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La violencia en Colombia amenaza las negociaciones

Combates, ataques terroristas y secuestros mientras FARC y Gobierno dialogan en Cuba

Una tanqueta pasa junto a un coche bomba en Cauca el martes.
Una tanqueta pasa junto a un coche bomba en Cauca el martes. LUIS ROBAYO (AFP)

El optimismo que el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, exhibe sobre un futuro final feliz de las negociaciones de paz que el Gobierno mantiene con las FARC en Cuba —sentimiento que comparte el equipo negociador de la guerrilla— choca con lo que sucede en el campo de batalla. Militares y guerrilleros han recrudecido los combates y los segundos han retomado los secuestros, algo que ha sido interpretado como un mensaje contrario a la paz aunque el acuerdo sea negociar en medio de la guerra.

“Vamos bien en Cuba en nuestras conversaciones con las FARC”, ha dicho Santos tras la semana más tensa que ha tenido el proceso, provocada por el anuncio de la guerrilla de que continuará secuestrando a uniformados. El balance optimista lo hizo el mandatario días después de que el jefe de los negociadores del Gobierno, Humberto de la Calle, les exigiera a las FARC que aclararan, tras secuestrar a dos policías, si quieren la paz.

Iván Márquez, jefe de la delegación las FARC, dijo que persisten en su intento por alcanzar la paz y que las negociaciones avanzan. “Sentimos que avanzamos en la construcción de un acuerdo en torno a un tema importantísimo como lo es la tierra. Las cosas van por buen camino”, afirmó el martes tras anunciar que liberarán a los uniformados secuestrados.

Sin embargo, siguen sin conocerse acuerdos concretos con relación al tema agrario, el primer punto de la agenda pactada entre las partes. Lo que sí se conoce son las “afortunadas coincidencias” —en palabras de las FARC— entre los subversivos y el Gobierno sobre la difícil situación del campo.

Ambas partes han acercado posturas en este asunto porque la guerrilla ha moderado su posición frente al latifundio y ha dicho que este puede coexistir, con limitaciones, con zonas reservadas para campesinos, indígenas y comunidades afro. Sin embargo, han propuesto suspender la construcción de hidroeléctricas dedicadas a generar energía para la exportación y que se legalicen cultivos domésticos de marihuana, amapola y coca.

Pero mientras se habla del campo en La Habana, es evidente el recrudecimiento de la violencia guerrillera desde el 20 de enero, cuando terminó una tregua unilateral de dos meses. Incluso el hermano del presidente Santos, Enrique, que negoció el inicio del proceso de paz, cree que las negociaciones corren peligro si no adquieren más ritmo. “Si esta agenda no se mueve más, la sensación de que este proceso es algo distinto se va a evaporar. La opinión puede pasar de la indiferencia a la hostilidad”, advirtió en un foro.

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Las encuestas son indicativas del sentir de muchos colombianos. Mientras el 70% está a favor del proceso de paz, aunque con condiciones, un porcentaje muy parecido no cree que se logre la paz. Los colombianos desconfían de las FARC tras una larga lista de violaciones a los derechos humanos. Tal vez por eso se entienda que, a pesar de que persista esa norma de negociar en medio de la guerra, otra cosa es la resistencia frente a los secuestros, atentados contra infraestructuras y asesinatos de civiles y soldados.

El vicepresidente, Angelino Garzón, ha dicho que “cada secuestro, crimen o atentado terrorista es un tiro contra la voluntad de paz”. La Iglesia lo ratifica. “La guerrilla está creando un clima adverso”, dijo el cardenal Rubén Salazar, presidente de la Conferencia Episcopal, lo que evidencia el riesgo de negociar entre las balas.

Al secuestro de los policías Cristian Camilo Yate y Víctor Alfonso Gonzales y del soldado Josué Meneses, se suman la voladura de oleoductos en el sur del país y de un gasoducto al norte, así como de un vía férrea y el secuestro de tres ingenieros, liberados un día después por la presión militar.

También son constantes los enfrentamientos entre guerrilleros y el Ejército, con bajas en ambos bandos, como un atentado en La Guajira (al norte) donde murieron tres policías y la explosión de un jardín infantil en Caquetá (al sur), que fue calificado de “acto demencial y atroz”. El más reciente atentado fue en Cauca (también al sur), donde las FARC explotaron un coche bomba y mataron a un civil y un soldado.

Las FARC también han sufrido golpes. El más duro ha sido la muerte de Jacobo Arango, jefe del frente quinto, que fue abatido junto con cinco guerrilleros en un bombardeo. Según las autoridades, Arango era cercano al negociador Márquez.

Así las cosas y aunque es claro que una cosa es lo que sucede en La Habana y otra en Colombia, está de por medio la paciencia de los colombianos, ahora están a la espera de que las FARC cumplan con liberar a los uniformados secuestrados.

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