cada vez con más asiduidad.

El 10 de junio de 2000 muere Hafez el Asad. Al tímido oftalmólogo de entonces 34 años le entregaron el cetro del poder. Sus primeros pasos fueron alentadores. Juró el cargo prometiendo reformas –sobre todo económicas– e hizo creer que la dictadura tenía los días contados en Siria. Liberó a cientos de presos políticos y quedó declarada la que después resultó hiperbreve primavera de Damasco. Pero enseguida volvieron los años de plomo, la omnipresencia de los espías y el terror. Hay quien, como Lesch, cree que su aparente e inicial voluntad reformadora era hasta cierto punto genuina. Otros, como Abdel Nour, sostienen que todo ha sido una farsa. “Sí, él creía en las reformas, pero en las que resultaran en un fortalecimiento del régimen y enriquecieran a su círculo familiar”.

Pero ambos coinciden en la manera en que el poder ha transformado al vástago, hasta alcanzar el actual desvarío. Lesch lo vio con sus propios ojos a medida que pasaban los años. El tono de sus encuentros fue cambiando al ritmo que la personalidad de El Asad mutaba. “Fue sintiéndose cada vez más cómodo con el poder y creo que empezó a creer a la corte de aduladores que le rodeaban y que le decían que el bienestar del país equivalía a su propio bienestar”.

Ganó en asertividad, en autoestima. Empezó a creer en sí mismo hasta extremos delirantes, cuenta Abdel Nour. “Tras la muerte de su padre se rodeó de clérigos que le decían que él era el enviado de Dios en la tierra”. Fue entonces, en 2004, cuando los caminos de El Asad y Abdel Nour se separaron. “Hasta entonces fui su amigo y su asesor. Fui su oído y su hombro. Pero llegó un punto en el que me di cuenta de que Dios no necesita asesores”.

Muchos de los que le rodeaban eran y son aduladores. Otros están donde están fruto de sucesivas remodelaciones en las que Bachar se fue deshaciendo de la vieja guardia leal a su padre, capaz de hacerle sombra. Cuando la televisión siria retransmite ahora algunos de sus discursos, lo que aparece es un fiel reflejo de la dinámica que desmenuzan sus conocidos. El presidente habla y los que escuchan le interrumpen con aplausos y ovaciones. Bachar no pide perdón, se muestra chulesco, desafiante… Él está en posesión de la verdad, y el resto del mundo, el que ha enloquecido.

Fui su oído y su hombro, pero llegó un punto en el que me di cuenta de que dios no necesita el consejo de asesores

Junto a la influencia de la corte de aduladores hay, según Lesch, algunos momentos clave para entender cómo el dictador se ha crecido hasta los extremos actuales. “Tras sobrevivir a la presión de EE UU y de Occidente tras la invasión de Irak y especialmente después del asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri en 2005, Bachar desarrolló un cierto triunfalismo. Se alimentó su instinto de supervivencia y su sentimiento de omnipotencia”. Como gobernante, había cometido errores de manual y, sin embargo, seguía en su puesto, más consolidado que nunca. Su supervivencia, dicen, le hizo sentirse invencible.

Invencible y de vuelta de todo; poco dispuesto a dejarse influir por las opiniones de los expertos. Sahloul, el médico de Chicago, ha mantenido un par de encuentros con el presidente en los últimos años. Lo describe como un gestor que desoye los consejos de sus asesores y que al final decide por sí solo y a menudo de manera irracional. Recuerda que en una ocasión, durante un encuentro de dos horas, le dejó claro que él era el que decidía. Le dijo que el Parlamento era poco menos que una farsa y que era él quien dictaba las leyes. También le dijo que Siria no estaba preparada para la democracia, que la sociedad no estaba madura.

En marzo de 2011, las fuerzas del régimen detuvieron a 15 chavales que habían pintado consignas antigubernamentales en Deraa, una población del sur de Siria. Los habitantes de la ciudad protestaron al calor de las primaveras árabes que ya triunfaban en la región y aquello fue el inicio de una represión que dura ya 19 meses y se ha llevado por delante la vida de más de 30.000 personas, la gran mayoría civiles.

Los que conocen cómo se toman las decisiones en Damasco dicen que no hay duda de que el presidente está al mando. Él controla qué ciudad se bombardea y cuál no. Es él, por tanto, el responsable directo y último de los crímenes de los que Naciones Unidas y un rosario de organizaciones humanitarias acusan al régimen.

La comunidad internacional se lleva las manos a la cabeza. El cerco diplomático en torno a El Asad se estrecha y las voces que piden la salida del dictador se multiplican. En los despachos oficiales de Damasco hacen, sin embargo, caso omiso a los gritos de socorro. Se enrocan en sus posiciones y repiten las mismas teorías conspirativas que a su juicio justifican la respuesta militar.

Da la impresión a veces de que el presidente y los que le rodean viven en un mundo paralelo. O sufren algún tipo de distorsión cognitiva. O simplemente se ríen del resto del mundo con sus argumentos peregrinos. Pero los que conocen al presidente dicen que, al margen de una buena dosis de propaganda, El Asad y los suyos se creen lo que dicen. Piensan que hay una conspiración orquestada de las potencias occidentales y de las fuerzas islamistas financiadas y armadas por algunos países árabes.

A Abdel Nour, el antiguo asesor del presidente sirio, nada de lo que ve le sorprende. Al contrario. Dice que le encaja a la perfección con los rasgos de la personalidad del hombre del que fue inseparable. “Vive en una burbuja. Cree que su poder emana directamente de Dios y que lucha contra terroristas, espías extranjeros y enviados del emir de Catar. Le puedo asegurar que Bachar el Asad duerme bien por la noche”.

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