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Las amenazas de Cameron agitan el precario equilibrio de la Unión Europea

Londres se convierte en el gran aliado de Berlín Los diplomáticos destacan la seriedad de Monti, la decepción que ha supuesto Hollande y los silencios de Rajoy

Angela Merkel, con François Hollande y David Cameron, el pasado mes de mayo.
Angela Merkel, con François Hollande y David Cameron, el pasado mes de mayo. phillipe wojazer (reuters)

Reino Unido está llamado a ser uno de los grandes protagonistas de la UE en los próximos meses y años. El empeño del primer ministro David Cameron en celebrar algún tipo de referéndum sobre Europa para contentar al ala más antieuropea de su partido y asegurar así su propio liderazgo le ha acabado llevando a un callejón sin salida: esa consulta está llamada a convertirse en un ser o no ser para la propia permanencia de los británicos en la Unión. El envite llega en el peor momento por un doble motivo: es una amenaza latente para el precario equilibrio encontrado por la UE, tras meses y meses de constante zarandeo. Y pone en peligro el estatus privilegiado que se ha ganado Cameron en Berlín como pareja de baile de la canciller Angela Merkel, más fuerte que nunca, pero a la vez necesitada de alianzas ante el desasosiego que provoca el liderazgo alemán.

La UE habla con muchas voces: las de los presidentes de la Comisión y del Consejo, la del Alto Representante para Asuntos Exteriores, la de los jefes de Gobierno que asumen por turnos la presidencia de la Unión y por supuesto las de Berlín, París, Londres y compañía. “Hace poco era moneda corriente despotricar contra esa cacofonía; pero de repente, Europa tiene un teléfono: está en Berlín y, de momento, pertenece a Angela Merkel”, según el sociólogo Ulrich Beck. Se acabó la cacofonía, pero paradójicamente el problema tal vez sea mayor ahora: en el liderazgo alemán resuenan demasiados ecos del pasado. Los socios europeos no están cómodos, ni siquiera Berlín parecía estarlo. Al menos de puertas afuera ese ha sido durante meses el relato predominante en los alrededores de ese nirvana tecnocrático llamado Bruselas.

Algo está cambiando: por lo que cuentan media docena de sherpas y diplomáticos con amplia experiencia en las entretelas de la capital europea, la sucesión de cumbres europeas del último medio año demuestra que la canciller de hierro está cada vez más a gusto en su nuevo papel.

¿Qué pasa en las cumbres cuando se cierran las puertas, sobre todo en las cenas, que es cuando se cuece lo fundamental? El relato de uno de esos sherpas es esclarecedor: “Merkel dirige la orquesta, va directamente al asunto, es capaz de improvisar si es necesario porque tiene claro lo que quiere: en este momento, esperar y ver. Manda más que nunca. Los demás toman notas y asienten, muchas veces leen lo que llevan escrito y apenas se salen del guión. A veces los países nórdicos y Holanda le piden incluso más dureza, pero fuera de eso casi nadie se atreve a contradecir a la canciller, hasta el punto de que a veces es ella quien corrige el borrador de conclusiones elaborado por Van Rompuy, sobre textos en inglés”.

Con las elecciones alemanas al cabo de la calle, los diplomáticos describen Berlín como líder indiscutido de la UE, por primera vez en la historia. Pero critican su forma de ejercer el poder, basada en titubear, en no hacer y en una extraña y calculada mezcla de compromiso europeo en las declaraciones públicas, combinada con una suerte de indiferencia y rechazo para tomar decisiones.

El expresidente francés Nicolas Sarkozy era hasta hace poco el acompañante perfecto en esa búsqueda de estabilidad por encima de todas las cosas. En el célebre dueto Merkozy, Francia ejercía de portavoz y poco más. Cameron ha heredado el papel de pareja de baile, pero es un acompañante distinto: “Sabe lo que le interesa, es un festival de lenguaje corporal, tiene una impresionante nómina de cualificados diplomáticos detrás, es capaz de redactar borradores a toda velocidad —como hizo para meter presión a Siria— y, sobre todo tiene una química especial con Merkel”, señalan fuentes de un país del sur de Europa. A cambio, la canciller ha frenado los intentos de dejar acorralado al premier británico. El rechazo de Londres a muchos de los avances favorece la estrategia alemana de dejarlo todo para después de las elecciones: la eurozona no puede resolver sus contradicciones sin una mayor integración, lo que podría dejar a un Reino Unido crecientemente euroescéptico orillado. Berlín es consciente de eso, según las fuentes. “Pero por ahora le conviene el todavía no”, explica un embajador.

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Mario Monti es el tercero de los líderes influyentes en el universo bruselense: “Es respetadísimo cuando habla, porque además de primer ministro sabe de economía, algo que no se puede decir de casi nadie en las cumbres”, añade la fuente. En cambio, el papel de François Hollande ha ido de más a menos. El análisis de la diplomacia europea es demoledor: “El efecto Hollande ha sido decepcionante: habla antes de entrar en las cumbres, pero una vez dentro mantiene un silencio sospechoso. No tiene ninguna química con Merkel. Y no es un Sarkozy ni un Chirac en términos de personalidad”. Una alta fuente comunitaria le defiende: “Su llegada fue un soplo de aire fresco: anteriormente, Alemania y Francia llegaban a Bruselas con casi todo cocinado; ahora hay más alternativas, puede haber espacio para algunas sorpresas, como se puso de manifiesto sobre todo en junio, aunque es cierto que últimamente Hollande se ha concentrado más en los asuntos franceses”.

En la citada cumbre de junio, Hollande apoyó un plante de Italia y España para obligar a que Alemania diera su visto bueno a la recapitalización directa de los bancos por el fondo europeo de rescate, en lo que pareció la medida que podía sacar al euro del pozo. Tres meses después, Berlín declaró que el acuerdo se había malinterpretado. En octubre, el Consejo consagró la visión alemana, que consiste casi siempre en comportarse como una especie de tendero en apuros: no gastar más y seguir con la austeridad pese a que Europa entera empieza a sospechar que no funciona. “Lo extraño es que el liderazgo alemán está al límite: la política económica no surte el efecto esperado. Si eso se confirma, el equilibrio de poder actual sufrirá una profunda metamorfosis”, vaticina el historiador Kevin O’Rourke.

“¿Por qué habla tan poco Rajoy?”

¿Qué tal ha ido el aterrizaje de Mariano Rajoy en Bruselas? La diplomacia comunitaria responde a esa pregunta con otras: “¿Por qué habla tan poco?”, se cuestiona un embajador de uno de los países periféricos. “¿No habla mucho, no?”, espeta otra fuente. La versión española del primer año europeo de Rajoy es que Madrid ha sabido acercarse a Roma y París para formar un frente común que se ha traducido en propuestas conjuntas, por ejemplo en lo relativo a la unión bancaria. La visión alemana prevalece, desde luego. Pero Moncloa defiende que España ha incluido algunos de sus puntos de vista en las conclusiones.

Rajoy tiene mucha mejor relación con Hollande (socialista) que con Merkel (de su familia conservadora), pero algo parecido ocurrió en su día con Felipe González, gran aliado de un conservador, Helmut Kohl, o con José María Aznar, que hizo buenas migas con el presuntamente progresista Tony Blair. Tanto Rajoy como Hollande, probablemente por las debilidades domésticas, han adoptado un perfil bajo que ha acabado compartiendo también el italiano Mario Monti.

En una de sus primeras cumbres, Rajoy se granjeó la ira de sus socios al callarse dentro de la reunión lo que después defendió en rueda de prensa (la flexibilización de los objetivos de déficit) con el que tal vez sea el peor de los argumentos en Bruselas: la soberanía nacional. Algo parecido ha sucedido en otras ocasiones: Rajoy hace antes de las cumbres declaraciones altisonantes que después no repite dentro. En las últimas reuniones, el dirigente español aparecía junto a un equipo más nervioso que él: “Estaba relajado cuando el rescate parecía cantado. Su equipo cuenta que Rajoy suele decir que el tiempo arregla las cosas, y los problemas que no pueden arreglarse no tienen solución: la política como el arte de la pasividad, del ensimismamiento”, cierra una de las fuentes consultadas.

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