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Los cien años del viejo comunista

Portugal conmemora el nacimiento del fascinante, odiado e idolatrado Álvaro Cunhal Su vida se funde con la historia del siglo XX

Antonio Jiménez Barca
Alvaro Cunhal, a finales de los noventa, en Lisboa.
Alvaro Cunhal, a finales de los noventa, en Lisboa.AFP

Hace unas semanas, en la Universidad de Lisboa, el Partido Comunista Portugués (PCP) homenajeó al que fue su líder histórico y al que continúa siendo su principal referencia, el inquebrantable, fascinante, pétreo, polifacético y algo enigmático Álvaro Cunhal, comunista ortodoxo de línea dura marxista hasta el final de su larga vida. El acto fue el primero de una serie de homenajes y reconocimientos públicos que con motivo del centenario de su nacimiento, en noviembre de 1913, rendirá su partido (y su país) a este líder político fallecido en 2005 que lo dio todo por su partido.

Sufrió durante días las palizas brutales de la policía secreta de Salazar sin delatar jamás a nadie, padeció ocho años de cárcel en régimen de aislamiento sin derrumbarse, escapó de la prisión colgándose de sábanas unidas con nudos de marinero, vivió el exilio en Moscú y en París, aplaudió la invasión soviética de Checoslovaquia en el 68 y regresó en 1974, días después de la Revolución de los Claveles, a Lisboa, donde fue aclamado como un héroe o un mito redivivo. Acabó derrotado por las urnas y la historia, asegurando en entrevistas postreras que todo podía haber sido de otra manera.

Jerónimo de Sousa, actual secretario general del PCP, defendió la actualidad de su pensamiento en tiempos de crisis al recordar que Cunhal ya preconizó una ofensiva de las políticas de la derecha y un tiempo de recortes de conquistas sociales. Y citó su comparación del FMI como un bulldog (“que muerde la presa y no suelta jamás”).

Su magnética figura (era alto, atractivo, imponente, en sus últimos años con el cabello blanco echado para atrás y las cejas oscuras) se confunde con la del siglo XX, con todas sus contradicciones y grandezas, por eso fue idolatrado y detestado a partes iguales. El escritor Fernando Dacosta escribió sobre él: “Su secreto no estaba en lo que decía, sino en el cómo. No en la reflexión que despertaba sino en la hipnosis que generaba”. El actualmente columnista de Público y también escritor Vasco Pulido Valente lo describió en su tiempo como “un jefe brutal y obstinado, de fe ciega y primaria”. Y el sociólogo Antonio Barreto también recordó en un libro publicado hace años que Cunhal “negó el Mercado Común, la democracia, el fin del comunismo y los desastres de la Revolución”.

Fue, además, un respetable pintor y un escritor considerable, autor de varias novelas firmadas con el pseudónimo Manuel Tiago por considerar que su vida personal no debía mezclarse con la del dirigente político. Solo reveló el secreto a los 80 años. Jamás permitió que su rostro apareciese en los carteles electorales de su partido. Y pocos sabían, incluso al final de sus días, dónde estaba su casa o con quién la compartía. Su vida personal (su vida aparte del partido) fue siempre un misterio que se cuidó siempre de guardar con la invencible firmeza con la que emprendía todo. Algunos lo achacaban a una obsesión casi neurótica por la seguridad nacida en los tiempos terribles de la clandestinidad. Y, sin embargo, como novelista contó (disfrazando sus recuerdos y prestándoselos a los personajes) sus aventuras amorosas y sus desengaños, sus oscuros días en la cárcel, sus años de exilio o la relación difícil con su única hija.

Nació en una familia de clase media en Coimbra, por eso siempre se autodenominó “hijo adoptivo del proletariado”, llegando a presentarse en casa —para disgusto de su madre, católica y conservadora— con mono de trabajo o botas de obrero. A los 21 años es ya secretario político del Comité Regional de las Juventudes Comunistas, a los 23 asciende al Comité Central y en 1940 se convierte en su principal líder. Luchó en la Guerra Civil española y en 1945, en una visita a Portugal, Santiago Carrillo, por entonces en el exilio, se sorprendió de las duras condiciones de la clandestinidad de los comunistas portugueses al ver llegar a una cita acordada a un alarmantemente enflaquecido Cunhal montado en bicicleta.

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Tras la Revolución de los Claveles y un periodo convulso en el que Portugal coqueteó con la guerra civil, el PCP fue derrotado en las urnas por el Partido Socialista de Mário Soares, el “enemigo íntimo” de Cunhal. Los dos históricos líderes de la izquierda portuguesa, de personalidades opuestas, cuyas biografías se habían cruzado innumerables veces desde que en los años cuarenta Cunhal fuera profesor de Soares en el colegio del padre de éste, definieron entonces sus destinos: Soares, más dúctil, más abierto, más sociable, socialdemócrata y europeísta, alcanzaría el poder; Cunhal, cada vez más aislado, se enrocó en sus posiciones marxistas, desvinculó al partido del eurocomunismo imperante y presenció impotente el progresivo declive de su formación. Con todo, aún ahora, la huella ideológica del antiguo líder es palpable en un partido activo que constituye la cuarta fuerza política del país, con 14 diputados, pero que desde 2002 no ha sobrepasado el 8% de los votos.

En el año 2000, con 86 años, retirado de la jefatura del partido, convertido en un icono vivo, el viejo comunista, ya enfermo, accedió a entrevistarse con Maria João Avillez, que reprodujo el encuentro en el libro Conversas con Álvaro Cunhal. Tras oírle despotricar de Soares y elogiar a Fidel Castro, la periodista le preguntó de golpe algo que apuntaba a su vida entera:

—¿Ha sido una derrota amarga?

—Amarga es una palabra demasiado pequeña.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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