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Columna
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Europa en el Sáhara

La mítica Tombuctú está a 2.200 kilómetros de la costa de Málaga y a 1.800 de las islas Canarias. Puede parecernos una región remota, pero no lo es

Francisco G. Basterra

“Lo más oscuro de África siempre ha sido nuestra ignorancia de ella” (George Kimbel, geógrafo)

Parece una pesadilla, pero no lo es. Europa, atenazada por la recesión económica y ensimismada en la crisis del euro, debe decidir si afronta una guerra contra el terror ejercido por una cooperativa de yihadistas islámicos que ha trasladado sus bases desde Oriente Próximo y Asia Central a nuestro patio trasero. Ha escogido instalarse en el gran espacio vacío africano del norte de Malí: un territorio de arena y pedregal con una extensión superior a la de Francia. Les une su odio por todo lo que representa Europa y sus valores. Buscan imponer una sociedad rigorista, donde las mujeres son inexistentes, y aplicar la interpretación más extremista de la sharía, la ley islámica, incluidas muertes por lapidación y mutilaciones para los desviados. Los radicales barbudos, jóvenes bárbaros bien armados con el fruto del pillaje de los arsenales de la Libia de Gadafi, se benefician del vacío de autoridad consecuencia de las revoluciones de la primavera árabe y del desencanto de la mayoría de la población empobrecida por la miseria, agravada incluso tras la caída de las dictaduras. En el norte de Malí, Al Qaeda en el Magreb (AQMI), ayudada por otras facciones salafistas, ha establecido el laboratorio de un Estado islámico.

El estreno de la película estadounidense La noche más oscura podría hacernos creer que Al Qaeda y Osama bin Laden, cuya búsqueda y muerte relata la cinta, forman parte de una leyenda ya enterrada en el pasado, incluso merecedora de un Oscar de Hollywood. Diez años después de la invasión de Irak, de la guerra inacabada de Afganistán, de las torturas y cárceles secretas en las que Estados Unidos violentó la ley en aras de la seguridad nacional, de la prisión de Guantánamo aún operativa, de cuatro años de Barack Obama en la Casa Blanca, estamos ante un nuevo capítulo de la guerra sin límites contra el terrorismo.

Una cruzada al revés, 11 siglos después de las emprendidas por el orbe cristiano en Oriente Próximo contra los infieles. El conflicto, en apariencia local, se internacionaliza; la globalización dicta que todo lo local es a la vez global. Lo prueba el asalto yihadista a la planta argelina de gas de In Amenas, con el doble objetivo de poner de manifiesto la vulnerabilidad del suministro de energía a Europa (el 40% del gas que consume España procede de Argelia) y la toma de rehenes de países tan diferentes como Japón, Noruega, Reino Unido, Francia o Estados Unidos.

Caben preguntas y surgen dudas: ¿Por qué en Malí y no para detener la carnicería de la guerra civil en Siria? Parece razonable que lo resuelva Francia, con la ayuda de los países de África Occidental, por ser la antigua potencia colonizadora y tener intereses económicos en el Sahel, donde viven miles de sus ciudadanos. ¿No es este un asunto estratégico mundial que le compete como siempre a Estados Unidos? ¿Pueden las opiniones públicas europeas soportar una eventual larga guerra de desgaste y, sobre todo, pagarla? Demasiado para una Unión Europea sin una integración militar efectiva. La mítica Tombuctú está a 2.200 kilómetros de distancia de la costa de Málaga y a 1.800 de las islas Canarias. Puede parecernos una región remota, pero no lo es: ya ha servido de cárcel para españoles secuestrados, es una zona de tránsito para lanzar la emigración africana descontrolada sobre Europa y también para el paso de la droga. Es nuestra guerra mucho más que la de Afganistán.

La crisis tiene una “importancia capital para la seguridad de España”, según el ministro de Defensa. La aviación francesa ya sobrevuela territorio español en sus desplazamientos hacia Malí. Lo que hasta hace una semana parecía una intervención exprés, a resolver con celeridad con ataques aéreos sobre las concentraciones de yihadistas y sus depósitos logísticos, se ha revelado un empeño mayor. Francia entra en un laberinto del que le puede costar salir. De momento está sola, con el golpista Ejército de Malí, y a la espera de que llegue la fuerza militar de los países de África Occidental. La Europa alemana de Merkel se pone de perfil, confirmando la irrelevancia de su política exterior y de defensa. Y EE UU bastante tiene con sus problemas domésticos. Obama inicia su segundo mandato y su peor pesadilla sería una nueva aventura militar en el extremo occidental del Creciente de crisis que desde Mauritania se proyecta hasta Pakistán. Lo que ocurre en el Sahel, explica el analista francés Gilles Kepel en Le Monde, es más que un asunto militar. “Es un desafío de civilización a la hora de la mundialización, de la interpenetración de culturas y de la circulación acelerada de doctrinas e ideologías, de imágenes y de vídeos, de hombres, de bienes y de armas a través de las fronteras”.

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