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Columna
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El ejemplo de Obama

Habrá que recurrir a los inmigrantes y la movilidad en la UE para volver a crecer

Zapatos abandonados por los inmigrantes en la estación de tren de Orestiada (Grecia).
Zapatos abandonados por los inmigrantes en la estación de tren de Orestiada (Grecia).Andrés Mourenza (EFE)

Dicho y hecho. Apenas pronunciado el discurso de investidura de su segundo mandato, Barack Obama entablaba la batalla en un tema capital: la inmigración. Y, seguramente para asombro de muchos europeos, lo hacía anunciando su intención de regularizar a... ¡11 millones de personas sin papeles! Para quien está acostumbrado a los debates sobre el tema en Europa, es al mismo tiempo sobrecogedor y hermoso ver a un presidente aclamado en Las Vegas tras anunciar su intención de “sacar de las sombras” a millones de trabajadores y trabajadoras hasta ahora considerados como criminales por vivir y trabajar en Estados Unidos indocumentados.

Durante la reciente campaña presidencial francesa, Nicolas Sarkozy y sus partidarios se afanaron en denunciar la supuesta intención de François Hollande de regularizar masivamente a los sin papeles, y este último llegó a obsesionarse por intentar convencer al electorado de que no lo haría. Del mismo modo, solo seis meses después de su toma de posesión, el ministro de Interior, Manuel Valls, se enorgullecía ya de haber alcanzado un récord de expulsiones. Aunque es cierto que no hay que ceder a la facilidad de comparar el paraíso norteamericano con el infierno europeo. En realidad, Barack Obama ostenta también el récord de inmigrantes clandestinos expulsados, obtenido durante su primer mandato. Desde el Patriot Act, que George Bush consiguió aprobar pese a que, en muchos aspectos, atenta contra las libertades individuales, las fronteras de EE UU están cerradas; en todo caso, más de lo que han estado nunca. Es importante por tanto observar que nos encontramos en una coyuntura que conducirá a EE UU y, seguramente, mañana también a Europa, a la apertura de sus fronteras.

Es verdad que en EE UU la inmigración siempre ha sido un motor del desarrollo. Y, al margen de los indios norteamericanos, perseguidos durante la conquista del Oeste, todas las demás categorías poblacionales proceden de la inmigración. Los flujos originarios del sur del continente americano han aumentado la diversidad de la sociedad y, además, Barack Obama le debe la cómoda victoria que le otorgó la reelección a la confianza renovada de afroamericanos y latinos.

No hay que olvidar tampoco que el crecimiento norteamericano siempre ha reposado en un flujo permanente de inmigración procedente de los dos extremos del espectro: por un lado, trabajadores pobres, mal pagados y muy poco protegidos, que asumen una miríada de pequeños empleos; por otro, personas con una alta o muy alta cualificación. Es de hecho uno de los puntos sobre los que Barack Obama quiere insistir: incitar a un número creciente de los miles de estudiantes extranjeros que viven en el país a nacionalizarse estadounidenses. Así, planea que todos los titulares de un máster puedan solicitar la tarjeta verde, es decir, un permiso de trabajo de larga duración que puede conducir a la obtención de la nacionalidad. En el plano político, es interesante señalar que demócratas y republicanos han formado un grupo conjunto de ocho senadores, y que se diría que existe una carrera de velocidad entre las propuestas presidenciales y las de este grupo, aunque todas van en el mismo sentido: la regularización de esos once millones de trabajadores en la sombra, combinada con una modificación de las vías de acceso a la nacionalidad estadounidense. Y, entre esos senadores, se sientan dos figuras republicanas interesantes: una que encarna el pasado, John McCain, desafortunado candidato contra Barack Obama durante su primera campaña; y la otra, que tal vez encarne el futuro, es Marco Rubio, el senador por Florida de origen cubano susceptible de personificar un giro ideológico del partido republicano, al parecer más proclive a conceder mayores atenciones a los latinos, entre otros.

¿Y Europa? Seguramente, si volvemos a la senda del crecimiento, todos los miembros de la Unión Europea —excepto Francia e Irlanda, que cuentan con poblaciones dinámicas— tendrán problemas de déficit demográfico. Y, si queremos volver a crecer y a progresar, habrá que compensar ese déficit: por supuesto, facilitando una mayor movilidad dentro de la misma Unión Europea (movilidad que ha quedado apuntada ya con ocasión de la crisis, pues, por ejemplo, muchos jóvenes licenciados españoles están encontrando empleo en Alemania, mientras que numerosos investigadores italianos están siendo enrolados por los laboratorios franceses); pero, en parte, también recurriendo a la inmigración. Y solo depende de nosotros empezar por el principio, es decir, por los estudiantes, pues la batalla por la materia gris es otro de los terrenos en los que se decide nuestra futura competitividad.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

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