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“No soy un rebelde, solo tengo sed”

Adama Drabo, de 16 años, está detenido acusado de ser un niño soldado con los yihadistas

José Naranjo
Adama Drabo, de 16 años, detenido en la Gendarmería de Sevaré.
Adama Drabo, de 16 años, detenido en la Gendarmería de Sevaré.EL PAÍS

Mamane Soufountera solo tenía 15 años. El pasado día 11 perdió las dos piernas durante el bombardeo de la aviación francesa sobre Konna, en el centro de Malí. Al día siguiente murió a causa de las heridas. Ese mismo día, los hermanos Ousmane, Khadiya y Fatoumata, de entre 12 y 8 años, se ahogaron en el río cuando intentaban cruzar al otro lado huyendo de los proyectiles. Cuatro mujeres que se refugiaban de aquel infierno en el interior de una casa también fallecieron tras una enorme explosión.

Konna fue el primer pueblo bombardeado en esta guerra, cuya toma por parte de milicias yihadistas desencadenó la intervención francesa. Y en sus calles y en su gente aún se puede apreciar el desolador paisaje tras aquella batalla.

Fueron apenas 20 horas. Los yihadistas llegaron el jueves día 10 por la tarde a bordo de varios todoterreno y gritando “Alá es grande” tras haber mantenido un primer enfrentamiento con los soldados malienses. Pidieron a la población que permaneciera en sus casas y se dirigieron al puerto fluvial, donde estaban acantonados varios cientos de militares malienses. Sin embargo, muchos se habían quitado ya el uniforme y se habían camuflado entre la población. Aquellos que intentaron resistir fallecieron en el combate, al menos medio centenar.

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La aviación francesa empezó a bombardear al día siguiente por la mañana. Y continuó durante todo el fin de semana. Al menos nueve civiles fallecieron. Hoy Konna es un pueblo de casas y coches quemados, impactos de proyectiles, casquillos de balas, tumbas anónimas y fosas comunes a las afueras donde fueron enterrados una veintena de soldados malienses por la propia población.

Los salafistas se llevaron a sus propios muertos antes de huir hacia el norte. Pero no a todos. En una construcción de barro situada al lado de una pequeña mezquita hay un cadáver medio calcinado. Según los vecinos, se trata del cuerpo de un yihadista que, herido de gravedad, se refugió allí ante la entrada de las tropas francesas. Cuando lo encontraron llevaba varios días muerto y le prendieron fuego.

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A medida que las fuerzas francomalienses avanzan (ya están en Gao y se encaminan a Tombuctú), las detenciones de yihadistas y sospechosos de hacer colaborado con ellos se multiplican. Ya se han encontrado las primeras pruebas de que algunos de estos sospechosos han sido ejecutados de manera sumaria y luego enterrados de cualquier manera o arrojados a pozos.

Adama Drabo parece asustado. Sentado en el suelo de una oscura habitación de la Gendarmería de Sevaré (centro de Malí), habla en voz muy baja, apenas audible. Fue detenido en Douentza acusado de ser miembro del grupo terrorista Muyao. Sin embargo, solo tiene 16 años y asegura que nunca ha cogido un arma. De origen muy humilde, llegó hasta esta ciudad en busca de trabajo para poder echar una mano a su familia y acabó empleado como cocinero de los yihadistas. Nunca le pagaron y ahora maldice su suerte. “Sólo quiero volver a casa” dice.

Los gendarmes lo observan con cierto desdén. No está atado ni esposado. Aseguran que es un niño soldado que fue reclutado para luchar junto a los yihadistas, pero Adama Drabo dice que él solo se dedicaba a preparar espaguetis con tomate concentrado, sal y cebolla. No lleva carné de identidad. Solo habla bambara y procede de un pueblo llamado N’Denbougou. “Desde allí cogimos un autobús hasta Sevaré. Queríamos trabajar y ganar algo de dinero”, asegura.

En Malí, muchos jóvenes, terminada la temporada agrícola, se van a las ciudades para buscarse la vida haciendo pequeños trabajos. Pero en lugar de quedarse en Sevaré, él y su amigo llegaron hasta Douentza, entrando en la zona controlada por los yihadistas.

“Cuando bajamos del autobús se nos acercaron unas personas que nos dijeron que tenían trabajo para nosotros. Nos fuimos con ellos. Nos iban a pagar mucho dinero por trabajar de cocineros”, asegura. Así fue como entró en contacto con Muyao, uno de los grupos terroristas que controla el norte de Malí. “No comprendía bien su lengua, no estábamos al corriente de lo que estaba pasando. Solo había una persona que hablaba bambara con quien podíamos entendernos”. Según su versión, Adama Drabo no había oído hablar de Muyao en su vida.

Sin embargo, un día los jefes desaparecieron. “Decidimos irnos de allí. Entonces nos fuimos caminando hasta un pueblo cercano. Como no teníamos dinero nos acercamos a un viejo para pedirle un poco de agua y él nos acusó de ser rebeldes. 'Yo no soy rebelde, solo tengo sed', le respondí. Pero un motorista que pasaba por allí nos señaló diciendo que sí, que llevábamos ropa de yihadistas. Intentamos huir y sacó un cuchillo. Mi amigo logró escapar, pero a mi me agarraron y me llevaron a la comisaría”, relata.

Adama Drabo fue sometido a un intenso interrogatorio. “Me amenazaron con matarme si no les decía la verdad. Yo les he contado todo, ahora solo quiero volver a casa”. Pero no lo va a tener tan fácil. Pascal Diawara, sargento de la Gendarmería que custodia al joven, asegura que “no es el primer caso. Los radicales reclutan niños soldados, les ofrecen mucho dinero, hasta 300.000 francos CFA por mes (unos 500 euros) y les lavan el cerebro para que combatan junto a ellos”. Él, entre tanto revuelo, se va sintiendo un poco mejor. “Ya me dicen que no me van a matar”, concluye.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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