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Merkel: “Mi buena química con Hollande es el secreto mejor guardado”

Francia y Alemania disimulan sus diferencias en el aniversario de la reconciliación

La canciller Merkel y el presidente Hollande, durante la rueda de prensa celebrada en Berlín, el 22 de enero de 2013.
La canciller Merkel y el presidente Hollande, durante la rueda de prensa celebrada en Berlín, el 22 de enero de 2013. C. CHARISIUS (EFE)

Para que resultara más verosímil la afirmación del presidente François Hollande sobre la “buena química” entre ambos, la canciller Angela Merkel la confirmó añadiendo que es “el secreto mejor guardado” de la amistad franco-alemana. Tanto Hollande como Merkel tenían ocho años el 22 de enero de 1963, cuando Konrad Adenauer y Charles de Gaulle firmaron en el Palacio del Elíseo el tratado de amistad que selló la reconciliación de Francia y Alemania tras haberse enfrentado en tres guerras devastadoras en menos de un siglo. Dieciocho años después de la ocupación alemana de Francia y del exterminio nazi de millones de judíos, gitanos y antifascistas en media Europa, París y la joven República Federal de Alemania (RFA) decidieron asociarse y sentar la base conjunta para avanzar hacia la futura Unión Europea. Hoy, Hollande y Merkel han festejado en Berlín las bodas de oro de esta larga paz que ha cambiado el rostro de Europa y han tratado de mirar al futuro disimulando sus diferencias. Como señal de buena voluntad, se tutearán a partir de ahora.

Con mucho fasto, con proyectos para estrechar aún más los lazos bilaterales y con una propuesta de cooperación europea relegada hasta mayo, los Gobiernos de ambos países han celebrado un Consejo de Ministros conjunto en la Cancillería, y los diputados del Bundestag y de la Asamblea Nacional han debatido durante dos horas en el Reichstag. Un concierto en la Filarmónica de Berlín, con obras de Beethoven y Saint-Saëns en el programa, ha puesto fin a los festejos y al maratón de declaraciones, ruedas de prensa y apretones de manos por todo el distrito gubernamental de Berlín.

Semejante despliegue de actividades no ha escondido, en cualquier caso, que las bodas de oro de la pareja franco-alemana han llegado en un momento tan gélido como el tiempo de estos días en la capital alemana. Pasa en las mejores familias: en las celebraciones más señaladas pueden aflorar viejas tensiones y diferencias enquistadas. A juzgar por lo que se lee estos días, los recelos superan con mucho al amor. El periodista de Le Monde Arnaud Leparmentier, autor del reciente libro Los franceses, esos enterradores del euro, explica en un artículo publicado en el Süddeutsche Zeitung que “en Francia se respira un aire de antigermanismo” y “empieza a elevarse una sorda crítica contra el supuesto imperialismo económico alemán”. Los reproches, cada vez menos sordos, inciden en el despotismo y las desigualdades de la Alemania de frau Merkel, y algunos politólogos y analistas reivindican la mayor justicia social del sistema francés e incluso niegan la debilidad de su sistema productivo. En Alemania, que pese a los drásticos recortes de hace 10 años y al aumento de las desigualdades conserva un sistema de asistencia social engrasado y comparativamente generoso, consideran que el modelo actual francés es una rémora para Europa.

Si los franceses empiezan a salir de las catacumbas a las que les relegó la fase de subordinación de París a Berlín designada por el acrónimo Merkozy, en Alemania algunos aprovechan para criticar la política conservadora que impone en Bruselas la jefa de la CDU.

El líder de La Izquierda (Die Linke), Gregor Gysi, ha recalcado hoy ante el doble pleno franco-alemán en el Bundestag que “los franceses protestan mejor que los alemanes”. Les ha instado a “aprender una cosa” de sus vecinos orientales para resistir mejor las presiones de Merkel y su poderoso ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble: “En Francia te dan un croissant y un poquito de mantequilla y mermelada; está bien, pero eso no es desayunar y a mí me parece que tras un buen desayuno puedes manifestarte mejor”. El circunspecto Hollande se reía a carcajadas.

La periodista del Süddeutsche Zeitung Ulrike Heidenreich recuerda en Le Monde que, según un reciente estudio de la OCDE, Alemania está a la cola de Occidente en cuanto a igualdad entre sexos, mientras Francia ocupa los primeros lugares. Por diferencia de salarios hombres-mujeres, los alemanes son el país número 32º entre los 34 miembros de la OCDE; y el 62% de las mujeres trabajan a tiempo parcial, contra un 26% de francesas.

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Otros reproches franceses coinciden con la impresión cada vez más extendida entre los europeos: Berlín impone las reglas en Europa pero no se somete a ellas cuando no le conviene. así en la unión bancaria (las cajas de ahorros y bancos regionales estarán eximidos de la supervisión) como en el crecimiento, los contratos de competitividad, los excedentes comerciales o la industria aeronáutica (Merkel desechó la fusión de EADS con BA por proteccionismo), por no hablar del sector del automóvil, donde, según Francia, Volkswagen intenta “sacar del mercado” a Peugeot.

50 años de fotos y desencuentros

“Somos los herederos de una amistad histórica”, dijo ayer François Hollande mirando a Angela Merkel. Este tipo de declaraciones han abundado desde julio, cuando ambos países conmemoraron el cincuentenario de la misa de reconciliación con la que Charles de Gaulle y Konrad Adenauer dieron paso al Tratado del Elíseo. Las columnas góticas de la catedral de Reims, gravemente dañada por los alemanes en la Gran Guerra, tienen la solemnidad idónea para un acto de Estado y confieren considerable dramatismo a las imágenes en blanco y negro. Pero aquel no fue el primer acercamiento: en la década anterior, Francia y Alemania habían enterrado ya el hacha de su rivalidad con diversos convenios comerciales, industriales y científicos. La relación siguió normalizándose en 1956 con la incorporación de Sarre como décimo Estado de la República Federal de Alemania. Se había convertido en un protectorado francés tras la Segunda Guerra Mundial. En verano de 1963 se celebraría en Bonn la primera cumbre bilateral entre los dos Gobiernos. De Gaulle y Adenauer inauguraban entonces cinco décadas de achuchones entre mandatarios de ambos lados del Rin.

En 2008 corrió el bulo, desmentido por todos, de que Merkel había solicitado al Elíseo que el entonces presidente Nicolas Sarkozy la manoseara menos en sus encuentros. Aunque prometió recibirlo “con los brazos abiertos” en Berlín, Merkel no podría quejarse de las inexistentes efusiones de Hollande. Pero le ponen empeño: en Berlín, ambos sonrieron y rieron juntos en ocasiones diversas. Hollande la llamó “Angela” más de una vez, para que no quepa duda de que los fastos de las bodas de oro contribuyeron al acercamiento entre ambos países o, al menos, entre la democristiana y el socialista.

En medio del frío berlinés de estos dos días cabe recordar que las relaciones ya pasaron antes por momentos difíciles. El conservador francés Georges Pompidou y el socialdemócrata Willy Brandt se entendían francamente mal. Francia desconfiaba de la ostpolitik de Brandt, que abrió algún resquicio en el Telón de Acero. Sin embargo, sus sucesores Helmut Schmidt y Valéry Giscard d’Estaing recuperaron el impulso perdido. Cuando cambiaron las tornas políticas en sus respectivos países, el socialista François Mitterrand y el democristiano Helmut Kohl protagonizaron otra foto icónica de la amistad francoalemana, de la mano ante las tumbas de los caídos en la batalla de Verdún (1916).

El socialdemócrata Gerhard Schröder y el conservador Jacques Chirac se entendieron mal al principio, pero recuperaron la armonía haciendo frente común contra la guerra de Irak en 2002. Un año después, Schröder participó como primer mandatario alemán en el aniversario del desembarco de Normandía. Al calor de las cumbres forzadas por la crisis financiera nació en 2010 la difunta criatura Merkozy. No consta que nadie la eche de menos.

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