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Sarney afirma que Brasil requiere un sistema político menos atomizado

El expresidente brasileño concede una amplia entrevista a 'Folha de São Paulo' al anunciar que se retira de la política activa, tras 54 años de vida parlamentaria

Juan Arias
El presidente del Senado de Brasil el pasado 13 de diciembre.
El presidente del Senado de Brasil el pasado 13 de diciembre.UESLEI MARCELINO (REUTERS)

Con 54 años de vida parlamentaria, el expresidente brasileño José Sarney dejará en breve la presidencia del Senado, en la que ha representado un papel estratégico, para retirarse a la vida privada a sus 82 años cumplidos.

Antes ha concedido al diario Folha de São Paulo y a la agencia UOL una extensa entrevista en la que hace algunas afirmaciones sorprendentes y anticipa algunos pasajes de las memorias que está acabando de escribir.

Afirma Sarney que el Congreso de Brasil no funciona; que se debería pasar del actual presidencialismo a un régimen parlamentario; que la Constitución debe ser reformada porque se ha quedado vieja; que en Brasil no existen partidos nacionales y que su organización política “se remonta al siglo XIX” ya que, afirma, “no hemos conseguido aún una estructura política como la de las democracias modernas que ofrezca estabilidad”.

Sin pelos en la lengua, el político conservador y conciliador, que desde que acabó la dictadura ha apoyado siempre a los Gobiernos democráticos, afirma que el Congreso “ha sido destruido” por las llamadas “medidas provisorias” o proyectos de ley con carácter de urgencia enviados por el Ejecutivo. Esas medidas, dice Sarney, “echan sobre las espaldas del Congreso una función que no tiene y en las del Ejecutivo la que tampoco le pertenece”. De ese modo, afirma, “el Parlamento no funciona plenamente y el Ejecutivo queda rehén de esas medidas”. Y lo peor, según el expresidente, es que se trata de una trampa en la que ha caído la política del país de la que parece imposible salir ya que, declara, “nadie quiere perder poder”.

“No hemos conseguido aún una estructura política como la de las democracias modernas que ofrezca estabilidad”

El político sostiene que el Congreso debería recuperar su función legislativa y las leyes enviadas por el Gobierno deberían estar restringidas a los asuntos financieros, de seguridad nacional y de catástrofes públicas. Nada más. Es tal el poder que de este modo acumula la presidencia y el Gobierno del país que Sarney llega a afirmar: “Si los inversores que vienen a Brasil supieran que existe ese poder en el Ejecutivo y que puede ser usado, nadie vendría, por falta de seguridad en el sistema democrático”.

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Todo ello le lleva a manifestar que Brasil necesita con urgencia una reforma política de la que, dice, “se lleva hablando durante los 54 años en los que estoy en el Congreso”. Y en vano, porque al parecer “nadie la quiere”. Para Sarney, la Constitución se ha quedado vieja y necesita ser reescrita. Lo demuestra el hecho de que ya ha sufrido 67 enmiendas- hasta el punto que el texto de las enmiendas es ya mayor que el de la Constitución-, y aún duermen en el Congreso 1.500 más. En total han pasado por la cámara legislativa, según Sarney, 3.500 enmiendas.

Constata el expresidente que en Brasil no existen verdaderos partidos “nacionales”, ya que todos se han formado en los Estados, fundamentalmente en el de São Paulo, donde nacieron el Partido de los Trabajadores (PT), el Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), los tres mayores del arco constitucional. Considera absurdo que existan hasta 40 partidos y ninguno nacional, si bien reconoce que el PT, a pesar de no haber nacido como partido sino como una “federación de tendencias”, es el único partido de la clase obrera y un partido de masas. Justifica la proliferación de los partidos porque muchos candidatos prefieren no presentarse con las grandes organizaciones ya que necesitan el triple de votos para ser elegidos que en uno de los partidos pequeños.

“Si los inversores que vienen a Brasil supieran que existe ese poder en el Ejecutivo y que puede ser usado, nadie vendría, por falta de seguridad en el sistema democrático”

Propone el político que los expresidentes de la República no vuelvan a disputar elecciones, ya que quedarían expuestos “al tiroteo de esa guerra cruel que es la política”. Y aclara que no quiere hacer alusión a la posibilidad de que Lula vuelva a presentarse a las elecciones: “Yo no doy consejos personales”, dice.

Sarney, sin embargo, disputó el Senado después de haber sido presidente de la República, y explica que lo hizo porque se lo pidieron expresamente después del caso Collor, ya que necesitaban en la cámara un político “conciliador y dialogante”, algo que se arroga como una característica de su larga trayectoria política.

De sus memorias adelanta que cuando Lula se presentó a las presidenciales por cuarta vez en 2002, fue tres veces a visitarlo a su casa para pedirle su apoyo. Sarney cuenta que se lo ofreció porque creía que con la llegada al poder de un obrero se cerraba el ciclo de cien años de República. “Existía entonces”, cuenta Sarney, “el miedo de que Lula pudiera crear una revolución socialista. Yo vi que no existía esa posibilidad y que él iba a dar continuidad al régimen democrático. Pensé que ofreciéndole mi apoyo se alejaba ese miedo a nivel nacional”. Y así fue.

A la pregunta sobre lo que piensa de las presidenciales de 2014, cree que se repetirá el actual Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff con las mismas alianzas, aunque Sarney, que es un viejo lince político, añade: “Cada elección es imprevisible. Nadie tiene bolas de cristal. Quien decide las elecciones al final es el pueblo y siempre puede haber sorpresas”. Y cuenta que nadie habría imaginado en 1964 que él pudiera ser presidente de la República y menos aún que el diputado Getulio Vargas “pudiera llegar a tener el papel que tuvo en la historia de Brasil”.

Sostiene el expresidente que aunque se retire de la política activa, seguirá siempre porque la política es “como su respiración”. El expresidente Lula dijo de él que no es “una persona común”. En verdad, Sarney es hoy un monumento nacional.

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