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Columna
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Chantaje o suicidio

Lo que busca Cameron es un traje a medida, no tanto de los intereses de Reino Unido, como de los suyos propios y los de su partido

Bastante despistados debían de andar los asesores de David Cameron cuando eligieron la fecha del 22 enero para que el primer ministro pronunciara el gran discurso sobre Europa que todos, dentro y fuera de Reino Unido, llevaban tiempo esperando. Un discurso rompedor y a la vez clarificador que marcaría un antes y un después en la política europea del Gobierno conservador. En una imaginativa y audaz pirueta política y comunicativa, sus asesores eligieron Berlín como el lugar idóneo para la presentación del discurso.

¿Cabe imaginar algo más simbólico que viajar a Berlín, el lugar donde hoy por hoy está todo el poder político y económico, para anunciar un referéndum sobre la permanencia o retirada de Reino Unido de la Unión Europea? En el pasado, Churchill y Thatcher habían elegido Zurich y Brujas, respectivamente, para sus discursos, así que había una tradición a la que retrotraerse para salir al extranjero. Pero, ¿por qué conformarse con dos ciudades menores pudiendo pensar a lo grande? Un discurso en Berlín colmaría las fantasías eurófobas del Partido Conservador y del UKIP (el Partido por la Independencia de Reino Unido): sería como clavar una daga en el corazón de ese monstruo federalista y burocrático que tanto odiaban. Solo faltaba que Cameron hiciera el viaje en una fortaleza volante de la II Guerra Mundial y que aterrizara en el aeropuerto de Tempelhof. Todo bien salvo por un pequeño detalle: contactada la Embajada británica en Berlín para organizar el discurso, esta comunicó que el 22 de enero estaba marcado en el calendario como el día de la celebración del 50º aniversario del Tratado del Elíseo entre Francia y Alemania, una ocasión solemne en la que los Gobiernos y Parlamentos de los dos países celebrarían sesiones conjuntas con gran repercusión política y mediática.

Lo trágico del discurso de Cameron reside en la miopía histórica que representa renunciar a construir una Europa a la vez útil y legítima.

¿Cabe imaginar una anécdota más susceptible de convertirse en categoría sobre los conservadores británicos y la Unión Europea? Insensibilidad, desconocimiento, desconexión, lo que se quiera; como si el Gabinete de Cameron estuviera dirigido por los redactores del tabloide The Sun. Lógicamente el acontecimiento se trasladó de lugar y fecha, eligiéndose el viernes 18 de enero y la ciudad de Ámsterdam, seguramente pensando que los holandeses, tradicionalmente anglófilos, serían unos buenos anfitriones. Pero por segunda vez hubo que posponer el discurso, en esta ocasión debido a la captura y posterior asalto de las instalaciones gasísticas argelinas de In Amenas. Otra coincidencia que también se presta a la categorización pues muestra hasta qué punto el camino que Reino Unido quiere recorrer es exactamente el inverso al que necesitamos, que es el de lograr una Europa capaz de actuar unida en defensa de sus valores e intereses.

Ahí reside lo trágico del discurso de Cameron, en la miopía histórica que representa renunciar a construir una Europa a la vez útil y legítima. En su discurso del miércoles, Cameron abre por un momento una pequeña ventana de esperanza cuando afirma querer una Europa abierta hacia el mundo, ágil en su gestión, más transparente y democrática en su funcionamiento, capaz de competir internacionalmente, innovar y hacer frente a los desafíos de la globalización. Son propuestas de reforma que muchos podríamos compartir, y que contribuirían a mejorar y completar la Unión Europea. Pero acto seguido renuncia a esa agenda, demostrando que es pura retórica, que la decisión está tomada y que no malgastará ni un solo minuto en buscar aliados para lograr esos objetivos.

Lo que Cameron quiere es repatriar las normativas laborales para que los británicos puedan trabajar más horas por menos salario, preservar la posición de su sector financiero dentro de la eurozona pero sin someterse a las mismas normas que los demás, eximirse de unos estándares medioambientales que considera imponen costes excesivos a sus empresas, deshacer la política regional para evitar que los contribuyentes británicos subsidien a las regiones más pobres de la UE, establecer una participación a la carta en la cooperación policial y judicial y, para colmo, bloquear el acceso de pesqueros europeos a sus aguas. Dice Cameron que cree en el mercado interior, pero es obvio que lo que busca es un traje a medida, no tanto de los intereses de Reino Unido, como de los suyos propios y los de su partido. Si sus socios europeos le dan todo eso (desconocemos por qué razón deberían hacerlo), Cameron convocará el referéndum y pedirá el sí. De lo contrario, optará por el no. Joschka Fischer ha descrito este discurso como “el eclipse de la razón”. Y tiene razón: hay quienes hablan de chantaje, pero esto en el fondo a lo que se parece es a un suicidio.

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