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El increíble rapto del tesorero de Berlusconi

El magnate ocultó a la policía durante 31 horas que su hombre de confianza había sido extorsionado

Giuseppe Spinelli antes de testificar en el caso Ruby en Milán, Italia.
Giuseppe Spinelli antes de testificar en el caso Ruby en Milán, Italia.DANIELE MASCOLO (EFE)

Lo único claro del asunto es que hay gato encerrado. La policía y los fiscales italianos tratan de averiguar qué se esconde detrás del secuestro de Giuseppe Spinelli, el tesorero del político y magnate Silvio Berlusconi, y de su esposa Anna en su casa de Milán. Pero cada dato nuevo, en vez de arrojar luz, agranda la sospecha. Sobre unos asaltantes con pistolas de juguete que rezan el rosario con sus víctimas, las arropan durante la noche con una manta y luego se marchan, según parece, sin cobrar el rescate. Pero, fundamentalmente, sobre Silvio Berlusconi, quien tardó nada más y nada menos que 31 horas en denunciar el secuestro de su hombre de confianza.

Hay dos cuestiones principales que resolver. La primera es qué sucedió desde las 21.45 del lunes 15 de octubre —hora en que los secuestradores llegaron a casa de los Spinelli— y 9.00 del día siguiente, momento en que dijeron adiós muy buenas. La segunda cuestión, más interesante y más extraña aún, es qué sucedió desde el final del secuestro hasta que, ya en la tarde del miércoles 17 de octubre, el abogado de Berlusconi envía un fax a la fiscalía de Milán denunciando los hechos. Solo se sabe que el anterior jefe del Gobierno italiano —que había pasado la noche en su mansión lombarda de Arcore— mandó a su escolta personal para que recogiera al matrimonio Spinelli y lo escondiera en un “lugar secreto”. A continuación, Berlusconi anuló una comida que tenía con el primer ministro Mario Monti en Roma. El asunto parecía serio. Lo suficiente como para no llamar a la policía.

La noche del lunes 15 de octubre, al llegar a casa, el tesorero Spinelli —mediana estatura, grandes entradas, pelo blanco, gafas de montura metálica— es golpeado en la cara por dos tipos que le rompen los lentes y lo empujan hacia el interior de la vivienda, donde lo maniatan sobre un sofá junto a su esposa. Tras las detenciones practicadas el pasado lunes, se sabe que se trata de una banda formada —al menos— por tres italianos y tres albaneses, dirigidos por un viejo conocido de la policía, un tal Francesco Leone, de Bari, un antiguo arrepentido de la Mafia. Leone no aparece en la casa hasta las dos de la madrugada. La esposa de Spinelli se fija en que lleva puestas unas zapatillas de deporte rojas atadas con cordones negros.

El jefe de los maleantes enseña al contable un folio amarillento y un lápiz de memoria en el que, según dice, están las pruebas suficientes para que el jefe Berlusconi le dé la vuelta al caso Mondadori —fue condenado a pagar 560 millones de euros por la adquisición fraudulenta de la editorial— y, de paso, logre implicar a un viejo enemigo político —Gianfranco Fini, hoy presidente de la Cámara de Diputados— en supuestos tejemanejes corruptos. Un regalo así tiene un precio. Exactamente, 36 millones de euros:

—Llama a tu jefe y cuéntaselo.

El tesorero Spinelli obedece la orden del mafioso. Habla con Berlusconi. Lo que no se sabe a ciencia cierta es cuándo, si mientras los secuestradores se encuentran todavía en la casa o después. Tampoco se tiene constancia de si el político y magnate aflojó la guita. La versión puesta en circulación por Niccolò Ghedini, el abogado de Berlusconi, es que el tesorero habló con el magnate y también con él —a las 8.30 y a las 9.00—, que les contó el ofrecimiento de los documentos secretos, que pensaron que se trataba de una estafa, pero que en ningún momento pensaron que su colaborador se encontraba en apuros. El abogado Ghedini también jura que no se pagó ni un euro de rescate. Una posibilidad que no se terminan de creer ni la policía ni los fiscales. Sobre todo porque el pasado 13 de noviembre, los investigadores captan una conversación telefónica entre uno de los secuestradores y el director de la filial de un banco suizo: “Necesito una caja de seguridad garantizada con la letra g mayúscula”. El otro responde: “No hay problema”. Lo que escuchan a continuación es cómo van a hacer para pasar la frontera con un buen puñado de billetes. Se habla de ocho millones de euros…

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“Después de contar los hechos al presidente Berlusconi”, relató el contable Spinelli a la fiscal antimafia Ilda Boccassini, “me dijo que, por motivos de seguridad, yo tenía necesariamente que salir de casa y dormir en otro lugar. Mi mujer empezó a hacer el equipaje y sobre las 15.00 horas sonó el teléfono fijo. Una persona, que se dirigió a mí llamándome Giuseppe, me preguntó qué habíamos decidido sobre la propuesta. Yo le respondí que no era aceptable, que traté de convencer a Berlusconi, pero que el presidente quería ver primero la película… Me colgó el teléfono de una forma brusca. Llamé enseguida al abogado Ghedini y después a Berlusconi y se lo conté. Me mandó un coche con su escolta personal y me llevaron a una casa secreta”. Berlusconi trata de arreglar el asunto a espaldas de la ley, con su poder paralelo, aquel que hizo valer otra noche aciaga, la del 27 de mayo de 2010, cuando telefoneó personalmente a una comisaría de Milán para que liberasen a Ruby, la menor que acudía a sus fiestas subidas de tono. Hay algo que une un asunto y otro. Spinelli es el encargado de pagar al harén situado en el número 65 de Vía Olgettina…

Una casa secreta, 31 horas para maquillar la realidad y un presunto secuestrador que se dirige a un presunto secuestrado por el nombre de pila… Hasta la prensa del régimen —que a estas horas reza porque el viejo Berlusconi cumpla su última amenaza de volver a la política— encuentra puntos extraños en el relato del disparatado secuestro. La policía ha encontrado rastros de que, la noche de autos, el jefe de los secuestradores fue desde la casa de los Spinelli hasta la sede de Mediaset, la empresa de Berlusconi. ¿A cobrar el dinero? ¿A realizar transacciones bancarias? Si la policía no llegó a ser avisada y Berlusconi solo se enteró a toro pasado, ¿por qué los asaltantes abandonaron la casa de los Spinelli? Lo hicieron con tanta tranquilidad y tanta armonía que el tesorero avisó a uno de sus secuestradores de que se estaba dejando olvidado el pasamontañas…Lo único claro del asunto es que hay gato encerrado. La policía y los fiscales italianos tratan de averiguar qué se esconde detrás del secuestro de Giuseppe Spinelli, el tesorero del político y magnate Silvio Berlusconi, y de su esposa Anna en su casa de Milán. Pero cada dato nuevo, en vez de arrojar luz, agranda la sospecha. Sobre unos asaltantes con pistolas de juguete que rezan el rosario con sus víctimas, las arropan durante la noche con una manta y luego se marchan, según parece, sin cobrar el rescate. Pero, fundamentalmente, sobre Silvio Berlusconi, quien tardó nada más y nada menos que 31 horas en denunciar el secuestro de su hombre de confianza.

Hay dos cuestiones principales que resolver. La primera es qué sucedió desde las 21.45 del lunes 15 de octubre -hora en que los secuestradores llegaron a casa de los Spinelli-y las nueve de la mañana del día siguiente, momento en que dijeron adiós muy buenas. La segunda cuestión, más interesante y más extraña aún, es qué sucedió desde el final del secuestro hasta que, ya en la tarde del miércoles 17 de octubre, el abogado de Berlusconi envía un fax a la fiscalía de Milán denunciando los hechos. Solo se sabe que el anterior jefe del Gobierno italiano -que había pasado la noche en su mansión lombarda de Arcore- mandó a su escolta personal para que recogiera al matrimonio Spinelli y lo escondiera en un "lugar secreto". A continuación, Berlusconi anuló una comida que tenía con el primer ministro Mario Monti en Roma. El asunto parecía serio. Lo suficiente como para no llamar a la policía.

La noche del lunes 15 de octubre, al llegar a casa, el tesorero Spinelli -mediana estatura, grandes entradas, pelo blanco, gafas de montura metálica-- es golpeado en la cara por dos tipos que le rompen los lentes y lo empujan hacia el interior de la vivienda, donde lo maniatan sobre un sofá junto a su esposa. Tras las detenciones practicadas el pasado lunes, se sabe que se trata de una banda formada --al menos-- por tres italianos y tres albaneses, dirigidos por un viejo conocido de la policía, un tal Francesco Leone, de Bari, un antiguo arrepentido de la Mafia. Leone no aparece en la casa hasta las dos de la madrugada. La esposa de Spinelli se fija en que lleva puestas unas zapatillas de deporte rojas atadas con cordones negros.

El jefe de los maleantes enseña al contable un folio amarillento y un lápiz de memoria en el que, según dice, están las pruebas suficientes para que el jefe Berlusconi le dé la vuelta al caso Mondadori -fue condenado a pagar 560 millones de euros por la adquisición fraudulenta de la editorial-y, de paso, logre implicar a un viejo enemigo político -Gianfranco Fini, actual presidente de la Cámara de Diputados-en supuestos tejemanejes corruptos. Un regalo así tiene un precio. Exactamente, 36 millones de euros:

--Llama a tu jefe y cuéntaselo.

El tesorero Spinelli obedece la orden del mafioso. Habla con Berlusconi. Lo que no se sabe a ciencia cierta es cuándo, si mientras los secuestradores se encuentran todavía en la casa o después. Tampoco se tiene constancia de si el político y magnate aflojó la guita. La versión puesta en circulación por Niccolò Ghedini, el abogado de Berlusconi, es que no se pagó ni un euro de rescate. Una posibilidad que no se terminan de creer ni la policía ni los fiscales. Sobre todo porque el pasado 13 de noviembre -poco antes de ser detenidos--, los investigadores captan una conversación telefónica entre uno de los secuestradores y el director de la filial de un banco suizo: "Necesito una caja de seguridad garantizada con la letra g mayúscula". El otro responde: "No hay problema". Lo que escuchan a continuación es cómo van a hacer para pasar la frontera con un buen puñado de billetes. Se habla de ocho millones de euros….

"Después de contar los hechos al presidente Berlusconi", contó el contable Spinelli a la fiscal antimafia Ilda Boccassini, "me dijo que, por motivos de seguridad, yo tenía necesariamente que salir de casa y dormir en otro lugar. Mi mujer empezó a hacer el equipaje y sobre las 15.00 horas sonó el teléfono fijo. Una persona, que se dirigió a mí llamándome Giuseppe, me preguntó qué habíamos decidido sobre la propuesta. Yo le respondí que no era aceptable, que traté de convencer a Berlusconi, pero que el presidente quería ver primero la película… Me colgó el teléfono de una forma brusca. Llamé enseguida al abogado Ghedini y después a Berlusconi y se lo conté. Me mandó un coche con su escolta personal y me llevaron a una casa secreta".

Una casa secreta, 31 horas para maquillar la realidad y un presunto secuestrador que se dirige a un presunto secuestrado por el nombre de pila… Hasta la prensa del régimen -que a estas horas reza porque el viejo Berlusconi cumpla su última amenaza de volver a la política-encuentra puntos extraños en el relato del disparatado secuestro. La policía ha encontrado rastros de que, la noche de autos, el jefe de los secuestradores fue desde la casa de los Spinelli hasta la sede de Mediaset, la empresa de Berlusconi. ¿A cobrar el dinero? ¿A realizar transacciones bancarias? Si la policía no llegó a ser avisada y Berlusconi solo se enteró a toro pasado, ¿por qué los asaltantes abandonaron la casa de los Spinelli? Lo hicieron con tanta tranquilidad y tanta armonía que el tesorero avisó a uno de sus secuestradores de que se estaba dejando olvidado el pasamontañas…

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