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Columna
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Palestina e Israel

El reconocimiento de Palestina en la ONU va a fortalecer las fuerzas laicas de paz en los dos países

Sami Naïr
Un niño palestino celebra la inclusión de Palestina en la ONU en Ramala.
Un niño palestino celebra la inclusión de Palestina en la ONU en Ramala.ALI ALI (EFE)

El reconocimiento por parte de la comunidad internacional de la Autoridad Palestina (ANP) en Naciones Unidas, con el estatuto de “Estado observador”, es una de las decisiones más justas e imprescindibles que la humanidad podía y tenía que tomar desde hace ya 24 años, es decir, desde el momento en el que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) adoptó en 1988 en Argel la difícil e histórica decisión de reconocer la existencia del Estado israelí. Esta desembocó, después de la primera guerra de Irak (1991), en los Acuerdos de Oslo (1993) entre los dos pueblos, merced tanto a la sabiduría como a la lucidez de Isaac Rabin y de Yasir Arafat. Pero en lugar de conseguir la tan deseada paz a través de la comunidad internacional y las fuerzas razonables de ambos pueblos, se dio una desastrosa política de destrucción de los acuerdos, especialmente por parte de la derecha israelí dirigida por el general Sharon, cuyo objetivo explícito era impedir la creación de un Estado palestino al lado de Israel. Proyecto que provocó tanto la deslegitimación de la Autoridad Palestina, bajo el mando de Arafat, como el auge de una oposición islamista contraria a cualquier negociación con los israelíes.

El proceso negociador se vio cada vez más atrapado en las provocaciones violentas de unos y las reacciones sanguinarias de otros. El conflicto, en sí mismo extraordinariamente complejo, se volvió una tragedia para el destino de ambos pueblos.

El rechazo de la paz negociada por parte de la derecha y de la extrema derecha israelí tuvo, entre otras, dos consecuencias destructivas: la primera, generó una verdadera guerra interna en el seno mismo del pueblo palestino entre los demócratas laicos de la Autoridad Palestina y el islamismo de Hamás. La organización reprochaba a la ANP haber vendido la soberanía a los israelíes y norteamericanos a cambio de nada, con la consecuencia de las colonizaciones y el encierro del pueblo palestino en Gaza, una cárcel al aire libre. De ahí la victoria del islamismo político en las elecciones palestinas y su transformación en partido de la resistencia, que estas últimas semanas acaba de frenar al superpotente Ejército israelí. Lema: solo la resistencia, obviamente a costa de centenares de vidas humanas, puede detener la expansión colonialista de Israel.

Segunda consecuencia: la destrucción de las fuerzas de paz en Israel, empezando por el propio partido laborista. Lo que viene a conformar un campo político israelí esencialmente dominado por la derecha y, sobre todo, la desaparición progresiva de la tradición laica, secular, del nacionalismo y socialismo israelí. De ahí un nuevo mapa de confrontación: la derecha israelí confesionaliza el enfrentamiento con los palestinos y estos, que como mínimo dominan en Gaza, responden con la misma confesionalización. El conflicto, que es fundamentalmente político, se ha convertido en uno religioso en estos últimos 10 años, es decir, una guerra entre judíos y musulmanes. Esa es la gran catástrofe regional.

El reconocimiento, hoy, del Estado palestino en la ONU replantea totalmente las coordenadas de la contienda. Va a fortalecer las fuerzas laicas de paz en los dos países y a permitir a los palestinos crear su propio espacio estratégico internacional, sin necesidad de intermediarios, ya sean árabes o no. Asimismo, más allá del discurso oficial de EE UU, es muy probable que el propio Barack Obama, que bajo presión israelí condena el reconocimiento, aproveche en el futuro esta decisión para moverse con más firmeza en su segundo mandato.

La posición de España y Francia, que apoyan la integración del Estado palestino en la Organización de las Naciones Unidas, es de alabar sin regateos. Es una postura de paz, que se sitúa en el respeto al derecho y a la legalidad internacional. Cuarenta y cinco años después de la guerra de 1967, triunfa hoy una parte de la resolución 242, es decir, el respeto a las fronteras de 1948. Los apóstoles del conflicto de civilizaciones, los adictos a la religión guerrera, los defensores del odio, pueden considerar con toda razón que acaban de perder una batalla. Por el contrario, Yael Dayan, hija del general Moshe Dayan, vencedor de la guerra de 1967, ha declarado el jueves pasado: “Es una lástima que Israel no sea lo bastante sagaz para hacer de esta situación una gran oportunidad. Creo que Israel debería ser el primer país en votar a favor de la resolución”. ¡Gloria a los palestinos y a los israelíes que sepan aprovechar el apoyo internacional para acercarse, dialogar y construir juntos un futuro razonable y pacífico!

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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