_
_
_
_
_

Hallados un centenar de cadáveres con tiros en la cabeza en un barrio de Alepo

La mayoría de cadáveres tienen las manos atadas con bridas de plástico

ADVERTENCIA: La cifra total de cuerpos hallados en el río de Bustan al Qaser es de 108.Foto: atlas | Vídeo: ATLAS

Miembros del Ejército Libre de Siria (ELS) y activistas de la oposición al régimen han hallado 108 cadáveres amontonados en la orilla del río Quweiq, en Bustan al Qaser, barrio situado en el suroeste de Alepo, provincia del norte de Siria. Los cuerpos, según la información facilitada por los rebeldes y el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), ONG con sede en Londres, presentan impactos de bala en la cabeza y las manos atadas a la espalda, signos de que podrían haber sido víctimas de una ejecución sumaria.

“Esta mañana, sobre las ocho varios vecinos han acudido al cuartel que tenemos en Bustan Al Qaser para informar que había varios cuerpos flotando en el río; cuando hemos comenzado a sacarlos nos hemos encontrado con más de medio centenar”, afirma el militar rebelde de alto rango Abu Sada.

Los cuerpos, cubiertos de barro y lodo, se van amontonando en la orilla del riachuelo a su paso por el distrito de Al Sendian, en la ciudad de Alepo. Todos presentan un solo orificio de entrada. En la nuca. “Han sido ejecutados en la zona del régimen y lanzados al río; es posible que lleven varios días muertos porque la corriente no es muy fuerte y han tardado en llegar hasta aquí”, sentencia Abu Anas, un soldado rebelde. Los han ido apilando en diferentes grupos a medida en que los iban encontrado.

"Es posible que lleven varios días muertos porque la corriente no es muy fuerte y han tardado en llegar hasta aquí"

“No es la primera vez que el régimen ejecuta a civiles y deja sus cuerpos en mitad de un vertedero o en la calle para que nosotros los recojamos; pero desde luego es la primera vez que hemos recogido tantos cadáveres al mismo tiempo”, apunta el insurgente.

Niños, ancianos, adultos, adolescentes, pero entre los 68 cuerpos; ni un solo uniforme militar. Ni una guerrera. “Son todos civiles”, apunta otro soldado. “Cuando los civiles cruzan los puestos de control que separa la zona bajo su control del nuestro, los shabiha [matones del régimen] les detienen por el mero hecho de vivir en esta parte de la ciudad”, comenta Mohammad, otro rebelde. “Los que tienen suerte, son torturados, los que no… acaban con un tiro en la nuca y en medio de un basurero para que se lo coman los perros”, sentencia.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Centenares de personas comienzan a congregarse a orillas del río Quweiq en busca de sus seres queridos; muchos de ellos tienen padres, hermanos o hijos detenidos en las cárceles del régimen y hace meses que no tienen noticias de ellos. “Mi hermano desapareció hace semanas cuando cruzó a la zona del régimen y no sabemos dónde está ni que ha sido de él, me he acercado a buscarlo; es posible que esté aquí”, comenta Mohammad Abdel Assis mirando uno por uno los cadáveres cubiertos de barro y lodo. “Si no aparece hoy, aparecerá la próxima vez. Hace tiempo que perdimos la esperanza de volver a verlo con vida; y más cuando todos los días ocurren estas cosas”, se lamenta el joven.

“Los shabiha detienen a gente solo por el hecho de llevar barba; o porque los civiles no tienen suficiente dinero para pagarles o porque están aburridos y les apetece pegar a alguien en medio de todo el mundo; o desnudarles. Esto es normal”, afirma Alí, un vecino de la zona y cuyo padre fue torturado y asesinado por el régimen hace cuatro meses. “Lo único que consiguen con esto es fomentar más y más odio; y cuando caiga el régimen entonces habrá represalias, venganzas y ajustes de cuentas”, prosigue.

“Ninguno de los cadáveres lleva identificación por lo que no sabemos si son de Alepo, si son de la provincia o si son de Siria”, reconoce uno de los soldados mientras rebusca en los bolsillos de varios cadáveres sin suerte.

Uno de los voluntarios ayuda a introducir el cuerpo de un hombre en el interior de un camión. Más de quince cuerpos se pueden contar en la parte de atrás del vehículo mientras las camillas, con más cadáveres, no paran de llegar. Todos, sin excepción, presentan la misma herida. Un balazo a bocajarro en la frente o en la nuca; la mayoría de ellos tienen las manos atadas con bridas de plástico. “Algunos tienen el rostro irreconocible porque les han disparado desde tan cerca que les ha destrozado la cabeza”, señala un rebelde levantando uno de los cuerpos del lado. Por el agujero de la herida cae una masa gelatinosa sobre los zapatos del joven.

Cientos de personas se agolpan en la entrada del colegio Yarmuk, en el distrito de Bustan Al Qaser. Cuatro hombres portan uno de los cadáveres al grito de "¡Allah uh Akbar! (Dios es el más grande)". Mientras la gente se aparta para dejarlos pasar. En el patio del centro cuatro filas de cuerpos. Todos cubiertos por una sábana de color azul, un pedazo de papel con un número impreso y charcos de sangre. “En total hay 78 cuerpos”, afirma Abu Seij a este diario. “En el río aún quedan otros 30 cadáveres pero no podemos recuperarlos porque los francotiradores del régimen que están apostados en el barrio de Izaa nos han comenzado a disparar. Lo intentaremos esta noche”, afirma.

El olor es nauseabundo. Los familiares caminan entre las hileras de cadáveres cubriéndose el rostro con pañuelos o con la propia ropa. Algunos de los muertos tienen la cara completamente destrozada por el impacto de la bala; otros presentan signos de una brutal tortura. “A este hombre primero lo han quemado y después le han disparado”, comenta Abu Mohammad, un soldado rebelde. “No todos han sido ejecutados con un solo disparo, algunos se han muerto ahogados porque les dispararon en el abdomen o en las piernas y les lanzaron al agua”, afirma Alí, enfermero del hospital Zarzour, que es quien ha llevado la cuenta de los cadáveres. “No podemos saber exactamente cuando los han ejecutado porque el agua no ayuda a la hora de estimar la muerte, pero entre tres días y esta madrigada”, comenta Alí.

El cadáver número 11 es el del niño que yacía en la orilla del Quweiq. Un hombre se detiene a mirarle el rostro un segundo y se lleva las manos a la cara. Varias personas le imitan y comienzan a rezar a su lado. “No lo conozco de nada… pero podría ser mi hijo. Por eso he rezado por su alma”, afirma un vecino de Bustan Al Qaser que mira, horrorizado los cadáveres. “Todos los días recogemos dos o tres cadáveres que han sido ejecutados por los shabiha, pero lo de hoy no tiene nombre”, comenta.

“Esto es una venganza por el fracaso de la ofensiva que lanzaron ayer sobre Bustan Al Qaser y han hecho esto para mandar un mensaje a los civiles”, sentencia Abu Seij. Y ese mensaje no es otro “que los civiles tenga miedo al ELS y nos culpen de lo que aquí ocurre”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_