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Italia se incendia ante la parálisis política

La crisis y los recortes empiezan a soliviantar a los italianos, mientras los partidos se enredan en sus luchas internas Monti guarda silencio sobre su futuro político

Mario Monti, en la inauguración del año académico en la Universidad Bocconi, en Milán, el pasado 15 de noviembre.
Mario Monti, en la inauguración del año académico en la Universidad Bocconi, en Milán, el pasado 15 de noviembre.olivier morin (afp)

Dentro de cuatro meses, tal vez cinco, los italianos acudirán a las urnas para decidir quién será el próximo jefe del Gobierno. Sin embargo, a estas alturas, nadie tiene datos para contestar las siguientes preguntas capitales: ¿qué va a hacer Mario Monti? ¿Y Silvio Berlusconi? ¿Y la izquierda, logrará superar sus peleas internas y concurrir con una voz única y fiable? ¿Se convertirá el cómico Beppe Grillo en el nuevo mesías de la política italiana? Por no saber, los italianos no saben todavía si sus políticos lograrán ponerse de acuerdo sobre una nueva ley electoral o sobre si los corruptos y los amigos de la Mafia podrán seguir paseándose a cuerpo gentil por las instituciones. Solo saben, y al que no se había dado cuenta se lo acaba de advertir la ministra de Interior, Annamaria Cancellieri, que la rabia social por los recortes del gobierno técnico irá en aumento: “La difícil situación económica se trasladará a la calle. El momento es muy, muy delicado. Se avecinan días muy difíciles”.

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Los días difíciles ya están aquí. Aquella frase tan celebrada del escritor Ennio Flaiano —“la situación política italiana es grave, pero no seria”— sigue siendo válida, pero los excesos de los responsables públicos, hasta ahora soportados como algo inevitable, cada vez hacen menos gracia. Las dos décadas de despilfarro y descontrol de Silvio Berlusconi, unidas a la política de austeridad de Mario Monti, se están traduciendo en recortes muy duros en sectores tan sensibles como la sanidad y la educación, mientras las medidas ejemplarizantes —la lucha contra el fraude o el fin de la bula fiscal de la Iglesia— se quedan en aguas de borrajas. La crisis ya no es una amenaza abstracta, sino un hospital que se cierra, una Facultad de Medicina sin laboratorio o una escuela sin biblioteca ni calefacción. Mientras el primer ministro técnico es felicitado en Bruselas por su diligencia en apretar el cinturón del prójimo, dos millones de niños italianos viven ya en la pobreza —700.000 en la pobreza extrema— y los llamados pobres crónicos —los que desde hace dos años dependen de la beneficencia— se han multiplicado por cuatro. Las fuentes son el Defensor del Menor y Cáritas.

La educación y la sanidad
se resienten, y la
pobreza crónica
se ha cuadruplicado

Y, frente a eso, a derecha e izquierda, un baile palaciego cuyo truco consiste en dar muchos pasos sin moverse del sitio. El repaso que viene a continuación por el panorama político italiano podría haberse escrito hace dos meses o, casi con toda seguridad, dentro de otros dos sin que, salvo las anécdotas, cambiara demasiado. La sublimación del caos se llama Pueblo de la Libertad (PDL), el partido propiedad de Silvio Berlusconi. Desde que hace ahora un año fuese apartado del Gobierno y sustituido por Mario Monti, el también llamado Cavaliere no ha hecho otra cosa que dar palos de ciego intentando, sin éxito, recuperar el rumbo. El ejemplo más significativo se produjo a finales del pasado mes de octubre. El día 24, a través de un vídeo, Berlusconi anunció solemnemente su decisión de no volver a ser el candidato del PDL a la jefatura del Gobierno. Solo unas horas después, y tras ser condenado a cuatro años de cárcel y a 10 millones de multa por el caso Mediaset —los jueces subrayaron su “propensión a cometer delitos”— el expresidente convocó una rueda de prensa y anunció, con la rabia descosiendo las costuras, que no tenía más remedio que regresar para reformar la justicia. Más tarde se volvió a desinflar —incluso dejó caer que su lugar estaba en África, junto a su amigo Flavio Briatore— y ahora acaba de decir de nuevo que sí, que volverá, pero ya no con el PDL, sino —tal vez, quizás— con la refundación de Forza Italia. Todo esto sería un chiste si no fuese un drama para los electores de centro-derecha, que de la vergüenza han pasado a la orfandad, y para el secretario general de su partido, Angelino Alfano, ninguneado por su padre político hasta extremos de humillación.

Los sectores más influyentes abogan
por la continuidad
de Mario Monti
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Tal vez los más moderados, de aquí y de allá, podrían refugiarse en la opción de centro que los sectores más influyentes de la empresa y la sociedad italiana —encabezados por el presidente de Ferrari, Luca Cordero di Montezemolo— presentaron hace un par de semanas en Roma. Más de 8.000 personas asistieron al bautizo de “una plataforma política para que Mario Monti lidere un Gobierno constituyente de reconstrucción nacional”. Dicho en plata, Montezemolo y sus influyentes amigos, entre ellos el ministro Andrea Ricardi, presentaron “el partido de Monti”. El problema, en ese momento, era que Monti seguía sin decir esta boca es mía, jugando a los equívocos, dejándose querer pero sin aportar luz al ya de por sí sombrío panorama político nacional. No obstante, los patrocinadores de “su” plataforma confiaban en que, antes o después, el jefe del Gobierno técnico sucumbiera a tanto afecto y tanta presión exterior —dicen que Barack Obama y Angela Merkel no quieren a otro que no sea él— y pronunciara el ansiado sí. El jarro de agua fría llegó el jueves, cuando el presidente de la República, Giorgio Napolitano, dijo durante una visita a París: “Un senador vitalicio no puede presentarse a las elecciones”. O sea, que la única posibilidad de que el actual primer ministro repita en el cargo es que, tras las elecciones, ningún partido sea capaz de formar Gobierno y, todos a uno, acudan al palacio Giustiniano —sede de los senadores vitalicios— y le pidan por favor que regrese. ¿Qué dice de todo esto Monti? Nada.

Con la derecha hecha unos zorros y el centro compuesto y sin novio, solo queda la izquierda y la rabia. La izquierda, que quizá perdió su oportunidad de oro el pasado otoño al no rematar a Berlusconi cuando se encontraba contra las cuerdas del descrédito, tendrá que hilar fino. Cerrar primero las heridas de las primarias y apoyar después todos a una —una utopía tratándose de la izquierda— al candidato vencedor. Según las últimas encuestas, el Partido Democrático (PD) sería el más votado en las próximas elecciones, con un 26,7%, seguido muy de cerca, el 21,5%, por el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo. O sea, por la rabia. El cómico y bloguero, látigo de los políticos profesionales y de los recortes que llegan de Bruselas, ya logró que su formación fuese la más votada en las elecciones regionales de Sicilia. Su próxima parada es el Parlamento. Listo y demagogo, sabe que la rabia es su mayor activo. Y, según la ministra Cancellieri, si algo no va a faltar en la Italia de los próximos meses son gritos en la calle.

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